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Al rescate del cerebro

El 40% de las personas que han sufrido un ictus se enfrentan a una discapacidad. Las nuevas tecnologías ayudan a los pacientes a recuperarse

Cristina Galindo
Marta Fernández, fisioterapeuta, ayuda a Javier Herreros a realizar unos ejercicios en el Centro Estatal de Atención al Daño Cerebral, en Madrid.
Marta Fernández, fisioterapeuta, ayuda a Javier Herreros a realizar unos ejercicios en el Centro Estatal de Atención al Daño Cerebral, en Madrid.sAMUEL sÁNCHEZ

Un minúsculo coágulo de sangre es capaz de desencadenar una tragedia en el cerebro. Una mitad del cuerpo siente que se le va la fuerza; los ojos solo son capaces de ver una parte de lo que tienen delante o ven doble; hablar o entender lo que el otro dice se convierte en algo imposible, frustrante; el cuerpo pierde el equilibrio, se descoordina y tiene dificultad para poner en orden acciones que antes eran automáticas, como hacer la cama. Son algunas de las secuelas del ictus, que se produce en la gran mayoría de los casos cuando una obstrucción en las arterias impide que la sangre fluya en el cerebro. La falta de oxígeno puede llegar a matar a las neuronas afectadas. Los accidentes cerebrovasculares son una de las principales causas de mortalidad en España y uno de los primeros factores de discapacidad: el 40% de los supervivientes se enfrentan a secuelas, de mayor o menor gravedad, que cambian la vida de muchos de ellos. Tienen un largo y duro camino por delante para reentrenar el cerebro.

La incidencia de esta enfermedad va en aumento en España (y en todo el mundo), en paralelo al envejecimiento de la población y a unos hábitos de vida manifiestamente mejorables, según constata la Sociedad Española de Neurología. Los datos para analizar la evolución son aún limitados. Lo que sí se sabe es que hubo casi 120.000 altas hospitalarias de pacientes que habían sufrido un ictus en 2013, un 36% más que 15 años antes, según el Instituto Nacional de Estadística. Los médicos aseguran que la mejora del diagnóstico y el tratamiento se ha traducido en una reducción de la mortalidad, que ahora afecta al 30% de los casos.

“Diagnosticamos más y mejor; hace 20 años esta enfermedad permanecía oculta”, opina Exuperio Díez Tejedor, jefe del servicio de neurología del hospital Universitario La Paz en Madrid. Los ciudadanos disponen en la actualidad de más información sobre los síntomas y los pasos a dar en caso de accidente cerebrovascular, también conocido como infarto cerebral, hemorrágico, trombosis, embolia y apoplejía, aunque no todos son exactamente lo mismo. Lo que más ha marcado la estrategia en relación con el ictus es el descubrimiento a final del siglo pasado de que, contrariamente a lo que se creía, las neuronas dañadas son capaces de recuperarse de una lesión e incluso las sanas pueden asumir funciones de otras que han muerto. “Se pensaba que no había nada que hacer; hoy sabemos que el cerebro es altamente regenerable, sobre todo si se actúa rápido”, dice.

En ese duro proceso de recuperación está Javier Herreros, de 52 años, funcionario del Ministerio del Interior, ahora de baja, que desde que sufrió un ictus en julio de 2014 tiene dificultades para andar. “La silla de ruedas es el signo más evidente de lo que le ha sucedido, pero hay mucho más detrás”, apunta Inmaculada Gómez Pastor, directora gerente del Centro Estatal de Atención al Daño Cerebral (Ceadac), situado en Madrid. Se trata de uno de los centros a los que se puede acudir en España en busca de rehabilitación. Javier, casado y con una hija de 15 años, entró hace tres meses. Tiene movilidad reducida en un brazo. No puede prepararse un café. “En el habla he mejorado mucho”, cuenta de forma pausada. “Todo ha cambiado, no me queda más remedio que asumirlo”, confiesa. “Está a punto de dejar la silla de ruedas”, destaca Susana Pajares, médico rehabilitador. Toda una noticia para alguien que vive en un segundo sin ascensor. “Cuando sufrió el ictus descubrió que tenía hipertensión y el colesterol alto”, dice.

En España, hay 55 unidades hospitalarias especializadas; una veintena de provincias no tiene ninguna

El colesterol alto, la hipertensión, la diabetes, las cardiopatías (arritmias), el tabaquismo, el alcohol, el sedentarismo y la obesidad son factores típicos de riesgo de las enfermedades vasculares. A veces la víctima es el corazón, a veces el cerebro. En el caso de los hombres, la primera causa de mortalidad es el ataque cardiaco, seguido del cerebral. En el caso de las mujeres, el ictus está en el primer puesto. En ambos casos se trata de causas individuales. Si se suman todas las muertes debidas a diferentes tumores, el cáncer va en cabeza.

El envejecimiento de la población es un factor clave. “El ictus no es una enfermedad solo de ancianos, aunque es evidente que afecta sobre todo a los más mayores”, afirma Díez Tejedor. También afecta a gente más joven. La Sociedad Española de Neurología estima que un 10% tienen menos de 50 años. Pese a que nunca ha habido tanta información disponible para llevar una vida sana, los factores de riesgo siguen al alza. “Existe una tendencia a la negación de la enfermedad. Por ejemplo, cuando preguntamos a nuestros pacientes por qué creen que han sufrido un ictus, muchos lo achacan a los nervios, al estrés, a un susto, a la mala suerte; y no a que coman mal, fumen, beban y no hagan ejercicio. Lo más curioso es que después de pasar por un taller informativo que organizamos sobre el ictus, muchos siguen contestando lo mismo. La prevención de la enfermedad vascular debería empezar en la infancia”, relata el doctor en su despacho en la planta de neurología de La Paz.

Los doctores Fuentes (izquierda) y Díez Tejedor, en la unidad de ictus del hospital La Paz, en Madrid.
Los doctores Fuentes (izquierda) y Díez Tejedor, en la unidad de ictus del hospital La Paz, en Madrid.samuel sánchez

La unidad de ictus del hospital es pionera. Ahora cumple 20 años. En ella, profesionales de la sanidad especializados en infarto cerebral trabajan para que el diagnóstico y el tratamiento se consigan en el menor tiempo posible. La supervivencia y el alcance del daño que sufra el paciente dependerán en gran parte de la rapidez con la que sea atendido. “Cuanto antes se libere la obstrucción y se restaure el flujo sanguíneo, mejor será la expectativa de recuperación”, dice la responsable de esta unidad, Blanca Fuentes, mientras señala en la pantalla del ordenador la imagen de un trombo alojado en la arteria de un enfermo.

“Las primeras horas son cruciales. En esa unidad controlamos al paciente para intentar que reciba el tratamiento sin sufrir complicaciones, como infecciones, alteraciones de la tensión, entre otras”, explica la neuróloga. Otro paso importante es aplicar el tratamiento sin esperar mucho. En las cuatro o cinco horas después del inicio de los síntomas, en el caso de un ictus isquémico (son el 80%; el resto son hemorrágicos), la primera opción es la trombólisis intravenosa, que permite llegar a la obstrucción cerebral a través de la sangre. Si no funciona, la alternativa puede ser un cateterismo: desde la carótida, en el cuello, se introduce un cable hasta el trombo y se extrae con una especie de pinza.

El éxito de las unidades de ictus llevó a las comunidades autónomas a suscribir en 2008 una estrategia nacional contra el infarto cerebral. El objetivo era disponer de al menos una plaza especializada por cada 100.000 habitantes (incluida una cama, con un neurólogo presente las 24 horas, enfermeros entrenados y monitorización). Sin embargo, este plan lleva cuatro años de retraso. Una veintena de provincias no cuentan con una unidad de ictus, según la Sociedad Española de Neurología, lo que hace disminuir la calidad de la atención médica que reciben sus habitantes. En la actualidad hay 55 unidades de ictus, casi todas concentradas en Madrid y Barcelona, un dato que mejora sustancialmente lo que había hace unos años, pero que está todavía lejos de lo previsto. Solo Navarra y Cantabria cumplen el objetivo de una cama por cada 100.000 habitantes.

“Los planes promovidos desde la Administración suponen un impulso, aunque muchas cosas las hemos conseguido por iniciativa de los propios hospitales, organizándonos entre nosotros”, añade Díez Tejedor. “Todo está parado; confiamos en que el plan se reactive a lo largo del año”, explica Carmen Aleix, presidenta de la Federación Española de Ictus, que agrupa a asociaciones de pacientes y familiares. Aleix no es la única que considera que invertir en prevención y en estas unidades supone al final un ahorro para las arcas públicas: “El coste social del ictus se estima en 6.000 millones de euros al año, el equivalente al 5% del gasto sanitario”.

Una de las últimas novedades ha sido la aplicación de la telemedicina. La unidad de La Paz, por ejemplo, está conectada con otros centros de la comunidad que no disponen de este servicio a través de videoconferencia. Si a esos centros llega un enfermo sospechoso de sufrir un ictus, se le pone en contacto con un neurólogo del hospital, que le explora, consulta las pruebas que le hayan hecho y decide, en ese mismo momento y si es posible aplicarlo, qué tratamiento es el mejor, antes incluso de que sea trasladado en ambulancia.

La mejora de las pruebas diagnósticas —escáneres y resonancias sobre todo— ha facilitado la identificación del daño cerebral. Además, ingenieros, informáticos y neuropsicólogos están trabajando en el desarrollo de nuevas tecnologías que ayuden a mejorar el día a día de las personas con secuelas importantes. Los expertos en rehabilitación del Ceadac han puesto en marcha varias iniciativas. Un sistema de focos luminosos que apuntan al suelo ayuda a aprender, de nuevo, un patrón normal de marcha. “Hay una aplicación móvil que permite comunicarse a las personas que tienen dificultades para escribir o hablar; si necesitan ayuda, marcan con un solo dedo una imagen de un señor preocupado y el receptor recibe el mensaje escrito de ‘necesito ayuda”, explica la directora del centro. Colaboran con la Fundación Vodafone a fin de desarrollar un sistema de comunicación móvil para personas con dificultades. Mientras, un mecanismo de estimulación eléctrica ayuda a los afectados a reconectar con sus músculos.

La doctora Blanca Fuentes señala, en una arteriografía, dónde se encuentra alojado el trombo de un paciente.
La doctora Blanca Fuentes señala, en una arteriografía, dónde se encuentra alojado el trombo de un paciente.samuel sánchez

Situado en el norte de Madrid, el Ceadac está abierto a ciudadanos de toda España. Depende del Ministerio de Sanidad y fue creado hace 12 años como centro de referencia para la rehabilitación de personas con traumatismo craneoencefálico, con una edad tope de 55 años. La estancia media oscila entre seis y ocho meses. Sin embargo, la mayoría de los 250 usuarios que pasan cada año por el centro se están recuperando de un ictus. “Salvamos vidas que antes no salvábamos y ahora sabemos que el cerebro es plástico y podemos rehabilitarlo”, cuenta su directora. “La gente que tenemos aquí es muy joven y tiene toda la vida por delante; hemos de intentar que la vivan lo mejor posible”, asegura. El Ceadac es una de las opciones para los que necesitan rehabilitación. Otras alternativas son los servicios de fisioterapia de los propios hospitales y sus centros especializados de área, los hospitales de media estancia y los centros privados.

Para las familias, la recuperación del paciente es determinante. El coste para alguien que necesite ayuda a diario —no hay datos sobre qué porcentaje son— se calcula en unos 25.000 euros al año de media. “Los grandes discapacitados no podrán volver a trabajar; requerirán el apoyo de un cuidador o alguien de la familia que quizá tenga que dejar el trabajo; si van en silla de ruedas, deberán adaptar la vivienda”, relata Carmen Aleix, que añade que los recortes presupuestarios en rehabilitación y dependencia por la crisis han empeorado la situación.

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Sobre la firma

Cristina Galindo
Es periodista de la sección de Economía. Ha trabajado anteriormente en Internacional y los suplementos Domingo e Ideas.

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