lunes, 6 de enero de 2014

MIRAR AL VACÍO: DOS MIRADAS SOBRE RON MUECK EN ARGENTINA



RON MUECK, MANIFESTACIONES DE LO SINIESTRO
Por Agata Zaldivar
   
Escultura hiperrealista. Categoría posmoderna; el hiperrealismo se erige como una superación del realismo, algo más allá del realismo y en efecto lo es. No se propone generar efecto de realidad ni tampoco una mímesis. La propuesta es otra: jugar a ser, en sentido propio, lo real. He aquí algunos problemas. El artificio propio de la obra de arte se esfuma poco a poco y el sujeto productor, el artista que crea, se difumina para dejar lugar a su obra. La obra es la que por un segundo, para el espectador, se erige como la realidad misma para llevarlo al terreno de la duda: ¿es esto real o es una obra de arte? Demasiado perfecto para ser real, demasiado perfecto para tener detrás, un agente humano. Lo real no presenta fisuras – al menos no evidentes – aunque las tiene. El realismo (en sentido estricto, el realismo decimonónico) también tiene sus fisuras; es, precisamente, lo que lo hace tan real. En el hiperrealismo esas fisuras tratan de disimularse al punto de desaparecer. Ron Mueck desaparece tras sus obras pero no se lo puede omitir: es él el gran sujeto tácito, es quien las hizo, subyace.
La obra de Ron Mueck nos lleva al terreno de la duda, pero nos da una pista: nada que tenga esas dimensiones podría, jamás, ser real. Lo que se genera es un efecto, efecto que  otros artistas hiperrealistas no generan –o quizá no se lo proponen- : el efecto de lo siniestro. Lo siniestro es definido por Freud como una aparición de lo reprimido, como aquello conocido que, debiendo haber quedado oculto, de todos modos se ha manifestado.  Y agrega que lo siniestro se puede evocar por una repetición de lo semejante. La obra de Ron Mueck, es, bajo esta definición, sin dudas siniestra. Freud señala que “E. Jentsch  destacó, como caso por excelencia de lo siniestro, la «duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado»”. Y es eso lo que perturba al estar en las salas de Fundación Proa, entre las obras de Mueck. ¿Están animados esos objetos? ¿Son objetos? ¿Cómo se crean esos objetos (o monstruos, a mi criterio) que parecen reales –demasiado, espantosamente reales- por obra del hombre? Parece no solo generarse el sentimiento de lo siniestro sino también una suerte de apoteosis del artista: juega a ser el creador.
Puede palparse una admiración grande y también una cierta frustración del espectador al tener, de antemano, la seguridad de que lo que ve no es lo real. Pero quizá hay ahí también un gesto esperanzador. Se percibe un cambio de paradigma respecto del arte y la realidad: el arte es, en última instancia, la creación de una realidad; realidad semejante a la que todos acordamos llamar ‘realidad’, pero hecha con nombre y apellido, por un sujeto - igual que nosotros - que crea y produce una realidad otra. Quizá lo siniestro radique en ese gesto de posibilidad infinita de creación, de mutación absoluta y de control total sobre la realidad: tal es el control, que se la duplica, triplica, multiplica y se la condimenta a piacere. Quizá lo siniestro radique en que el espectador cree que comparte el pacto con el artista y que Proa no expone más que una muestra de esculturas, un montón de artificios hechos "por". Pero, en efecto, desde el momento que se topa con la primer obra, sólo ha logrado romper el pacto de la ficción, seguir en el terreno de lo real, y cuestionarlo.
Lo que se juega en las obras de Mueck pasó a un plano que no es el del arte, sino el de la realidad o hiperrealidad, más real que lo real, más allá de lo real, más allá de la física, metafísico. Y es ahí donde está su éxito: no hablamos de arte cuando entramos a Fundación Proa, hablamos de lo real. El artista cuenta con una ventaja y es que, en tanto artista,  artífice de lo real, juega en otro plano y con otras herramientas aunque parece situarse en este, en el de la realidad vulgar y nos “engaña al prometernos la realidad vulgar, para salirse luego de ella.” La ventaja está ahí, en esa posibilidad de engaño, en ese pacto ficcional firmado antes de ingresar a la muestra que súbitamente se rompe.
El hiato es irreparable. Los pilares de lo real, si aún no se derrumban, aunque sea,  tambalean.

 LAS MUECAS DE MUECK: DERIVAS EN LA NADA
Por Ladislao Serrano

Una cola de más de una cuadra de largo, pensándolo en negativo, podría ser algo molesto, si es que uno tiene que esperar que la cola, como una serpiente humana, o una lombriz, cuya cabeza no se distingue de la cola – la cabeza: humana; la cola: humana-, avance. Y cuando la cola larga –la lombriz, la serpiente humana- acaba, nos encontramos con que, de forma extraña, en Buenos Aires, hay miles y miles y miles de personas dispuestas, pensándolo en positivo, a ir a la fundación Proa a ver las esculturas hiperrealistas de Ron Mueck (escultor nacido en 1958 Melbourne, radicado en Reino Unido).Las obras de Mueck que la serpiente humana o lombriz presencian son algo poco común: es la primera vez que la obra del escultor pisa suelo sudamericano. Dicha muestra estará en Fundación Proa hasta febrero y luego se presentará en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. La lombriz o serpiente humana presencia algo extraño ya que según el folleto de la muestra, una “exhibición de Ron Mueck es un evento inusual”. Pero para la lombriz o serpiente humana porteña, ya  nunca más será inusual una muestra de Mueck.
Diez piezas fechadas entre el 2002 y el 2013 componen la muestra. En estas diez esculturas Mueck juega con la realidad. Hombres, mujeres, jóvenes, viejos y algún que otro animal, componen un microcosmos que los curadores Hervé Chandès y Grazia Quaroni supieron organizar muy bien: conjugando los diversos tamaños de las esculturas, relacionando las obras que aparentemente tienen mayor afinidad, y dejando lucir en soledad aquellas que por tamaño – o por misterio- lo requieren. Este juego con la realidad se da de diversas formas. Por un  lado, las técnicas mixtas producen un efecto potente: sobre una base de escultura clásica, de arcilla, Mueck define con enfermiza perfección  y con diversos materiales, las pieles que cubren los cuerpos de sus esculturas; este choque entre formas clásicas y obsesiones materiales modernas es algo positivo en cuanto a los recursos que un artista contemporáneo en el campo de la escultura puede utilizar: no es ni muy clásico, ni muy moderno, sino una justa mezcla de ambos. Por otro lado, la realidad se tensa, no es una mera apuesta realista: las esculturas de Mueck juegan con las proporciones de forma tal que todo el realismo en la terminación de una uña, un pelo, un lunar, se derrumba al verlo en una escultura cuyo tamaño es demasiado pequeño o demasiado gigante para ser real.
Ahora bien, vale preguntarse porqué la lombriz o serpiente humana disfruta de las esculturas de Mueck; como dijo alguien muy inteligente: “qué raro tanta gente viniendo a ver esculturas realistas, cuando las cosas reales se ven todo el tiempo”. El pelo de la mujer que va de compras y lleva a su bebe colgando, es un pelo tan real que podría ser el de nuestra propia madre. La piel fofa y blanca, arrugada y estirada de la pareja de viejos que descansan debajo de una sombrilla podría ser de alguno de nuestros abuelos, o algún viejo cualquiera que uno ve en la calle. Entonces: ¿qué hay de atractivo en estas esculturas? Pensemos. Por un lado, la textura tan lograda en estas esculturas es algo que impresiona e incluso provoca algo de molestia: una ambigüedad que en lo espeluznante, es atractiva. Por otro lado, -descartando que la afluencia de público se trate de la gran oleada de publicidad de la cual es objeto la muestra- se trata de esculturas que se encuentran en posturas diversas y se enmarcan en conceptos también diversos: el tiempo, la vejez, el consumo, la muerte, el minimalismo, el miedo, la modernidad. Esta amplitud de conceptos, acorde a otra doble amplitud: de tamaños, de poses, permite que una obra con cierta carga misteriosa, tétrica, pueda también contemplarse con una relativa tranquilidad.
Es decir, la tranquilidad es siempre relativa. La posibilidad de que una escultura de Mueck “guste”, se rodea de una incomodidad que quizás sea lo que las miradas de las esculturas transmiten - incluso la no mirada del pollo muerto gigante que cuelga de un gancho de matadero-: algo tenebroso, no humano, no real: la nada misma. De ahí, un problema: qué hay de positivo en las obras de Mueck y, en todo caso, si la apuesta es en su totalidad negativa: ¿se trata de mostrar lo real para negarlo, para superarlo, o, en todo caso la negación, la nada que habita las miradas, ese trance zombie, es pura negatividad, total fracaso en un mundo desvastado? ¿Se trata de aquel nihilismo posmodernista que tanto resultado da pero que vacía de contenido a las obras? ¿Qué habita en esta nada? No lo sabemos, o Mueck, y esto debería servir para que la crítica piense, en vez de celebrar por que sí, no quiere decírnoslo. O  tal vez nos lo está diciendo y nos quedamos distraídos en su obsesión, en los detalles. Tal vez, tal vez. Ahora bien, si Mueck, como sostiene el folletín, se propone “iluminar las verdades universales”, y sus esculturas serían una apuesta obsesiva por “la verdad”, vale preguntarse: ¿de qué clase de “verdades universales” se trata, con qué “verdad” el artista está obsesionado? Quizás podamos ensayar algunas respuestas. Podemos pensar que la escultura titulada Drift, (una instalación en la que vemos a un hombre en traje de baño disfrutando del sol sobre un flotador, colocado sobre una pared celeste, que hace, o provoca el efecto de agua), traducida como “a la deriva”, no es sino una metáfora de ciertos problemas artísticos:¿el hombre está nadando –flotando- a la deriva en una nada, o acaso se trata de una deriva menos problemática, en la que este disfruta, incluso conflictuado, de su propia indecisión? Podemos pensar: quizás tenga razón el niño que miraba con asombro la impactante escultura Still life (traducida como “naturaleza muerta”, se trata  del pollo muerto colgando desplumado antes mencionado): ¿qué hace un pollo gigante colgando dentro de un museo? La pregunta del niño vale para pensar mucho en las muecas de las esculturas de Mueck. Eso sí, al salir de la muestra, aún la lombriz, la serpiente humana crecía y crecía afuera.