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Editorial: Contenedores a la calle

La posible compra de 1.342 contenedores aviva la polémica de la recolección de basuras en Bogotá.

La Administración de Bogotá va camino de cerrar su mandato con la misma polémica con que lo inició: la del tema del aseo. Primero fue el nuevo esquema de recolección de basuras, que le costó la destitución temporal al alcalde Gustavo Petro, y ahora es la intención de hacer una millonaria contratación –a pocas semanas de terminar el gobierno– de contenedores de aseo para ubicarlos en no menos de 600 puntos de la ciudad para que la gente deposite allí sus desperdicios.
Pese a que ha habido poca pedagogía sobre la materia, ya se habla de un plan piloto y se anuncia la compra de 1.342 contenedores superficiales y camiones especializados por 28.000 millones de pesos. ¿Está la Contraloría Distrital enterada del asunto?
La iniciativa puede estar inspirada en las mejores intenciones, pero también deja entrever una de dos cosas: o las empresas operadoras no están cumpliendo bien su papel de recolección, o la pedagogía para que la gente disponga lo mejor posible de sus desechos fracasó. No de otra forma se entiende que se quiera volver al pasado, cuando estos contenedores acabaron convertidos en epicentro de desaseo y contaminación. Y contradice postulados del mismo Gobierno, que por un lado se hace llamar adalid de los recicladores y por otro los margina del proceso, pues no tendrían acceso al esquema de la ‘contenerización’.
Por otra parte, no sobra preguntar cuál es el afán de gastarse miles de millones de pesos en unos contenedores que bien podrían terminar obsoletos si, como también lo ha defendido el Gobierno, la ciudad entra en un modelo de áreas exclusivas. En cuestión tan sensible no se puede improvisar, ni mucho menos volver a los tiempos de la nefasta Edis.
En Leverkusen (Alemania) existen los contenedores superficiales, pero dispuestos en un punto específico de la ciudad hasta el cual llegan familias, con sus hijos, a depositar el material reciclable, pero no están exhibidos en calles públicas. Valdría la pena mirar experiencias similares y que los órganos de control vigilen con lupa la licitación de marras.
editorial@eltiempo.com
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