Populismos y demagogia

El punto más delicado para la estabilidad política de un país es cuando los extremos, la demagogia o el populismo no son considerados como un problema, sino como la solución. No hace falta que la mayoría de los ciudadanos estén de acuerdo, sino que acepten y ­debatan el relato impuesto por el populismo y la demagogia. El que construye el discurso lleva en cierto sentido la delantera. Interpretando al reaparecido y ahora tan citado Antonio Gramsci, será la hegemonía cultural de las clases dominantes la que conducirá a la hegemonía social política. Todo tan viejo como la noche de los tiempos.

Estuve siguiendo ayer una larga entrevista en el programa Hard talk de la BBC a una representante del partido Alternativa para Alemania. En la entrevista, Stephen Sackur la sometía a una serie de preguntas que ponían en contradicción las credenciales democráticas de esta fuerza en alza en Alemania con sus posiciones xenófobas.

Es evidente que la crisis económica se ceba en amplios sectores de la sociedad europea que han salido del circuito del bienestar y han quedado excluidos quizás para siempre de un mínimo de dignidad, y estos cambian el voto en función de su desesperación o, simplemente, porque entienden que un cambio radical desde los extremos –desde la izquierda radical como es el caso de Grecia o desde la derecha xenófoba como ocurre en Francia– es la salida ­menos mala a su precariedad económica y vital.

El discurso de la xenofobia o el del odio al otro han transformado una Europa solidaria, abierta, aquella de la economía social de mercado, en un espacio en el que se levantan a diario fronteras étnicas, económicas y culturales. El discurso de la centralidad, que ha sido uno de los éxitos más inesperados en la Europa de los últimos sesenta años, está retrocediendo dejando paso libre al de los extremos izquierda-derecha o al de nosotros y ellos.

Cada frente intenta introducir su discurso hegemónico, minoritario pero muy eficaz, tanto de la derecha xenófoba como de la izquierda revanchista que considera ocupar segundas residencias o educar a los hijos en el ámbito de la tribu.

Estos relatos que intentan convertirse en hegemónicos han existido siempre en las sociedades libres. La novedad es que el espacio central, casi siempre mayoritario, no lo ocupan líderes con prestigio y credibilidad, sino que lo ostentan personajes que en vez de proponer un discurso propio se abrazan a tesis que han puesto en
circulación alguna de las hegemonías que pugnan por imponer sus debates con las nuevas palabras y los concep-tos nuevos para convencer a los desprevenidos.

La demagogia y el populismo, por muy atractivos que parezcan en momentos puntuales, son soluciones frágiles que suelen causar grandes males. Argentina, por ejemplo, no se ha sacudido todavía el peronismo.

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