A dos semanas de la elección presidencial en Brasil, el claro tinte populista del candidato con mayores opciones ha provocado una caída del real de casi 40% desde marzo y una pérdida de un tercio en el principal indicador bursátil. Con un alto nivel de deuda pública, no es de extrañar que los mercados planteen serios cuestionamientos a su devenir fiscal.
No se confunda. Esta descripción no corresponde a la actualidad, sino a la situación previa a la elección de Lula en 2002. En septiembre de ese año, a pocos días de su elección, el miedo en los mercados se reflejaba en un alza grosera del costo de financiamiento externo y en un intenso debate sobre la posibilidad de default de la deuda pública brasileña.
Tanto así, que en un citado artículo titulado "Intolerancia a la deuda", tres destacados autores de la época analizaron el nivel de deuda sobre el cual los mercados financieros internacionales comenzaban a restringir sus préstamos. Para sorpresa de muchos, la deuda se podía tornar intolerable bastante rápido, especialmente para países emergentes sin credibilidad macroeconómica y con mal historial de pago. Hacia fines de 2002, con varios procesos de "reestructuración de la deuda" en el cuerpo y con la expectativa de Lula en Planalto, el nivel de deuda pública en Brasil era simplemente intolerable.
Contra todo pronóstico, no hubo default . En un par de años, la situación financiera se estabilizó, y la deuda comenzó a disminuir. El fuerte auge de las materias primas, a partir de 2004, y una sorpresiva actitud de responsabilidad fiscal del gobierno hicieron posible el milagro, permitiendo a Brasil recuperar su salud fiscal sin mayor sacrificio.
En varias dimensiones, la situación actual es bastante parecida a la de entonces. Por de pronto, a catorce días de la elección, la posibilidad de un Presidente populista está golpeando fuerte las perspectivas. Pero la posición fiscal se ve peor que entonces: la deuda pública se proyecta en 90% del producto en 2019, y el déficit fiscal supera la friolera suma de 7% del PIB. Algo menos de la mitad de este déficit lo explica el sistema de reparto, el mismo que en Chile algunos irresponsablemente promueven.
Aun así, el ajuste de los mercados ha sido bastante más benévolo. Desde marzo, el real se ha depreciado un 28%, pero la bolsa y el costo de la deuda se han ajustado bastante menos que en 2002. Hasta ahora, el fin de la plata fácil no ha golpeado duro a Brasil, pero la tolerancia a financiar su déficit podría cambiar con rapidez, especialmente si el problema fiscal no se resuelve de manera creíble. Hasta ahora, las señales no son buenas.
Chile tiene capacidad para sortear bien los avatares de Argentina y Turquía, pero un problema mayor en Brasil nos puede pegar. En circunstancias así, el valor de la diferenciación aumenta. ¿Tendremos la sabiduría de marcar la diferencia?