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140 RESEÑAS Tanya Harmer, El gobierno de Allende y la Guerra Fría Interamericana (Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2013, Traducción de Ariel Magnus), 382 pp., ISBN: 978-956-314-235-8. El libro corresponde a una traducción al español de Allende’s Chile & the Inter-American Cold War (Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2011), publicado por Tanya Harmer como fruto de su tesis doctoral en historia internacional en el London School of Economics and Political Science. Se trata, además, de la primera publicación en formato de libro de esta joven historiadora. Este estudio del gobierno de Salvador Allende (1970-1973) en el marco de la Guerra Fría internacional constituye un aporte trascendental en la “nueva historia de la Guerra Fría”, corriente historiográfica representada a nivel europeo por autores como Odd Arne Westad y la misma Tanya Harmer, mientras en Chile destacan los historiadores Joaquín Fermandois y Olga Ulianova, entre otros. En el libro de Harmer es posible comprender el gobierno de la Unidad Popular en su relación dinámica con procesos de orden regional y mundial. Con un foco amplio, se estudian las relaciones internacionales de Chile y también el lugar que ocupa el país en la “Guerra Fría Interamericana”, concepto propuesto por la misma autora. Es una obra de un enorme valor historiográfico por, al menos, tres razones. En primer lugar, las fuentes que sustentan la investigación son abundantes y muchas de ellas eran desconocidas hasta su aparición en esta publicación. La documentación analizada tiene un origen y naturaleza variada, fruto de un sistemático trabajo en archivos oficiales de países como Brasil, Cuba, Reino Unido, República Democrática Alemana, Polonia, Estados Unidos, además de Chile. Sería altamente positiva la revisión de los archivos oficiales cubanos, sin embargo el régimen ha resuelto no hacerlos públicos. A esta tarea de pesquisa de archivos se añade la realización de treinta entrevistas a figuras relevantes, principalmente pertenecientes a la izquierda latinoamericana antes de 1973, como Andrés Pascal Allende, militante del MIR y sobrino de Salvador Allende; Ulises Estrada, jefe de operaciones chilenas del Departamento General de Liberación Nacional (DGLN, Ministerio del Interior cubano); Manuel Cabieses, mirista y director ejecutivo de Punto Final; Carlos Chain, agente de la inteligencia cubana y viceministro de Asuntos Exteriores; Luis Fernández Oña, funcionario del DGLN y consejero político de la Embajada de Cuba en Chile, Volodia Teitelboim, senador del Partido Comunista de Chile, y otros. De algún modo, el vacío dejado por la no desclasificación de los archivos cubanos fue cubierto con la realización de estas entrevistas. A esto se suma la revisión de documentos en línea, especialmente de archivos norteamericanos del Departamento de Estado, junto con una consulta importante de fuentes primarias y secundarias impresas. RESEÑAS 141 La cantidad y diversidad de las fuentes trabajadas se relacionan directamente con el segundo gran mérito de esta investigación: su enfoque. Una comprensión integral del gobierno de Allende, en el marco de la Guerra Fría Interamericana, hacía necesaria la revisión de documentos de distintos países y organismos considerados como relevantes, lo que permite ampliar la perspectiva que ofrecen estudios que únicamente consideran archivos chilenos. Si las fuentes primarias definen el foco de la investigación, Tanya Harmer ha logrado integrar con gran pericia documentación de distinto origen en el estudio de un problema histórico con características multidimensionales. Personas e instituciones del Cono Sur interactuaron permanentemente con procesos regionales y globales, al tiempo que el desarrollo de los acontecimientos externos influía en las decisiones que los actores nacionales tomaban. Los líderes políticos de los distintos países combinaban sus intereses particulares, locales y regionales con una mirada del mundo. Además, la Guerra Fría en América Latina tuvo una compleja dinámica propia, según esta, las relaciones Norte-Sur no seguían exactamente los patrones del conflicto ideológico EsteOeste. Como quedó demostrado con la administración Allende, la relación de distensión existente entre el gobierno norteamericano y la Unión Soviética o China no era aplicable al sistema interamericano, proyectándose, por el contrario, una tensión ideológica que derivó en una confrontación entre los gobiernos de Chile y EE.UU. Como ha señalado Joaquín Fermandois, la llegada de Allende a la presidencia en 1970 instaló a Chile en el ojo del huracán del conflicto ideológico global, amenazando el predominio de Estados Unidos en el orden interamericano. La posibilidad de que Chile se estableciera como una “segunda Cuba” –muchos chilenos lo percibieron así– significó un peligro real para el gobierno norteamericano, que observaba con pavor que el caso chileno sirviera como una mecha capaz de encender la llama revolucionaria por toda América Latina. Además, la “vía democrática” al socialismo propuesta por la Unidad Popular suscitó interés en Europa, inspirando a la izquierda de algunos países como Italia. A pesar de ser un país lejano a los grandes polos del orden internacional, se esperaba que los sucesos que ocurrían en Chile impactaran y definieran de modo decisivo el futuro del conflicto ideológico entre liberalismo y socialismo en América Latina. Esta es la razón por la que Washington y La Habana seguían muy de cerca los acontecimientos en Santiago. En tercer lugar, los resultados de la investigación ofrecen acertadas luces acerca de interrogantes cruciales de la historia reciente de Chile. Bajo la perspectiva de la historia global, la obra de Harmer desmitifica y pondera argumentos ampliamente difundidos en círculos políticos e intelectuales chilenos y extranjeros, referidos al papel determinante de la intervención norteamericana en el desarrollo y desenlace de los acontecimientos en Chile. Ya en la introducción a la obra, 142 RESEÑAS Harmer señala que “los chilenos fueron el factor determinante de las relaciones internacionales y del futuro de su país más que espectadores pasivos que miran (y son afectados por) las acciones de afuera” (p. 22). Refiriéndose a la intervención militar del 11 de septiembre de 1973, Harmer apunta que “fueron los militares chilenos, no Washington, quienes en última instancia decidieron actuar y, a pesar de los preparativos de Cuba para enfrentar un golpe, fueron también Allende y la izquierda chilena quienes estuvieron incapacitados para defender el proceso revolucionario que habían iniciado” (p. 288). El caso de Estados Unidos resulta bastante interesante de examinar. En el libro se muestra cómo, tras la guerra de Vietnam, la capacidad de intervención norteamericana en países del Tercer Mundo había quedado bastante constreñida, debiendo operar sobre la base de acciones encubiertas. Tras una frustrada intervención en los asuntos chilenos en septiembre de 1970, para impedir que Allende llegara a La Moneda, se definió un plan de mediano plazo que incluía aplicar un “síndrome de abstinencia” económica, fortalecer los lazos con militares chilenos, apoyar a partidos no marxistas y colaborar con los medios de comunicación. Estados Unidos interpretaba que gran parte del futuro de América Latina pasaba por impedir que Allende culminara con éxito su gobierno. Por su parte, Chile planteó una política ambigua respecto de Estados Unidos. Por un lado, sabía que un acercamiento con este país era crucial para la continuidad del gobierno de la Unidad Popular, debido a su enorme incidencia económica y financiera sobre Chile. Esto llevó inicialmente al gobierno de Allende a luchar para evitar todo tipo de confrontación, con tal de no enemistarse con la administración Nixon. Sin embargo, el Programa de la UP estaba fundamentado en un marcado discurso antiimperialista, cuyo emblema era la nacionalización de las empresas del cobre. Como era imposible realizar una revolución socialista antiimperialista con la ayuda de Estados Unidos, la estatización del cobre –que incluía empresas norteamericanas– terminó por ser el factor de quiebre definitivo entre los dos países. Ahora bien, aunque la autora explica en detalle la relación económica entre ambos países y la incapacidad de Chile para sortear con éxito la confrontación con Estados Unidos, no se concluye cuál fue exactamente el nivel de incidencia que tuvo el factor externo en el grave colapso económico que el país vivió durante la UP. Si bien la crisis económica chilena de entonces tiene una explicación plural, Harmer no incluye en su ecuación el impacto y las consecuencias de las políticas económicas internas impulsadas por el mismo gobierno y que explican gran parte de la debacle. Además, en materia de intervención norteamericana, el libro examina solo tangencialmente la relación de Estados Unidos con actores no estatales opositores al gobierno de Allende, como los partidos políticos, los medios de comunicación y los gremios. Parte del plan estratégico de EE.UU. incluía el financiamiento de RESEÑAS 143 estos sectores, tema que, al no ser profundizado por Harmer en esta ocasión, admite futuras investigaciones. En la otra cara del conflicto ideológico, Tanya Harmer logra realizar un cuadro completo de la evolución de las relaciones entre Chile y Cuba. Mientras en un principio la isla mantiene una intervención de bajo perfil en los asuntos chilenos –reforzada por la idea de que una mayor colaboración podía perjudicar la campaña presidencial de Allende en 1970–, los lazos se hicieron más estrechos y problemáticos a medida que pasaron los meses de gobierno. Al igual que Estados Unidos, Cuba también se jugaba sus intereses y posición en el orden interamericano mediante su relación con Chile, viendo en esta una posibilidad para salir del aislamiento en el que se encontraba. Harmer muestra con rigurosidad cómo la relación con Cuba va evidenciando las diferencias tácticas existentes en la izquierda marxista respecto de cómo hacer la revolución, las que se hacen más explícitas durante la larga visita de Fidel Castro a Chile a fines de 1971. Si bien la historiadora reconoce que “sus experiencias y métodos [de Castro y Allende] estaban en polos opuestos”, había una coincidencia en que “ambos compartían una serie de valores en común y una visión del mundo que los unió en un momento crítico de la historia de América Latina” (p. 52). En concordancia con lo anterior, Harmer destaca cómo el objetivo de la sociedad socialista entre Castro y Allende eran compartidos, y en un viaje a la isla este último había señalado, en Radio Habana Cuba, que en Chile “hay un pueblo también que por su propio camino, distinto al de Cuba, pero con la misma meta, empezará a caminar” (p. 102). Asimismo, la autora destaca que la relación de Allende con la “vía armada” era problemática. Si bien por un lado rechazó el camino de las armas para llevar adelante el socialismo, por otro mantuvo relaciones con grupos que reivindicaban la violencia revolucionaria como un método legítimo en el ejercicio del poder. Una de las entrevistas realizadas por la autora señala la colaboración de Allende en las luchas armadas de la izquierda latinoamericana “tanto con dinero como con apoyo moral” (p. 59), ayudando, por ejemplo, al Ejército de Liberación Nacional boliviano, donde participaba su hija Beatriz Allende (p. 60). La provisión de armas y el entrenamiento militar fue uno de los pilares que definió la relación entre Chile y Cuba en el periodo. Harmer señala que “más allá del GAP, los cubanos también entrenaron y armaron por separado a sectores del MIR, el PS, el PCCh y el MAPU durante el tiempo en el que Allende estuvo en el cargo” (p. 184). Agrega que hacia septiembre de 1973 el “aparato militar del Partido Socialista había recibido tres entregas de armas ‘de la isla’, la mitad de las cuales fueron remitidas al GAP. Estas entregas estuvieron compuestas por 200 fusiles de asalto AK-47, cuatro pistolas semiautomáticas P-30, ocho pistolas semiautomáticas Uzi, seis misiles antitanque soviéticos RPG-7 (cada uno con 144 RESEÑAS nueve lanzacohetes), 36 pistolas semiautomáticas P-38, 36 pistolas Colt y dos cañones sin retroceso” (p. 303). Por otro lado, Tanya Harmer muestra cómo Estados Unidos intervenía indirectamente en Chile por intermedio de Brasil, al tiempo que este último llevaba adelante su propia agenda contrarrevolucionaria en América Latina por medio de su influencia en los asuntos chilenos. Muy interesante resulta la presencia en el libro de conversaciones entre Richard Nixon, Presidente de los Estados Unidos, con Emílio Garrastazu Médici, Presidente de Brasil, en las que junto con coordinar acciones contra el Chile de la UP –cuya realidad era comparada con el gobierno reformista de João Goulart–, se manifestaba el interés por “prevenir nuevos Allendes y Castros y tratar donde fuera posible de revertir estas tendencias” (p. 176). La colaboración brasilera se tradujo en el intercambio de oficiales y en apoyo en materia de inteligencia en las semanas previas a la caída de Allende. Con esta investigación se abre espacio a nuevas miradas en la comprensión de la historia de Chile de los últimos cincuenta años. La misma Harmer reconoce que su “primer y principal interés al escribir sobre la historia internacional del Chile de Allende no era agregar una voz más a la historiografía de la recriminación” (pp. 331-332). Así, la obra permite comprender la “agencia” de los actores chilenos en la crisis política e ideológica del país en el contexto de las relaciones interamericanas. En este sentido, el aporte que pueden hacer investigadores no implicados política, ideológica o existencialmente en la comprensión de la historia reciente de Chile, resulta especialmente alentador, toda vez que esas nuevas miradas son capaces de ofrecer otras respuestas a preguntas ya planteadas y nuevas preguntas que surgen ante enfoques y documentación recientemente aparecidos. José Manuel Castro CEUSS/Instituto de Historia Universidad San Sebastián