Los malos no pueden ganar

A Felipe nadie le devuelve la vida. Hay, sin embargo, la posibilidad de que su asesinato siente un precedente y los criminales sepan que no pueden quedar sin castigo.

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Con mi solidaridad para la familia Triay, entrañable por muchos motivos

Es tan difícil evitar que el aguijón de la rabia taladre tu alma, que la impotencia no te envenene el corazón y que la ira no te haga caminar sobre el filo de la violencia. Eso seguramente le pasa a quienes miran cómo la letra de la ley se impone sobre la justicia y deja impunes los agravios causados a ellos, a sus familias y sobre todo a la sociedad.

Hay muchos casos, pero el reciente del asesinado psiquiatra Felipe Triay Peniche (miembro de una respetable familia de largo arraigo espiteño) es acabado ejemplo de cuán lejos estamos en México de la verdadera justicia. 

Los jueces dejan libre a quien todos los indicios señalan como coautor del proditorio crimen porque les asiste, afirman, la “duda razonable” derivada de fallas en la integración del expediente por la Fiscalía. 

Quizá tengan razón en que hubo fallas, pero eso no debería, en un estado de derecho pleno, donde los jueces deben ir más allá de la literalidad de la ley, hacerles actuar aun por encima de un alud abrumador de pruebas que pudieron haber tomado en cuenta si de hacer justicia se trataba.

No quisiera que suene lo que aquí se plasma como una rabiosa invectiva, sino como una razonada llamada de atención para que, a semejanza de jueces y fiscales como los de la operación Mani pulite (Manos limpias) en Italia (1992-93), fueran más allá de la ley hasta el compromiso ético con la justicia.

Así aquéllos desmontaron una red de corrupción entrañada en el gobierno de Bettino Craxi. Lo que hicieron esos magistrados debe ser ejemplo: no se ciñeron a la letra, avanzaron hasta la justicia.

No sé si, en el caso del psiquiatra Triay, la ley les ata las manos a los encargados de la justicia. Espero que no y que en algún tramo de los que siguen en este tortuoso camino de los tribunales la balanza de la supuesta ciega se incline por el lado de la verdad. 

Finalmente, a Felipe nadie le devuelve la vida. Hay, sin embargo, la posibilidad de que su asesinato siente un precedente y los criminales sepan que no pueden quedar sin castigo. 

Los malos no pueden seguir ganando.

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