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El Nudo Gordiano de la Universidad Mexicana

Ya es costumbre escuchar acerca de las altas tasas de desempleo que existen entre los egresados de las universidades. Cada vez son más los que no consiguen trabajo apropiado y muchos más los que trabajan en ocupaciones diferentes para las que se prepararon.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) dice en su reporte que “En México, contar con un nivel de educación más alto no disminuye el riesgo de caer en desempleo”. El escrito, publicado en mayo, menciona que la falta de competencias y habilidades entre los universitarios es el mayor problema.

Pero esto no es nuevo, excepto porque lo dice una entidad autorizada, es una cantaleta que se conoce y repite tiempo atrás, y censo a censo, el paro va a la alza.

Profesionistas y desempleados buscan respiro a su desocupación. Lo encuentran en los estudios de posgrado, quizá pensando que al concluir la maestría o el doctorado tendrán mejores oportunidades.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), a febrero de 2015, en México había 6 mil 969 programas de posgrado en mil 423 instituciones. De ésos,  mil 876 (26.9 por ciento de la oferta nacional), que cumplían con ciertos requisitos de calidad (orientados a la investigación y generación de conocimiento), obtenían registro en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad (PNPC).

La categoría PNPC concede que todas aquellas personas que decidan ingresar al posgrado y sean aceptadas, automáticamente obtendrán una beca. En 2014, Conacyt otorgó 48 mil 226 becas para especialidad, maestría y doctorado (sin contar las becas al extranjero ni las becas posdoctorales). Como antecedente, entre 1991 y 2014, el programa de becas confirió 472 mil 726 becas de posgrado.

Si no fuera por este salvavidas, otros miles de profesionistas serían estadística del desempleo. Pero es un respiro ilusorio, porque para muchos es un viaje del desempleo al posgrado, y vuelta al desempleo, sólo que regresan a la realidad con más años a cuestas, cuando la juventud es un atributo exigido por los empleadores.

Lo de las becas se parece al intento de mitigar la devaluación del peso poniendo en el mercado millones de dólares – a fin de cuentas se irán al exterior y la devaluación continuará–. Y es que muchos de los nuevos maestros y doctores egresarán con las mismas fallas para encontrar trabajo que con las que ingresaron, sólo que reforzadas.

El nudo gordiano está en esa educación cada vez más cientificista que exige la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Conacyt a las universidades, estrategia que forma profesionistas para la investigación científica, pero no para la praxis profesional. Por eso ya no hay tantos profesionistas que generen su propio empleo o que creen fuentes de trabajo, como normalmente los hubo en décadas pasadas. Ahora, tristemente, la mayoría son buscadores de chamba; no proponen, no crean, no resuelven.

Hay un desfase entre las necesidades de las fuentes de trabajo y las universidades. La brújula de las instituciones de educación superior, al menos las del sector público, apunta al desarrollo de investigadores, mientras que el empleador necesita profesionistas con competencias y habilidades prácticas que no se les están enseñando.

El capital intelectual humano y estructural de las universidades mexicanas es inmenso, pero señala a un solo norte.

*Escritor de ciencia y ambiente y profesor titular C. UACJ

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DN/I