Neoliberalismo y corrupción

Ismael Molina

Una de las premisas básicas del neoliberalismo ha sido la afirmación, sin demostración científica, de que el sector privado hace de manera más eficiente, eficaz y con mayor transparencia las actividades de producción de bienes y servicios que el sector público, siempre y cuando tales sean económicamente rentables, pues se tiene la convicción de que el sistema de precios de mercado tiene mejor capacidad de asignar los recursos económicos escasos de manera más eficiente que cualquier burócrata, independiente de la buena intención que tenga. Es decir, toda actividad que emprenda el sector público podrá ser mejor ejecutada y con menores costos por los privados, siempre que éste último obtenga una rentabilidad aceptable. Con base en esa premisa se han ejecutado los diversos y múltiples procesos de privatización en nuestro país, en América Latina y en el mundo entero. A partir de dicha convicción han sido transferidos a los empresarios privados los servicios públicos básicos, la educación, la salud, se han vendido empresas altamente rentables y estratégicas (Telecom o Isagén) y, recientemente, la infraestructura vial arterial del país.

Esta premisa se ha complementado con el cambio en la prioridad que se da al sector financiero como objeto de la política macroeconómica, que se traduce en que este sea el sector más dinámico en la acumulación de capital.

Con base en estas condiciones, en 2008 se generó la crisis económica que llevó a la quiebra a algunas de las más prestigiosas firmas de corretaje de inversión y condujo a la pobreza a buena parte de la clase media norteamericana y generó grandes ganancias a los especuladores financieros, por medio de los llamados títulos hipotecarios basura, que los intermediarios de la bolsa los utilizaron para establecer los derivados financieros, con los que estafaron a ahorradores e inversionistas, pero ellos ganaron grandes recursos, al punto que en el mismo día en que se quebraba la banca de inversión Lemmas Brothers en Nueva York, los directivos y agentes de corretaje de ella eran premiados con grandes bonificaciones en Los Ángeles. Es decir, los agentes financieros ganaron y los ahorradores perdieron, generando una transferencia gigantesca de recursos de los ahorradores, que eran las clases media y los trabajadores, en favor del gran capital financiero. El costo de la crisis fue asumido por el fisco norteamericano, que no podía permitir la quiebra del sistema financiero. Así funciona el modelo neoliberal y la eficiencia del mercado solo sirvió al gran capital en contra de los ahorradores. Ese es un sistema tramposo y corrupto, que solo ve el éxito en los procesos acelerados de acumulación, aún a costo de esquilmar los recursos de los menos afortunados. El Estado no intervino y el mercado se puso al servicio de la corrupción del sector privado.

En los últimos años nuestro país se sacude periódicamente y cada vez con más frecuencia por los escándalos de corrupción, en que se ven involucrados personas del mayor prestigio social y que han recibido exquisita educación en los principales centros académicos donde el credo neoliberal es ciencia. Solo para recordar, en el sector público, a Andrés Felipe Arias y su Agro Ingreso Seguro, los Nule y su carrusel de contratos, o el viceministro Gabriel García Morales con su Odebrecht; en el privado, los escándalos y robos de Interbolsa y más recientemente de Estraval; unos y otros tienen dos cosas en común: han aplicado los principios del neoliberalismo y se han robado la plata del erario o de los recursos del ahorro. En todos ellos sus actuaciones estuvieron precedidas por la premisa de la eficiencia del sector privado, reflejado en el apalancamiento de los procesos de acumulación y reflejado en el éxito personal medido por su enriquecimiento individual y terminó con las prácticas corruptas, donde las coimas, los sobrecostos o la asignación “eficiente” e ilegal de recursos públicos a los empresarios han sido la regla.

La corrupción no es solo el producto de administradores públicos o privados corruptos e indelicados. Es el resultado de un modelo económico que da todas las condiciones para que ese sea el comportamiento habitual y esperado del agente que ejecute el proceso. Ello tiene una descorazonada conclusión, pues aunque se castigue duramente a los funcionarios públicos o directivos privados corruptos, esta práctica se reproducirá, pues es el sistema el que la reproduce y, mientras que el neoliberalismo sea la propuesta hegemónica en la conducción de la economía, la corrupción lo acompañará como su sombra.

Economista

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