SERGIO ENRÍQUEZ-NISTAL
Escribir bien debe de ser lo que hace en sus textos Álvaro Pombo (Santander, 1939), capaz de cargar cualquier frase con toda la ternura y toda la sorna del mundo. Así, las novelas van cayendo como vagones de la línea circular, que siempre pasan por las mismas estaciones pero con personajes diferentes. Retrato del vizconde en invierno (Destino) es su última entrega.
He visto que tiene una bandera española colgando en la terraza. Sí, porque soy constitucionalista y defiendo las libertades que representa esa bandera. Y, además, estoy cansado de crisis territoriales, de la agresividad que nunca encontré en Barcelona y ahora encuentro. La Barcelona que conocí era una ciudad espléndida a la que echo mucho de menos.
Pero los personajes de sus novelas suelen ser burgueses madrileños, cultísimos, que viven en el Paseo del Pintor Rosales o por Los Jerónimos igual que podrían vivir en St. Germain-des-Prés... No parecen especialmente españoles. Es verdad. Supongo que es porque en mi casa había una parte de la familia que era francesa y también un entusiasmo anglosajón, desde siempre. Inglaterra mucho más que Estados Unidos. Y eso sale en mis novelas mucho. Yo los veo más parisinos que londinenses. Puede ser. Extranjeros, en cualquier caso, con un punto de lejanía. Yo soy muy castizo, sólo podría ser español y eso se ve en mi manera de escribir. En todos los libros está el interés por cómo se habla el español en la calle... Pero pasé 12 años en Inglaterra y algo se me quedó, quizá en el humor. También me gusta mucho la literatura alemana. Me acuerdo de Thomas Mann, que decía que de la filosofía tomaba el color. Aunque eso creo que venía de Paul Valéry y yo también lo hago mío. Me imagino que por eso me salen personajes cultos. Y de la literatura española, ¿qué le gusta? Lo que me gusta más es la poesía. De lo que de verdad sé es de poesía española y del romancero, de todas las épocas. Yo soy muy poeta y aún escribo poesía. Ahora preparo un libro, el quinto de poesía de los míos, que se va a llamar De senectute. Cantos y madrigales. La senectud es mi gran tema desde hace años. Al mismo tiempo, sacaré otro libro que se va a llamar Los campeonatos de los octogenarios guapos, y que va a ser una novela cómica, humor blanco tipo Woodhouse. La comicidad, la comicidad como situación, no como una sucesión de chistes, es muy difícil. Es mucho mas fácil la tragedia. Si hubiese que explicar un supuesto humor español, ¿en qué consistiría? En la sátira. Yo hubiera preferidos que me dijera la ironía de Cervantes, que se reía de sí mismo, mejor que la sátira de Lope que era cáustico y un poco odioso. Claro, porque la sátira es muy difícil y tiene un punto muy amargo aunque sea divertida. Puede ser un problema intelectual porque el juego de la empatía no es muy compatible con la caricatura. La caricatura y el buen humor salen de la misma fuente pero se oponen. Pero mire, yo tengo una teoría que le quiero contar sobre el humor. Creo que el sentido del humor es de derechas. La izquierda no tiene buen humor ni comicidad. Me imagino que me van a querer matar por esto que digo...
Supongo que no es fácil que las bromas funcionen bien cuando uno cree sin fisuras en la justicia de lo que dice. Claro, desde las causas justas salen hombres rectísimos y nobilísimos. Pero el sentido de lo guasón necesita una gota de cinismo. No creerse del todo lo que uno dice. Yo mismo... Mi definición como hombre público consiste en que hablo desde el buen humor de temas muy serios: la política, la vejez, el erotismo. Y todo lo digo medio en broma. Medio en broma, medio en serio. ¿Y qué otra cosa podemos hacer con los políticos que tenemos? Se toman tan en serio a sí mismos... ¿Cómo no reírse con las declaraciones de Celaá? «No hay que suspender para cuidar la autoestima y no quitarles consistencia emocional a los alumnos...». Es una locura. ¿Lo dice en serio? No lo sé, tiene que ser una broma. ¿Suspendió usted muchas asignaturas? Repetí quinto.
¿Cómo? ¿Un curso entero? Soy un caso pedagógico interesante. Porque mientras suspendía todas, escribía cinco o seis artículos al mes en la revista de los Escolapios de Santander. No pensaba más que en la poesía y en escribir. Claro, suspendí cinco asignaturas, no me presenté en septiembre y mis padres me enviaron a Valladolid de interno con los jesuitas al año siguiente. Para que espabilara. Eran gente muy recta, con un sentido del esfuerzo y del deber muy fuerte. ¿Y qué tal le fue de autoestima? Bien, de autoestima bien, pero pasé más frío en Valladolid que en Londres. Estaba José María Cajigal de maestrillo, que se decía entonces y... En realidad, los curas eran muy sabios porque me enderezaron y me dejaron escribir, que era mi vocación fortísima. Digo que eran sabios porque hacían eso que dicen ahora todos los pedagogos de la motivación y tal. Pero no me aprobaban si suspendía. Qué locura hubiese sido eso. Savater dice que muchos de los problemas de España se deben a que el Estado confió la educación a las órdenes religiosas. Que sin jesuitas no habría nacionalismo y la prueba es el caso de Francia. No estoy de acuerdo, pero puede que sea porque mi experiencia con los escolapios y con los jesuitas fue positiva. Me entendieron cuando era un muy mal estudiante. Me pesa lo que me pasó a mí, mi historia. Lo del nacionalismo... Eso es otra realidad, mis jesuitas no eran como Arzallus, desde luego. Las órdenes religiosas tienen muchos defectos pero fueron buenos pedagogos. Antes hablaba de la poesía española: en esta novela nueva hay un personaje, Aarón, que le dice a su novio que es muy guapo y que qué puro es su amor por esa belleza. Y el novio se ríe y le contesta que deje esa cosa pasivo-agresiva y cernudiana. Yo no sé tanto de Cernuda, explíqueme. Eso viene de Poemas para un cuerpo, que es un libro magnífico pero que tiene un poema que me parece muy problemático. Dice: Piense yo que es la imagen / fija siempre en la mente / no eres tú si no sombra del amor que en mí existe / antes que el tiempo acabe. Es un poema muy bonito pero es complicado porque plantea que lo que el poeta tiene de su amante es una imagen y, por tanto, lo condena a ser una sombra. En Cernuda, el deseo convierte a las personas en iconos. Es un amor de una sola dirección. No es un amor de personas maduras, en realidad. En Contranatura hablaba de eso, del amor homosexual y de la relación que tenemos los homosexuales con la belleza de las personas, que puede ser un poco devoradora en algunos casos. En realidad, a lo que iba es al tema de la actitud pasivo-agresiva, que se ha vuelto muy prestigiosa en nuestro mundo. Sí, en la Real Academia lo hemos visto. Los gitanos nos presionan, las mujeres también y está bien, lo entiendo. Pero es verdad que el mundo se ha llenado de gente un poco quejica. El movimiento LGTB me parece quejica, por ejemplo. Pero es que yo... Yo soy un homosexual pregay, que es como me definió una vez Eduardo Mendicutti. Bien: un pregay no se queja; pelea y entra en el juego y no se achica. Somos de otra época, supongo. Se supone que éste es un buen país para ser homosexual. ¿Lo ve usted así? Sí que lo es. Y no lo fue siempre. Porque España no es un país muy culto, tiene algo atávico que nos llama... Y a poco que uno rasque se encontrará con tópicos muy incrustados. Cuando salen las grabaciones de la ministra Delgado diciendo que Grande-Marlaska es un maricón... Fíjese, una mujer educada, con una carrera profesional, que se ve en un restaurante de cinco tenedores y, de pronto, siente lo atávico, siente algo que le sale de un alma hispana y cavernaria. Y entonces no puede dejar de decir maricón como un insulto. Estoy seguro que ese instinto atávico también existe en Alemania y en Francia y en Austria y... Supongo que sí. Cuando vivía en Inglaterra existía, desde luego. La homofobia que yo veía en Inglaterra era peor que la que teníamos en España.
¿Usted usa la palabra maricón? Sólo como broma. Bueno, referida a mí mismo sí, a veces. ¿Y en qué momento se dio cuenta de que España se había vuelto un país amable? Yo creo que empezó cuando Pedro Zerolo empezó a tener relevancia. Y también José Luis Rodríguez Zapatero, que es un presidente al que no veo con mucha simpatía, tuvo un papel interesante. ¿Y recuerda cuándo España dejó de ser un país pacato y se volvió un buen lugar para la vida alegre? Es que yo no tengo tan claro que la sexualidad sea la vida alegre. Ni para los homosexuales ni para los heterosexuales. Desde luego que yo no he llevado una vida alegre. La sexualidad humana no es del todo alegre, más bien la veo como algo muy serio y muy profundo. Algo de lo que hay que hablar y que hay que practicar. El que pueda, que lo practique, desde luego. Pero no creo que nadie esté libre de tener una vida sexual accidentada y con muchos momentos de dolor. Tampoco los heterosexuales. Bueno, pero estará de acuerdo en que mejor no ser pacato que ser pacato. Claro, porque es mejor no ser hipócrita que ser hipócrita. Eso sí que se le puede reprochar a la Iglesia, que ha vivido en una actitud hipócrita entre el parecer y el ser. Por eso los escándalos de pederastia y de ocultación que se van descubriendo. Ahora parece que vamos a un mundo en el que lo erótico y lo romántico son dos esferas que se desligan y que el sexo es una necesidad más que se satisface pragmáticamente. Da pena eso, ¿verdad? Porque desaparece la ternura. La pareja no sólo se ofrece satisfacción sexual, ofrece ternura, apoyo... Lo de ligar por el móvil me parece tremendo. Yo creo que este erotismo líquido y continuo lleva a la muerte del amor. Pero le confieso que ahora salgo muy poco, no tengo mucha información directa de nada.
Para el afecto somos buenos en España, ¿no? Los padres besan a los hijos, los amigos se abrazan... Por comparación, sí, mucho. En Inglaterra hay una aspereza generalizada, es terrible. Es cómodo vivir en España. Yo me siento muy integrado en esa forma de estar en España. Tenemos muchas ventajas de las que no somos conscientes.
Hablemos de UPyD. Si le digo que lo que me gustaba de la UPyD en la que usted militó es que no les daba miedo caer mal... A mí también me gustaba eso. Pero a la gente no, y la realidad es que no conseguimos que nos votaran, supongo que porque les caíamos mal. El último mitin en el que participé fue en la Plaza de Ópera, con Rosa Díez y Savater. Éramos muy pocos. Al otro lado, Podemos estaba dando uno de sus primeros mítines en Sol y ya eran miles de personas.
Eso le pasó al partido de Tierno y a tanta gente bienintencionada. Bienintencionada y poderosa. Los proyectos de centro son complicados siempre. Para Ciudadanos también lo es, porque tienen que ser críticos pero tienen que pactar. ¡Ya no va a haber más mayorías! Y no deben ser equidistantes, porque la equidistancia es una cobardía, pero sí que tienen que estar en medio. Le hubiera ido mejor a UPyD con una imagen más amable, ¿verdad? Eso tiene que ver con la personalidad de Rosa, que tiene un carácter muy fuerte y muy desafiante. A mí eso me gusta pero a mucha gente le asustaba. ¿Por qué Rosa no despertaba las enormes simpatías que despierta Inés Arrimadas? Me incluyo entre los que la ven con buenos ojos, que conste, pero no sé cuál es la diferencia. Al final acabamos por caernos mal entre nosotros mismos.
¿Cuánto hace que volvió a España? ¿45 años? Fue en 1978, hace 40 años. Llevaba 12 años en Inglaterra y empezaba a no saber ni dónde estaba. Compare las expectativas políticas que tenía en 1978 con la realidad tras 40 años. ¿La da por buena? Supongo que sí. A mí me parece que vivimos en una democracia agitada pero democracia. No creo que tengamos una crisis de la democracia, eso no lo creo en absoluto. Conforme a los criterios de
