Discursos e Intervenciones

Discurso pronunciado en el Acto Central por el XXV Aniversario de la Ley de Reforma Agraria, 17 de mayo de 1984

Fecha: 

17/05/1984

Campesinos;

Compatriotas de Yara, de Granma y de Cuba:

En estas tierras de Granma, donde comenzaron nuestras luchas por la independencia y donde se iniciara la última guerra liberadora de nuestra patria, conmemoramos hoy el 25 aniversario de la Ley de Reforma Agraria, el 23 aniversario de la ANAP, y el Día del Campesino (APLAUSOS).

Realmente, podríamos decir que una fecha como la de hoy no es solo el Día del Campesino, sino también el día de los trabajadores agrícolas (APLAUSOS), un día que fue fundamental y definitorio de la Revolución, un día de todo el pueblo, por el significado que tuvo esta Ley de Reforma Agraria, que se firmó en la Comandancia General de la Sierra Maestra, y constituyó la primera medida verdaderamente profunda de la Revolución; como hemos dicho en otras ocasiones, la que nos enfrentó directamente al imperialismo yanki.

¿Qué situación vivíamos hasta aquel momento? Para citar algunos ejemplos, podemos decir que 13 de las principales compañías norteamericanas eran dueñas de casi 100 000 caballerías de tierra, y que 40 grandes latifundistas ganaderos eran propietarios del 25% del área de pastos del país. Desde principios de la República, a comienzo de este siglo, se produce una gran penetración de las empresas norteamericanas, que, a precios irrisorios, se apoderan de la mayor parte y de las mejores tierras de Cuba. Fue época de repartos; no de repartos de tierras a los campesinos, sino de repartos de tierras, en cantidades colosales, a los grandes magnates.

Así, ocurrió que muchos de los campesinos que fueron base fundamental en las luchas por nuestra independencia, que lucharon primero durante 10 años, se mantuvieron en rebeldía y continuaron de nuevo la lucha en 1895, al finalizar la guerra habían perdido sus tierras; y muchos de los que colaboraron con los españoles, de los que se enriquecieron a lo largo de aquellas luchas, al final resultaron ser poseedores de la mayor parte de las tierras agrícolas del país. Un dato: el 3% de los dueños de tierra, poseían en 1959 el 56% del total de las tierras agrícolas del país.

Muchos jóvenes y niños aquí presentes, no conocieron la trágica situación que este desigual disfrute de los recursos naturales del país ocasionaba a nuestros campesinos y obreros. Recordamos bien los desalojos, los crímenes cometidos, el tiempo muerto, los cientos de miles de trabajadores sin empleo, el ingreso miserable por familia, de modo que alrededor del 70% de las familias del campo, que incluían a campesinos y obreros, tenían ingresos que no rebasaban 40 pesos mensuales; la situación de hambre real, de miseria, de humillación, de insalubridad, de analfabetismo que padecían nuestros campesinos y obreros, víctimas no solo de la explotación más descarnada en su trabajo, sino también de toda clase de abusos y de injusticias; víctimas de toda clase de agiotistas, especuladores e intermediarios.

Bien conocimos nosotros esta situación, y no podemos olvidar lo que ocurría cuando llegamos a la Sierra Maestra, donde se habían refugiado miles de campesinos huyendo del tiempo muerto, del desempleo y del hambre, y que con miles de trabajo se las arreglaban para ocupar un pedazo de tierra, desmontarlo, cultivar algunas viandas y café, para poderlo disfrutar solo dos o tres años, cuando las tierras tenían propietarios latifundistas conocidos, o cuando iban a trabajar en tierras que eran del Estado, y donde una vez que ya habían logrado, a costa de inmensos esfuerzos, disponer de algunos cultivos y de algún café, siempre aparecían los representantes de las grandes compañías y de los grandes terratenientes que querían apoderarse de aquellos terrenos ya cultivados. Por eso había un gran número de campesinos precaristas que vivían en el incesante temor de ver aparecer a los dueños supuestos, a los jueces, a los representantes legales y a la Guardia Rural para desalojarlos.

Aun en los mismos comienzos de la guerra, la presencia de una fuerza rebelde servía de pretexto para bombardear y desalojar a los campesinos. En aquellos días ellos subestimaban aquella pequeña fuerza, creían que estaba liquidada, pero aprovechaban la coyuntura revolucionaria para llevar a cabo los desalojos masivos de campesinos con el pretexto de la guerra.

La situación sanitaria era realmente espantosa: en todas las montañas del país no había un solo médico, no había un solo hospital, un solo dispensario; la mortalidad infantil era elevadísima, no existen cifras confiables, se supone que era más de 60 por cada 1 000 nacidos vivos. Pero si consideramos la situación de los campesinos y, sobre todo, de los que vivían en las montañas, no sería exagerado decir que morían más de 100 de cada 1 000 nacidos vivos cada año. Recordamos epidemias de gastroenteritis, de tifus y otras calamidades que realmente costaban la vida cada año de miles de niños campesinos.

Y cuando el campesino criaba algo, tenía algún cerdo o algún animalito, no lo consumía, lo guardaba para cuando tuviera la desgracia de alguna enfermedad en la familia, salir al mercado, venderlo, buscar 5 pesos, 10 pesos para pagar la asistencia médica, que estaba, por lo general, muy distante y era muy ineficiente, también para pagar los medicamentos, que eran caros. Todo el mundo recuerda aquella tragedia, aquella angustia del campesino, aquel azote que constituía para todo el país en general, pero mucho más para el campo, para los campesinos y para los obreros agrícolas, la situación sanitaria en nuestro país.

La situación educacional era similar. Si en el país el analfabetismo era de alrededor del 90%, en los campos era del 40% o del 50%, y en las montañas de más del 50%. No había prácticamente escuelas en las montañas, muy pocas en los llanos, y rara vez los niños que podían acudir a la escuela llegaban al segundo o al tercer grado. Realmente la cobertura educacional antes de la Revolución, alcanzaba solo al 38% de los niños en las áreas rurales; el 62% no tenía ni maestros, ni escuelas, ni libros, ni tenía otro camino que no fuera el de permanecer ignorante toda la vida.

Los productos muchas veces no tenían mercado, había que venderlos a precios irrisorios; las ganancias iban para los intermediarios; los créditos prácticamente no existían, solo muy contados campesinos medios y algunos campesinos ricos, podían obtener algunos créditos en los bancos, pagando un interés altísimo y expuestos constantemente a la confiscación, a la hipoteca, a la pérdida de la propiedad.

La seguridad social no existía prácticamente en los campos. Un obrero agrícola cañero, cuando recibía, después de mucho trabajo, una jubilación, era de alrededor de siete pesos al mes.

Este era el cuadro, en términos generales, a lo cual se añadía la falta de comunicaciones, falta de transportes, falta de caminos, falta de todo. Esa era la real situación de nuestros campos antes del triunfo de la Revolución.

La Revolución, al proclamar la Reforma Agraria el 17 de mayo de 1959, liberó a la masa campesina y a la masa obrera de la explotación: 100 000 arrendatarios, aparceros y precaristas, se convirtieron en propietarios en virtud de esa ley; y en virtud de esa ley, los grandes latifundios extranjeros y nacionales estaban condenados a desaparecer.

Se producía con aquella ley el inicio de la liberación no solo de los campesinos, sino también de los obreros agrícolas: comenzó el fin del tiempo muerto, del robo a que eran sometidos constantemente los trabajadores agrícolas, cuyos salarios se burlaban a través de numerosos procedimientos. Se daba el caso de muchos obreros agrícolas que nunca cobraban en efectivo, porque cuando les pagaban ya lo debían todo desde hacía mucho tiempo, y, en ocasiones, ni siquiera en zafra, tenían oportunidad de contar con algún dinero en efectivo. En aquella época, muchas veces había que hacer colas en los cañaverales para cortar caña, entonces sí que no existía un solo transporte, un solo albergue decoroso para el cortador de caña, no existían comedores obreros, no existía ninguna seguridad, no existía ninguna garantía para los obreros en nuestros campos.

Eso ha cambiado, testigos somos todos nosotros, los que teníamos uso de razón al triunfo de la Revolución (APLAUSOS). Hoy el cuadro es totalmente diferente: los especuladores, los agiotistas y los intermediarios desaparecieron, los mercados se aseguraron para toda la producción campesina, ya no era necesario guardar el cochinito, ni las gallinas, ni el chivito para cuando surgiera una necesidad familiar en cuestiones relacionadas con la salud. Desapareció la preocupación con relación a la educación; desaparecieron los robos, las rentas para gente que no trabajaban; los contratos de aparcería, los desalojos. El campesino fue absolutamente dueño de la tierra que trabajaba; y algo más, en 25 años de Revolución, nunca pagó un centavo de impuesto, los impuestos se empezaron a cobrar casi 25 años después de la Ley de Reforma Agraria.

Se construyeron decenas de miles de kilómetros de caminos y carreteras; se crearon 52 hospitales rurales y casi 200 dispensarios y postas médicas, aparte del acceso de los campesinos a los hospitales municipales, provinciales y nacionales. Una gran batalla se libró en el campo de la salud pública, muchas enfermedades desaparecieron: la gastroenteritis, por ejemplo, que todavía en el año 1960 significaba la muerte para más de 4 000 niños, se redujo a 400 —la décima parte—; desapareció la poliomielitis, desapareció el tifus, desapareció el paludismo, desapareció la rabia humana y varias otras enfermedades (APLAUSOS). La mortalidad infantil se fue reduciendo progresivamente hasta estar por debajo de 17 ya en 1983. Las perspectivas de vida se alargaron hasta 73 años. La seguridad que experimenta hoy una familia campesina con respecto a sus hijos, a sus seres más queridos, fue conocida por primera vez en nuestros campos, no solo recibió los servicios médicos, sino también servicios estomatológicos, y este avance continúa, y en el futuro lograremos todavía más éxitos.

Ya en el próximo año, en esta provincia de Granma, un conjunto de comunidades campesinas va a tener el médico al lado, y esperamos que en un futuro no muy lejano cada comunidad campesina, aparte de los policlínicos, hospitales municipales, provinciales y nacionales, tendrá un médico al lado (APLAUSOS). Para eso estamos graduando miles de médicos cada año y están ingresando más de 5 000 alumnos en las facultades de Medicina, facultades que están hoy ya en las 14 provincias del país para que cada provincia produzca sus médicos y sus especialistas; para que no tengan que venir de occidente, no tengan que venir de La Habana.

Con vistas a estos proyectos, se comenzó el pasado año a experimentar el trabajo de estos médicos que trabajarán con las familias, que estamos seguros de que elevarán aún más y, considerablemente, los niveles de salud de nuestra población urbana y rural, de modo que bien podremos decir que ningún otro país del mundo contará con la cobertura de salud pública que va a tener nuestro pueblo en las ciudades y en el campo (APLAUSOS) .

No fue solo la entrega de la tierra a los campesinos que la trabajaban, no fue solo la liberación de los obreros agrícolas; sino que en todo un conjunto de aspectos fundamentales podríamos decir que el 17 de mayo comenzó la liberación de nuestros campesinos y nuestros obreros agrícolas (APLAUSOS).

Hablé de la salud, pero podríamos hablar de la educación. Hoy el ciento por ciento de los niños del campo, hijos de campesinos o de obreros agrícolas, tiene asegurada la educación, y la tiene asegurada desde hace ya muchos años. Recuerdo los primeros tiempos, cuando no teníamos suficientes maestros, o no teníamos maestros para enviar a las montañas, que hubo que acudir a los estudiantes, a los maestros voluntarios. ¡Eran días difíciles aquellos, en que nos enfrentábamos a los problemas prácticamente sin los recursos humanos necesarios!

Comenzó poco tiempo después la Campaña de Alfabetización, en virtud de la cual en solo un año, cifra verdaderamente récord y no igualada por ningún otro país, fue prácticamente erradicado el analfabetismo. Después vinieron los cursos de seguimiento, y hoy podemos decir no ya que no existe un campesinado analfabeto, sino que el campesinado, a través del esfuerzo sostenido y tenaz de la ANAP, en colaboración con los organismos de educación, ha logrado vencer la batalla del sexto grado (APLAUSOS), y se prepara y lleva a cabo la batalla por el noveno grado, junto con el resto de los trabajadores del país (APLAUSOS).

¡Quién iba a decirlo, hoy la masa de nuestros campesinos tiene mucho más nivel cultural y educacional, del que tenía una gran parte de los mayorales y capataces del capitalismo! (APLAUSOS), e incluso más conocimiento que el que tenían muchos de los terratenientes. Y no solo unos conocimientos superiores, una instrucción muy superior, sino una cultura superior no solo una cultura general, sino también una gran cultura política (APLAUSOS) .

En aquellas épocas andaban los sargentos políticos haciendo campañas electorales, comprando cédulas y realizando otros chanchullos. Eso solo se puede hacer en medio de una población explotada e ignorante.

¿Quién se imaginaría a alguien en este país hablándole hoy a un campesino para que vote por este, por el otro, para que le venda el voto? O hablando con un campesino para que le entregue la cédula, si es que quiere una consulta en un hospital, o si quiere una recomendación para buscar un empleo público, y no solo un empleo público, sino incluso también un empleo en una empresa privada. ¿Quién se podría imaginar hoy ese personaje, ese sujeto en nuestras ciudades y nuestros campos? ¿Quién podría ser hoy capaz de engañar a uno solo de nuestros campesinos? ¿Cuál de ustedes sería capaz de dejarse engañar tan miserablemente? (EXCLAMACIONES DE: "¡Nadie!"), para decirles después que eso es libertad, que eso es democracia. ¡No señor, eso era explotación, hambre, injusticia, engaño, abuso, opresión! (APLAUSOS)

Mas, no solo se cubrieron las necesidades educacionales de todos los niños y jóvenes, no solo se garantizó el estudio hasta sexto grado a través de programas de becas, sino que cientos de miles de campesinas y de jóvenes campesinos, se han preparado y se han capacitado en estos años.

Antes no había una sola escuela secundaria en los campos de Cuba, mucho menos un solo preuniversitario, y hoy nuestro país cuenta con 567 escuelas secundarias y preuniversitarios en el campo; la inmensa mayoría de ellos con excelentes instalaciones, donde laboran más de 20 000 profesores, y donde si bien estudian muchos jóvenes de las ciudades, el joven campesino tiene prioridad número uno para ingresar en las secundarias, en los preuniversitarios en el campo y todas las posibilidades de estudiar también en las escuelas tecnológicas y de obreros calificados urbanas.

Miles y miles, sería mejor decir decenas de miles de jóvenes, salidos de nuestros campos, gracias a esos programas, hoy son ingenieros, arquitectos, médicos, profesores, oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, cuadros del Partido y del Estado. Y hoy podemos asegurar con satisfacción, que todos los niños y todos los jóvenes de nuestros campos tienen iguales, si no mayores, posibilidades de estudiar que las que tiene cualquier niño o joven de la ciudad. Pero algo más, si decíamos antes que nuestros campesinos saben hoy más que lo que sabían muchos capataces y mayorales, incluso que muchos terratenientes, ¿qué será en los años venideros? Podemos decir que cualquier niño y cualquier joven cubano hoy tiene más posibilidades de educación, en mejores instituciones educacionales y con mejores maestros, que las que tenían los hijos de los mayorales, capataces y terratenientes (APLAUSOS). ¡Eso sí es justicia! ¡Eso sí es igualdad! ¡Eso sí es libertad! ¡Eso sí es dignidad! (APLAUSOS) Porque ya sabemos bien lo que les deparaba la sociedad capitalista a los niños y niñas y a los jóvenes: los malos hábitos, la corrupción, el juego, las drogas y la prostitución, que eso es lo que les depara el capitalismo a decenas y decenas de millones de personas en el mundo: vicios, calamidades y tragedias, que hoy no conoce nuestro pueblo (APLAUSOS).

La seguridad social hoy alcanza a todos nuestros obreros agrícolas, y recientemente se creó una ley que establece la seguridad social para los campesinos de las cooperativas de producción agrícola. Pero aun antes de esta ley, la seguridad social ayudaba y ayuda a decenas de miles de campesinos que, por una razón o por otra, no podían continuar trabajando y ganándose su sustento. Hoy el mínimo que recibe un obrero agrícola jubilado es 10 ó 12 veces más que lo que recibía cualquiera de los pocos obreros agrícolas en el pasado, aparte de los servicios gratuitos, como los de la salud, que brinda la Revolución.

De casi 800 000 personas que reciben los beneficios de la seguridad social, alrededor de 200 000 viven en nuestros campos, como antiguos obreros agrícolas o como campesinos. Si antes el ingreso de una familia campesina, de la inmensa mayoría, no rebasaba los 40 pesos, hoy el ingreso de cualquier trabajador del campo, obrero del campo, es cuatro o cinco veces superior a lo que recibía una familia entonces, a lo cual se añade un número mucho mayor de personas trabajando en el seno de cada familia.

De aquel mal, de aquella tragedia del tiempo muerto, ya nadie siquiera se acuerda. Hoy las posibilidades de trabajo sobran, en unas provincias más que en otras, porque hay que trabajar en la agricultura, hay que trabajar en la industria, hay que trabajar en las construcciones, y siempre, cuando no hay grandes construcciones en unas provincias, hay grandes construcciones en otras, en Santiago, o en Moa, o en Cienfuegos, o en La Habana, o en cualquier otro rincón del país. Desde que desapareció el desempleo, el problema es otro: encontrar la fuerza de trabajo para las múltiples actividades que debemos realizar.

Los trabajadores del campo rebasan ya el medio millón. En otros sectores, como la educación y la salud, trabajan alrededor de 600 000 personas en nuestro país; en las construcciones trabajan cientos de miles. Hemos podido introducir las máquinas sin problemas, sin dejar a nadie sin empleo. Antes, en el capitalismo, con aquellas condiciones sociales, ¿quién traía a este país una combinada cañera?, ¿quién traía una alzadora?, ¿quién traía una cosechadora de arroz? Había que hacer trabajos duros, muy duros, manuales, en la preparación de la tierra, en la cosecha cañera, en las cosechas arroceras, en las construcciones, en los puertos, en todas partes.

La Revolución con sus medidas de justicia social, con la política correcta, revolucionaria, socialista, no solo erradicó el tiempo muerto, el desempleo, la insalubridad, el analfabetismo; no solo llevó a las masas niveles de salud y niveles de educación que antes solo podían recibir un grupito reducido de privilegiados; sino que la Revolución ha liberado al trabajador, y especialmente en el campo, de los esfuerzos más inhumanos, más duros, al mecanizar la preparación de tierra, al emplear medios químicos para luchar contra las malezas, al introducir las alzadoras, las combinadas de caña, las cosechadoras de arroz, el transporte motorizado, los embarques de azúcar a granel y la mecanización de los puertos.

Antes un hombre en el campo tenía que trabajar 12, 13, 14 horas para obtener un ingreso miserable, de hambre. Por primera vez, en la historia de nuestros campos, se hizo realidad la jornada de ocho horas, y cuando los hombres trabajan 9, trabajan 10, trabajan 11 y trabajan 12, lo hacen voluntariamente, espontáneamente, entusiastamente porque saben que están ayudando a la economía del país y se están ayudando a sí mismos (APLAUSOS); porque saben que reciben una retribución justa. Esto demuestra cómo la obra de la Revolución no es para grupitos de privilegiados, sino para beneficio de todo el pueblo (APLAUSOS).

En estos 25 años, desde que se proclamó la primera Ley de Reforma Agraria, se han invertido en nuestros campos aproximadamente 10 000 millones de pesos, el número de tractores se ha multiplicado ocho veces, la aplicación de fertilizantes se ha multiplicado por diez, la aplicación de pesticidas por cuatro, se introdujeron masivamente los herbicidas, la capacidad de embalse se ha multiplicado ciento veinticinco veces con relación a la que existía antes de la Revolución y las áreas de regadío se han multiplicado por cuatro, alcanzando casi un millón de hectáreas; se han realizado alrededor de 3 000 instalaciones agrícolas e industriales, y con los centros de acopio, las escuelas en el campo y el desarrollo de nuestra industria eléctrica se han electrificado grandes áreas de nuestros campos incrementando extraordinariamente la cantidad de familias que reciben el beneficio de la electricidad. Actualmente se desarrollan planes de microhidroeléctricas, y se han hecho experimentos, también en esta provincia Granma, para llevar durante algunas horas al día, mediante pequeñas plantas, la electricidad a decenas de comunidades campesinas en las montañas. Se proyecta en los meses venideros extender esta experiencia, que ha dado excelentes resultados, a todas las montañas de las provincias orientales.

El crédito, según datos estadísticos, tiene hoy día ochenta y dos veces el volumen que tenía antes del triunfo de la Revolución y treinta y cinco veces el número de beneficiarios, en condiciones muy diferentes, sin tener que hipotecar nada, sin tener que perder nada, con intereses bajos y con la consideración de las instituciones financieras del Estado, cada vez que ha ocurrido una catástrofe que ha afectado a un sector campesino.

Todo este esfuerzo se ha traducido no solo en una gran humanización del trabajo del hombre en el campo, ya casi no existe por ejemplo el ordeñador manual, casi todas las vacas en este país se ordeñan mecánicamente —no lo había mencionado con anterioridad—, no solo se ha humanizado el trabajo, sino que se han logrado considerables incrementos en la producción y en la productividad del trabajo. Baste señalar que si en1970 se utilizaron 350 000 macheteros, en esta zafra de 1984 se han utilizado alrededor de 80 000; es decir, menos de un 25% de los que utilizábamos hace 14 años. Y esto no ha significado desocupación para nadie, desempleo para nadie, porque otras muchas tareas importantes reclaman esos esfuerzos.

Todas las producciones casi sin excepción han crecido, y en algunos casos de modo realmente considerable. Para citar algunos ejemplos: la producción de huevos es doce veces mayor que la que se alcanzaba en 1960; la producción de carne de ave, tres veces mayor; la producción de carne porcina, cinco veces y media mayor que en 1960; la producción de cítricos, cuatro veces y media mayor, que dan idea no solo de la diversificación de nuestra producción agrícola, sino de los incrementos considerables que se han logrado en la producción y en la productividad, productividad que se ejemplifica como señalaba, en las zafras, en el número de macheteros hace 14 años y el número de macheteros que se usa ahora, y que se ha desarrollado igualmente en las construcciones, en los puertos, en la industria, en todas partes.

De modo que al cumplirse este XXV aniversario podemos tener un panorama claro, objetivo, de lo que significó para nuestros campos aquel paso que se inició el 17 de mayo de 1959 (APLAUSOS). Ahora el movimiento campesino, la ANAP y la masa de campesinos, tienen nuevas tareas por delante.

En la actualidad estamos enfrascados en la lucha por alcanzar formas superiores de producción en las tierras de los campesinos. Marcha adelante el movimiento de cooperativización, que es relativamente nuevo en la Revolución y que ha alcanzado un gran auge en los últimos tres años. Ya actualmente alrededor de 70 000 caballerías, que incluyendo 6 000 cedidas por el Estado, comprenden el 56% del total de las tierras de los campesinos, están cooperativizadas. De modo que si sumamos las granjas estatales y las cooperativas de producción agropecuaria, alrededor del 90% de nuestras tierras agrícolas trabajan hoy bajo formas superiores de producción (APLAUSOS).

En los primeros años se hicieron las mayores inversiones en las empresas agropecuarias estatales, que han avanzado considerablemente, ahora se pone el énfasis principal en el movimiento cooperativo campesino. Hay ya 1 457 cooperativas que tienen un promedio —unas mayores, otras menores—, de 50 caballerías por cooperativa. A pesar de ser un camino nuevo, a pesar de ser una actividad relativamente joven, los avances alcanzados son considerables. La inmensa mayoría de las cooperativas han obtenido éxitos, han obtenido utilidades, han reducido considerablemente el costo de producción y marchan podemos decir: muy bien, desde el punto de vista económico, y se analizan las causas por las cuales un reducido grupo de cooperativas no han obtenido todavía utilidades, buscando la relación que esto pueda tener con precios y otros factores que encarecen la producción, se descubren dificultades y problemas que tienen solución.

La mayor parte de las áreas cañeras están cooperativizadas, hay ya 42 cooperativas cañeras que alcanzan las 100 000 arrobas de caña por caballería, y desde que se inició el movimiento cooperativo en las áreas cañeras, las cooperativas han logrado un incremento de 13 200 arrobas por caballería y una entrega de 400 millones más de arrobas de caña, suficiente para producir medio millón de toneladas de azúcar.

Sabemos que hay dificultades, porque nos lo han estado comunicando los compañeros de la ANAP y del Partido, dificultades de distintos tipos que estamos analizando a fin de resolverlas. Les encontraremos solución a todos los problemas y a todas las dificultades, puedo asegurárselo (APLAUSOS) .

Los enormes éxitos alcanzados en todos los campos nos animan a seguir adelante. Ahora, creemos que debemos tomar esta fecha, para hacer el compromiso con la masa campesina de continuar avanzando hacia formas superiores de producción, de continuar impulsando el movimiento cooperativo para ver qué podemos decir sobre el cumplimiento de esta histórica tarea en el XXX aniversario de la Reforma Agraria.

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION) .

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