Por Pablo Rodríguez / @pablesrock

De alguna forma, antes del Estado de excepción decretado en Ecuador en el mes de marzo del 2020, el rock de este país vivía una suerte de cuarentena. A pesar de los varios conciertos internacionales anunciados para este año, los diversos discos que estaban a punto de salir –algunos lo hicieron este tiempo de encierro– y la constante actividad cercana al rock, en la escena local se vivían algunas cosas que no permitían una mayor fluidez.

El momento en que el escenario se cerró, no es que se dio un cambio tan drástico, salvo en términos económicos por aspectos sobre todo vinculados a la producción de conciertos –locales e internacionales–, mercadería y similares. Público asistiendo en pocas cantidades a conciertos, un declive notorio en ventas de discos, un cada vez más amplio consumo de música y videos en YouTube, Bandcamp, Spotify y similares demostraban que algún engranaje del sistema no estaba funcionando bien antes de la pandemia.

La cuarentena activó al rock desde la red, uno de los primeros hechos notorios fue la liberación temporal en Vimeo del documental Estación Polar, de David Holguin. Espacios radiales como La Zona  del Metal, o Al Sur del Cielo Radio destacan su engagement por sus transmisiones a través de Facebook, así como los Faceboks Live de Telon de Acero, incluso un programa como Prohibido Prohibir –que salió del FM en octubre del 2019– se ubicó sólidamente en la red con sus emisiones sobre todo a través de Instagram. 

Los streamings de shows de varias bandas de rock empiezan a sumarse, todos en formato de acceso libre, hasta que este formato empezó a probarse con acceso pagado, en casos como los de Sal y Mileto y Basca. A partir de eso, las transmisiones para las que hay que pagar se mantienen como una tendencia en desarrollo, pero que necesita un tiempo para medir su efectividad.

Esta cuarentena también demostró que los medios que hablamos de rock no hemos hecho todas las preguntas necesarias. Por eso, a través del formato de acceso libre, varias bandas contaron sus historias alrededor de su música, tanto en grupos jóvenes como Hadas y Magos, o de amplia trayectoria como Sobrepeso, quienes contaron sus pormenores vía Facebook Live.

En cuanto a producciones discográficas, estás han sido constantes y, lejos de lo que se habría podido suponer, ahora tenemos una no poca colección de títulos salidos en esta etapa de encierro. Por citar algunos: Kon, Claustrofilia y Bleding Torment, de Pluteras Records; así como ‘Entre el  cielo y la tierra’, de Bajo  Sueños, o ‘Irkalla’ de Reject Messiah.

Este breve –e incompleto– recorrido sobre lo que ha sucedido en torno al rock en Ecuador en medio del encierro demuestra por qué, a pesar de ese elemento que no está funcionando bien en el sistema, la escena no ha caído, siempre ha estado activa. Y el primer elemento que puede explicar este fenómeno es que para los actores del rock la prioridad es lo creativo,  sin que lo económico sea lo que determina el impulso del trabajo, al menos no mientras una idea se consolida y toma vuelo.

Lo público es otro elemento importante en el día a día de la acción artística, de cualquier rama, y en esto las cosas no estaban en su mejor forma antes de la cuarentena. Las políticas públicas en cuanto a emisión de permisos para conciertos de rock siempre han sido ‘estrictas’, a raíz de la tragedia en Factory, que se supone debió ser el momento en el que la autoridad iniciaría un proceso para comprender las dinámicas de esta expresión musical. Pero simplemente decidieron basarse en el supuesto de que para que no se dé otra tragedia de esa magnitud, había que aumentar el ‘control’, por eso es habitual ver cómo se requisan esferos, marcadores, labiales, cosas que a lo mejor en una novela de ficción podrían causar daño a quien asiste a un concierto.

Por otro lado, la existencia de los festivales –ese espacio que, aunque no lejos de la mirada crítica, ha sido una parte importante de la escena– se ha visto muy inestable en los últimos años. Algunos eventos han desaparecido y otros se han realizado de manera irregular, para ahora obligarse a una para indeterminada, cuyo regreso depende de las nuevas disposiciones sobre el uso del espacio público y de las medidas de bioseguridad para reuniones masivas.

El distanciamiento social será una de las últimas normas en levantarse, por ende, indispensable considerarlo para la ‘nueva normalidad’. Imaginemos un concierto punk, heavy, hardcore… movidas en las que la obligación de ubicarse a metro y medio de distancia, por la propia cadencia de la música, será una labor harto difícil de respetar.

Tal vez unos dos o tres temas transcurrirán según lo indicado, pero luego, al calor de los riffs, coros provocadores y voces trepidantes, la distancia quedará pulverizada en medio de la rueda de mosh. ¿Será posible vivir un concierto a metro y medio y, a lo sumo, cabeceando en medio del más feroz de los pogos? Muy difícil.

El rock ya estaba en cuarentena
Foto: Mario Egas.

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Diana Cárdenas, en el encuentro 4 Estaciones del rock, en 1988. Foto del archivo de Pablo Rodríguez que acompaña su libro Charlas de Rock Vol. 1.

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