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Don de Gentes
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sacrificio sin esperanza

En tiempos difíciles, los políticos que nos representan parafrasean a Churchill, Roosvelt o Luther King. Al menos, en EE UU la clase política no se metería en semejante jardín

Elvira Lindo
Manuel Azaña durante un mitin en la plaza de toros de Las Ventas.
Manuel Azaña durante un mitin en la plaza de toros de Las Ventas.

A los políticos les encanta adornarse con frases de grandes hombres. Es una manera de blindar sus actos. Usan a los grandes hombres muertos o a las grandes mujeres muertas, sobre todo, cuando se trata de defender lo indefendible. Los escritores también lo hacen a menudo. Usan a los grandes escritores muertos para defender su idea de la literatura. Cada escritor vivo tiene a su escritor muerto para que le defienda, pero en el caso de los literatos es disculpable porque ese recurso solo persigue engordar vanidades, ni tan siquiera sirve para vender más libros, y menos en estos tiempos. Pero en el caso de los políticos, el vicio de usar palabras de muertos para respaldar decisiones que afectarán a todo un país es un aprovechamiento tramposo. En estos tiempos difíciles, de esas bocas que nos representan salen como disparos las palabras de Churchill, de Roosevelt, de Orwell, ¡de Camus! Incluso de Luther King: ¿no es prodigioso que nuestro ministro de justicia utilice sin sonrojo las palabras del hombre que vivió y murió por defender los derechos civiles para negarle a las mujeres el derecho a decidir por su cuenta? Al menos, en Estados Unidos, los aspirantes a representar al partido republicano no se meterían en ese jardín. No me los imagino citando al doctor King. ¡Cómo repetir las palabras de un hombre que creía en una sociedad ciega, que no distinguiera razas o condiciones sociales! Estos republicanos de ahora son más consecuentes y citan a Dios en su lucha contra el aborto y la planificación familiar. Creen honestamente que el Altísimo está de su parte, lo cual no es verificable, pero en eso consiste la religión: en creer sin pruebas.

Todos debemos cumplir con las promesas a Europa pero no parece que vayamos hacia una legítima mejora

Recuerdo cuando el expresidente Aznar comenzó a trufar sus discursos con palabras de Manuel Azaña. Abrió la caja de los truenos. No estoy queriendo decir que un político de derechas no pueda citar a Azaña, en realidad me parecería hasta saludable si la cita fuera usada por un conservador que de alguna forma se emparentara con el humanismo de los muertos con los que se adorna. Pero, ay, Azaña se convirtió en el muerto más citado por la derecha menos moderada y en el muerto más citado por ciertos izquierdistas poco templados. Con lo cual, esta moda derivó en algo que el viejo político hubiera detestado: las dos Españas transformadas en los dos Azañas. Pero esta crisis económica, abrasiva con cualquier debate que no se refiera a la urgente supervivencia, ha dejado un poco atrás los asuntos de la guerra. No hay más tiempo que el presente, y este presente precisa de otros muertos que nos cubran las espaldas. Este es un tiempo para citar a Roosevelt. De vez en cuando, nuestros políticos se sienten Roosevelt y piden, como hiciera el presidente más admirado del pueblo americano, un tremendo sacrificio al pueblo.

El problema es que, en realidad, no se parecen nada a aquel viejo presidente, ni su manera de encarar esta crisis se parece a cómo plantó cara aquel gobierno a la situación más desesperada que ha vivido América. En primer lugar, esos grandes hombres tan citados se dirigían a su pueblo con bastante frecuencia. Hacían partícipe al ciudadano de la situación. Le pedían un sacrificio pero, a cambio, le ofrecían esperanza. Estos días, leyendo al detalle en qué van a consistir los recortes en los presupuestos, me preguntaba por qué nadie se ha dirigido a nosotros y en virtud de qué se nos pide un sacrificio tan desproporcionado. Dejamos morir la cultura, dejamos morir la investigación, recortamos en gasto social, abandonamos a los débiles a manos de sus familias, eliminamos dinero del presupuesto educativo, anulamos becas. Y todo esto… ¿a cambio de qué? Porque lo lógico sería que el esfuerzo que se exige fuera el comienzo del fin de una pesadilla. Pero no. Se pide un sacrificio sin esperanza. Todos debemos cumplir con las promesas a Europa, pero no parece que vayamos hacia una legítima mejora. Debemos sacar al país de la ruina. Al país (ese ente abstracto), y parece que a cambio obtendremos un futuro tan malo como el presente que padecemos. Toda una nación luchando porque cuadren no sé qué cuentas, pero navegando sin rumbo.

De vez en cuando nuestros políticos se sienten Roosevelt y piden un tremendo sacrificio al pueblo

Como casi todos los españoles que viven un tiempo en el extranjero, después de unos años me empecé a sentir incómoda con la cantidad de fiestas, puentes y celebraciones que se disfrutan en nuestro país. Es lógico que al estar sometida a la influencia de la cultura protestante se acabe por dudar de la cultura del ocio a la española. Pero esta semana, furiosa ante el anuncio de un ajuste presupuestario que puede no servir para nada, y con el temor a que esas medidas estrechen aún más nuestra frágil economía, pensé, qué coño, si nadie se siente en la obligación de dirigirse a nosotros para explicarnos qué podemos esperar del futuro y qué es lo que debemos hacer a cambio de qué, lo más saludable es que nos vayamos todos de vacaciones. Lo pensé, sí, lo pensé cuando comencé a ver que el número de cartas en el correo disminuía, que había columnistas que faltaban, que la actividad en las redes se paralizaba, que la gente comenzaba a colgar fotos de paisajes soleados, que te pedían con impaciencia que entregaras lo tuyo para cerrar el chiringuito. Opté por unirme a la feliz haraganería, y aquí me tienen, de vacaciones no pagadas.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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