DEBATE Con la participación de algunos de los científicos y escritores más prestigiosos del mundo

Los ratones de laboratorio, la superioridad humana, el infinito y otras ideas científicas obsoletas

  • La revista 'Edge.org' ha planteado este año a algunas de las mentes más brillantes del planeta la siguiente cuestión: "Qué idea científica va siendo hora de jubilar?"

Un ratón de laboratorio en el animalario de la Universidad...

Un ratón de laboratorio en el animalario de la Universidad Complutense. CARLOS ALBA

Cada año, la revista Edge.org plantea una pregunta a las mentes más brillantes del planeta. En esta ocasión, el editor John Brockman y su equipo ha planteado la siguiente cuestión: ¿Qué idea científica va siendo hora de jubilar? En la prestigiosa encuesta intelectual han participado científicos de la talla del biólogo británico Richard Dawkins y el novelista Ian McEwan.

Tal y como ha explicado el propio Brockman en The Observer, Edge.org se fundó en 1996 como la versión on-line de The Reality Club, una reunión informal de intelectuales que entre 1981 y ese año se citaban en restaurantes chinos, estudios de artistas, bancos de inversión, salas de baile, museos, salones y otros lugares".

Aunque los eventos se han trasladado al ciberespacio, el espíritu del Reality Club permanece en las vivas discusiones de ida y vuelta sobre los temas candentes sobre los que hoy pivota el debate intelectual", explica Brockman.

"El salón on-line alojado en Edge.org es un documento vivo de los millones de palabras que ha producido la conversación en Edge en los últimos 15 años. Está disponible de forma gratuita para todos los internautas".

Para resumir la visión que inspira el proyecto de la pregunta anual de Edge, Brockman cita una frase del artista James Lee Byars: "Para conseguir cosas extraordinarias, tienes que buscar a personas extraordinarias".

"A través de los años, Edge.org ha tenido un criterio muy simple para escoger a sus colaboradores. Buscamos a personas cuyo trabajo creativo ha ampliado nuestro concepto de qué y quienes somos. Algunos son autores superventas o celebridades de la cultura de masas. La mayoría no. Preferimos estimular el trabajo en la vanguardia de la cultura y la investigación de ideas que no suelen exponerse. Nos interesa el 'pensar inteligente', no los tópicos de la 'sabiduría recibida", concluye Brockman.

A continuación presentamos algunas de las mejores respuestas a la pregunta anual de Edge.org, cedidas a la edición digital de EL MUNDO gracias a un acuerdo con la revista digital. Las respuestas de todos los participantes en este proyecto pueden leerse en inglés aquí.

1. La utilidad de los ratones de laboratorio

Azra Raza, profesor de Medicina y director del Centro MDS, Universidad Columbia, Nueva York

Una verdad evidente que o bien es ignorada o no se habla de ella en la investigación del cáncer es que los ratones de laboratorio no reproducen bien la enfermedad tal como se produce en los hombres y no sirven para desarrollar fármacos. Curamos la leucemia aguda en 1977 con medicamentos que seguimos usando exactamente en la misma dosis y con la misma duración en los humanos, con resultados asombrosos. Imaginemos lo artificial que sería coger células cancerígenas humanas, desarrollarlas en laboratorio y luego transferirlas a ratones cuyos sistemas inmunológicos han sido alterados de modo que no pueden rechazar los tumores implantados, y después exponer estos xeroinjertos a fármacos cuya eficiencia asesina y perfiles de toxicidad se van a aplicar después a tratar el cáncer en humanos. Las desventajas de un sistema de cobayas no naturales tan completamente sintetizado han devastado también otras disciplinas.

Un reciente trabajo científico demostraba que los 150 fármacos probados con un coste de miles de millones de dólares en ensayos sobre la sepsis en humanos fallaron porque se habían desarrollado empleando ratones. Desgraciadamente, lo que parece ocurrir con la sepsis en los ratones resulta muy distinto de lo que ocurre con la sepsis en humanos. La cobertura que hizo de este estudio Gina Kolate en The New York Times provocó una acalorada respuesta de la comunidad de investigación biomédica.

Un bloguero dijo: "No hay base para sostener una investigación biológica que sugiera que los ratones son modelos inútiles para todas las enfermedades humanas". En un artículo para el Jackson Laboratory, tres destacados médicos concluyeron: "La clave es construir los ratones de laboratorio adecuados sobre ratones y diseñar las condiciones experimentales que reproduzcan la situación en el hombre".

El problema es que no hay ratones de laboratorio que puedan imitar la situación en el hombre. Entonces, ¿por qué la comunidad de investigación sobre el cáncer sigue dominada por la disfuncional tradición de emplear ratones para probar hipótesis para el desarrollo de nuevos fármacos?

Robert Weinberg, del Whitehead Institute en el MIT ha aportado la mejor respuesta. Se le citó en prensa, diciendo: "Hay dos razones. La primera, no hay otro modelo con el que sustituir a los pobres ratones. El segundo, que la FDA [el organismo de EEUU que regula los productos alimenticios y los medicamentos] ha creado una inercia porque sigue reconociendo estos modelos como la regla de oro para predecir la utilidad de las drogas".

Hay una tercera razón más relacionada con las fragilidades de la naturaleza humana. Demasiados laboratorios eminentes e ilustres investigadores han dedicado su vida entera a estudiar las enfermedades malignas en ratones de laboratorio y son los que se revisan unos a otros las becas y deciden si el dinero del NIH [la fundación gubernamental para la investigación médica de EEUU] se destina a esos proyectos. No están preparados para aceptar que los ratones de laboratorio no tienen ningún valor para la mayoría de las terapias contra el cáncer.

2. Todas las adicciones son malas

Helen Fischer, bioantropóloga en la Universidad Rutgers, New Jersey, y autora de ¿Por qué él? ¿Por qué ella? Cómo encontrar el amor y mantenerlo

"Si una idea no es absurda, no tiene ninguna esperanza", se cuenta que dijo Einstein una vez. Me gustaría ampliar la definición de adicción y jubilar la idea científica de que todas las adicciones son patológicas y dañinas. Desde el comienzo del diagnóstico formal hace más de 50 años, la búsqueda compulsiva del juego, la comida y el sexo (recompensas no generadas por una sustancia) no se les ha considerado adicciones. Sólo el abuso del alcohol, los opiáceos, la cocaína, las anfetaminas, el cannabis, la heroína y la nicotina ha sido catalogado como adicciones.

Esta categorización descansa principalmente en el hecho de que las sustancias activan los "circuitos de recompensa" básicos del cerebro que están asociados con el anhelo y la obsesión, y producen conductas patológicas. Los psiquiatras trabajan dentro de este mundo de psicopatologías: aquello que es anormal y te pone enfermo.

Como antropóloga, me parecen limitados por este enfoque. Los científicos han demostrado que la comida, el sexo y las compulsiones del juego emplean muchos de los mismos circuitos neuronales que se activan con el abuso de sustancias narcóticas. De hecho, la edición de 2013 del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales ha reconocido por fin que al menos una forma del abuso de algo que no es una sustancia puede considerarse una adicción: el juego. El abuso del sexo y de la comida no se incluyeron. Y tampoco el amor romántico. Yo propongo que la adicción del amor es tan real como cualquier otra, en términos de sus patrones de comportamiento y los mecanismos mentales. Además, suele ser una adicción positiva.

Los científicos y los profanos han contemplado durante mucho tiempo el amor romántico como algo sobrenatural o como una invención social de los trovadores franceses del siglo XII. Las evidencias no sostienen estas ideas. Las canciones, poemas, historias, óperas, ballets, novelas, mitos y leyendas del amor, la magia del amor, los encantos del amor, los suicidios y homicidios por amor: los rastros del amor romántico se encuentran en más de 200 sociedades y a lo largo de miles de años. En todo el mundo los hombres y las mujeres suspiran por amor, viven por amor, mueren de amor y matan por amor. El amor romántico, también conocido como amor pasional o "enamoramiento" se considera habitualmente un universal humano.

Además, los hombres y mujeres borrachos de amor presentan todos los síntomas básicos de la adicción. Sobre todo, el enamorado está concentrado en su droga: el objeto de su amor. Piensan obsesivamente en él o en ella (pensamiento intrusivo) y a menudo le llaman, escriben o visitan para mantener el contacto. En esta experiencia es primordial la motivación intensa para conseguir a su amado, algo no muy distinto de la fijación que tiene el adicto a una sustancia por conseguir su droga. Los enamorados apasionados también distorsionan la realidad, cambian sus prioridades y sus hábitos diarios para acomodarse a su amado, experimentan cambios de personalidad (alteraciones del amor) y a veces hacen cosas inapropiadas o arriesgadas para impresionar al amado. Muchos están dispuestos a sacrificarse e incluso a morir por él. El enamorado anhela la unión física y emocional con el amado (dependencia). Y, al igual que el adicto que sufre cuando no puede obtener su droga, el amante sufre cuando se ve apartado del amado (síndrome de abstinencia). La adversidad y las barreras sociales incluso llegan a acentuar este anhelo (atracción de la frustración).

De hecho, los enamorados expresan los cuatro rasgos básicos de la adicción: el anhelo, la tolerancia, el síndrome de abstinencia y la recaída. Sienten un "brote" de excitación cuando están con su amado (intoxicación). Cuando se establece el nivel de tolerancia, el enamorado busca interactuar más y más con el amado (intensificación). Si el objeto amado rompe la relación, el enamorado experimenta señales de síndrome de abstinencia, que incluyen la protesta, los arrebatos de llanto, la somnolencia, la angustia, el insomnio o el hiperinsomnio, la pérdida de apetito o los atracones de comida, la irritabilidad y la soledad.

Los enamorados, como los adictos, también suelen llegar a extremos, y a menudo hacen cosas degradantes o físicamente peligrosas para recuperar al amado. Y los enamorados recaen de la misma manera en que lo hacen los drogadictos: mucho después de que la relación se ha terminado, ciertos acontecimientos, personas, lugares, canciones y otras pistas externas asociadas con la persona que les abandonó puede desencadenar recuerdos y anhelos renovados.

De los muchos indicios que hay de que el amor romántico es una adicción, quizás ninguno sea más convincente que los datos cada vez mayores que aporta la neurociencia. A través de los escáneres cerebrales (la resonancia magnética funcional), varios científicos han demostrado que las sensaciones del amor romántico implican a regiones del "sistema de recompensa" del cerebro, específicamente los circuitos de la dopamina relacionados con la energía, la concentración, la motivación, el éxtasis, la desesperación y el anhelo, incluyendo regiones primarias que están asociadas con las adicciones a sustancias o a cosas que no lo son.

De hecho, nuestro grupo ha localizado actividad en el núcleo accumbens (la parte central del cerebro que está relacionada con todas las adicciones) en todos los enamorados rechazados. Además, algunos de los resultados aún no publicados sugieren correlaciones entre la actividad del núcleo accumbens y las sensaciones de pasión romántica experimentadas por amantes que se enamoraron feliz e intensamente.

El Premio Nobel Eric Kandel dijo hace poco: "Los estudios del cerebro nos dirán en última instancia en qué consiste ser humano". Sabiendo lo que sabemos del cerebro, mi compañera de escáneres cerebrales, Lucy Brown, ha apuntado que el amor romántico es una adicción natural, y yo he sostenido que esta adicción natural evolucionó de antepasados mamíferos hace unos 4,4 millones de años, entre los primeros homínidos, a la vez que la evolución de la monogamia serial y social: un hito en la Humanidad.

Su propósito: motivar a nuestros ancestros para que centraran su tiempo de emparejamiento y su energía metabólica en una sola pareja en cada momento, iniciando así la formación de un vínculo de pareja para criar a los jóvenes (al menos durante su infancia) como un equipo. Cuanto antes aceptemos lo que nos dice la neurociencia ( y utilicemos esta información para actualizar nuestro concepto de adicción), mejor nos comprenderemos a nosotros mismos y al resto de congéneres que disfrutan en el éxtasis y luchan contra el dolor de esta adicción natural, tremendamente poderosa y a menudo positiva que llamamos amor romántico.

3. La superioridad de la especie humana

Irene Pepperberg, investigadora y conferenciante en Harvard especializada en los procesos de pensamiento animal, y autora de 'Alex y yo'.

Sí, los hombres hacemos cosas que otras especies animales no hacen; de hecho, somos la única que envía sondas al espacio exterior para encontrar otras formas de vida. Pero también lo contrario es igualmente cierto. Otras especies hacen cosas que a los humanos nos resultan imposibles, y muchas especies no humanas tienen capacidades igualmente únicas.

Ningún humano puede detectar cambios de temperatura de centésimas de grado, como pueden hacer algunas víboras, ni superar a un perro siguiendo débiles aromas. Los delfines oyen frecuencias inaccesibles a los hombres y, al igual que los murciélagos, utilizan un sonar natural. Las abejas y muchos pájaros ven los rayos ultravioleta y hay aves que migran por sí mismas miles de kilómetros cada año, con lo que parece ser una especie de GPS interno.

Los hombres, por supuesto pueden inventar máquinas que emulen esas hazañas de la naturaleza, cosa que no está al alcance de los no humanos, pero éstos tuvieron esas habilidades primero. Desde luego, no discuto los datos que muestran que los humanos son únicos en muchos aspectos, y defiendo el estudio de las similaridades y diferencias entre especies, pero creo que es hora de jubilar la idea de que la especificidad humana es una cumbre de algún tipo, que le es negada en cualquier forma a otras criaturas.

Otra razón para erradicar la idea de humanidad como el destino ideal de un proceso evolutivo es, por supuesto, que nuestros criterios de unicidad necesitan inevitablemente una redefinición. ¿Recuerdan cuando nuestra definición era la de "hombre: animal que utiliza herramientas"? Al menos hasta que aparecieron especies como el pinzón de los Galápagos que utiliza espinas de cactus, los delfines que emplean esponjas y ahora los cocodrilos que se sirven de palos como cebo para atraer pájaros y comérselos. Luego pasó a ser "hombre: animal que fabrica herramientas", pero perdió los favores del público cuando se vio el mismo comportamiento en otras criaturas, entre ellas especies tan evolutivamente distintas del hombre como los cuervos de Nueva Caledonia. ¿Y el aprendizaje por imitación? Casi todos los pájaros cantores lo hacen vocalmente hasta cierto punto, y hay pruebas menores de aspectos físicos en loros y simios. Me doy cuenta de que la investigación actual demuestra que a los simios, por ejemplo, les faltan ciertos aspectos de habilidades cooperativas que se ven en humanos, pero me pregunto si unos protocolos experimentales distintos no aportarán datos diferentes en el futuro.

Hay que ampliar y reforzar el estudio comparativo del comportamiento, pero no sólo para encontrar más datos que coronen a los humanos como unos seres "especiales". Descubrir lo que nos hace distintos de otras especies es una empresa valiosa, pero también puede llevarnos a averiguar lo que hay de "especial" en otros seres, qué cosas increíbles puede que tengamos que aprender de ellos. Así, por ejemplo, necesitamos más estudios que determinen hasta qué punto las especies no humanas tienen empatía o presentan distintos aspectos de "teoría de la mente", para descubrir qué se necesita para sobrevivir en su entorno natural y qué adquieren cuando se ven aculturados por el nuestro. Puede que tengan otros medios de crear la red social que nosotros tomamos como un requisito parcial para hablar de humanidad. Necesitamos averiguar qué habilidades de comunicación humana pueden adquirir, pero tampoco podemos perder de vista la necesidad de descubrir las complejidades que ocultan sus propios sistemas de comunicación.

Nota Bene. Por si acaso mi posición puede ser malentendida: mi argumento es distinto de ése que propugna conceder categoría de persona a varias especies no humanas, y de otros que defienden otorgar derechos animales e incluso bienestar animal, aunque puedo ver las posibles implicaciones de lo que propongo. Dicho esto, me parece que es hora de continuar el estudio de todas las complejidades de la conducta en todas las especies, humanas y no humanas, para concentrarnos en los parecidos además de en las diferencias, y, en muchos casos, apreciar la inspiración que los animales no humanos nos proporcionan a la hora de desarrollar herramientas y habilidades para mejorar nuestras propias capacidades, en lugar de limitarnos a relegar a los no humanos a un estatus de segunda clase.

4. El esencialismo

Richard Dawkins, biólogo evolucionista, profesor de comprensión pública de la ciencia en Oxford, autor de 'La magia de la realidad'

El esencialismo (lo que he llamado "la tiranía de la mente discontinua") deriva de Platón, con su visión de las cosas característica de un geómetra griego. Para Platón, un círculo o un triángulo rectángulo eran formas ideales, definibles matemáticamente pero nunca observables en la práctica. Un círculo dibujado en la arena era una aproximación imperfecta al círculo platónico ideal, que colgaba en algún espacio abstracto. Eso funciona para formas geométricas como el círculo, pero el esencialismo se ha aplicado a las cosas vivas y Ernst Mayr le echó la culpa del tardío descubrimiento que hizo la Humanidad de la evolución, en el siglo XIX.

Si, como Aristóteles, tratas a todos los conejos de carne y hueso como aproximaciones imperfectas a un conejo platónico ideal, no se te va a ocurrir que los conejos puedan haber evolucionado a partir de un ancestro que no era conejo y evolucionar hacia un descendiente que tampoco lo sea. Si uno, siguiendo la definición que el diccionario hace del esencialismo, piensa que la esencia de la conejidad es previa a la existencia de conejos (sea lo que sea lo que pueda significar "previo a", y eso no es ninguna tontería), la evolución no será una idea que te surja con facilidad en la cabeza, y te resistirás cuando alguien la sugiera.

Los paleontólogos pueden discutir apasionadamente si un fósil concreto es, pongamos, de Australopithecus o del género Homo. Pero cualquier evolucionista sabe que debe de haber habido individuos que eran intermedios entre uno y otro. Es una tontería esencialista insistir en meter tu fósil con calzador en un género o en el otro. Nunca hubo una madre Australopithecus que diera a luz a un niño Homo, porque cualquier niño nacido perteneció siempre a la misma especie que su madre. Todo el sistema de etiquetar especies con nombres discontinuos está engranado a una época, el presente, en la que los ancestros han sido convenientemente eliminados de nuestra conciencia (y las "especies anillo" cuidadosamente ignoradas). Si, por obra de algún milagro todos los antepasados se hubieran conservado fósiles, la discontinuidad de nombres sería imposible. A los creacionistas, erróneamente, les gusta citar estas "brechas" como algo embarazoso para los evolucionistas, pero tales brechas suponen un beneficio fortuito para los taxónomos que, con razón, quieren dar a las especies nombres discretos. Discutir si un fósil es "realmente" un Australopithecus o un Homo es como discutir si a George habría que considerarle "alto". Mide 1,72: ¿no te proporciona ese dato toda la información que necesitas saber?

El esencialismo exhibe su lado más desagradable en la terminología racial. La mayoría de los "afroamericanos" son de raza mezclada. Sin embargo, nuestra mentalidad esencialista está tan arraigada que los formularios oficiales estadounidenses exigen a todo el mundo que señalen una casilla de raza/etnia o la otra: no hay espacio para los intermedios. Un aspecto distinto pero también pernicioso es que a una persona se le llamara "afroamericano" incluso si, pontamos, uno de sus ocho bisabuelos era de origen africano. Como me dijo Lionel Tiger, aquí tenemos una "metáfora de contaminación" digna de ser rechazada. Pero sobre todo quiero llamar la atención sobre nuestra determinación esencialista de meter a una persona en una categoría discreta o en otra. Parecemos mal equipados para tratar mentalmente con un espectro continuo de formas intermedias. Seguimos infectados del virus del esencialismo de Platón.

Controversias morales como las relativas al aborto y la eutanasia se ven transidas de la misma infección. ¿En qué punto se define como "muerto" a la víctima de un accidente a quien se diagnostica la muerte cerebral? ¿En qué momento de la gestación llega a ser "persona" un embrión? Sólo una mente infectada por el esencialismo haría esas preguntas. Un embrión se desarrolla gradualmente desde el cigoto unicelular hasta el bebé reciénnacido, y no hay un instante concreto en el que se pueda decir que ha llegado su condición de persona. El mundo está dividido entre quienes captan esta realidad y quienes protestan: "Pero tiene que haber algún momento en el que el feto se haga humano". Pues no, la verdad es que no lo hay, no lo hay de la misma manera en que no hay un día en el que la persona de mediana edad se convierta en anciana. Sería mejor, aunque aun así no ideal, decir que el embrión pasa por diversas etapas en las que es una cuarta parte humano, mitad humano, tres cuartas partes... La mente esencialista huirá ante el uso de este lenguaje y me acusará de toda clase de horrores por negar la esencia de la humanidad.

También la evolución, como el desarrollo del embrión, es algo gradual. Todos nuestros ancestros hasta la raíz que tenemos en común con los chimpancés y más atrás, pertenecieron a la misma especie que nuestros padres y nuestros hijos. Y lo mismo ocurre con los antepasados de un chimpancé, hasta el último progenitor compartido. Estamos vinculados a los chimpancés modernos por una cadena en forma de V de individuos que una vez vivieron, respiraron y se reprodujeron, siendo cada eslabón en la cadena un miembro de la misma especie que sus vecinos en la misma, por mucho que los taxónomos insistan en dividirlos en los puntos que les convengan y en arrojar etiquetas discontinuas sobre ellos. Si todos los ejemplares intermedios pertenecientes a los dos palos de la V hubieran dado en sobrevivir, los moralistas tendrían que abandonar su costumbre esencialista y "especieísta" de colocar al Homo sapiens en un pedestal sagrado, infinitamente separado del resto de especies.

El aborto no sería más "asesinato" que matar a un chimpancé, o, por extensión, a cualquier animal. En realidad, un embrión temprano, sin sistema nervioso y supuestamente incapaz de sentir miedo o dolor, merecería menos protección moral que un cerdo adulto, que está claramente capacitado para sufrir. Nuestra necesidad esencialista de dar definiciones rígidas de lo "humano" (en debates sobre el aborto y los derechos animales) y "vivo" (en debates sobre la eutanasia y las decisiones sobre el fin de la vida) no tiene sentido a la luz de la evolución y de otros fenómenos graduales.

Definimos una línea de pobreza, y estás por encima o por debajo. Pero la pobreza es un continuo. ¿Por qué no decir, al cambio del dólar, cómo de pobre eres realmente? El absurdo sistema de colegios electorales de las elecciones presidenciales estadounidenses es otra manifestación de pensamiento esencialista, y especialmente grave. Florida debe ser o totalmente republicana o totalmente demócrata (los 25 votos electorales), aun cuando el voto popular arroje un empate. Pero los estados no deberían ser esencialmente rojos o azules: hay mezclas en diversas proporciones.

Seguro que cualquiera puede pensar en muchos otros ejemplos de la "mano mortal de Platón": el esencialismo. Es científicamente confuso y moralmente pernicioso. Necesita ser erradicado.

5. El infinito

Max Tegmark: físico, investigador en cosmología de precisión, director científico del Foundational Questions Institute, autor de Nuestro Universo matemático.

El infinito me sedujo a una edad temprana. La prueba de la diagonalidad de Cantor que prueba que algunos infinitos son mayores que otros me cautivaba y su jerarquía infinita de infinitos me volvía loco. La suposición de que algo verdaderamente infinito existe en la naturaleza subyace a todos los cursos de Física que he dado en el MIT y, en realidad, a cualquier otro de Física moderna. Pero es una suposición indemostrada, que suscita la pregunta: ¿es realmente cierto?

En realidad hay dos suposiciones distinta: "lo infinitamente grande" y "lo infinitamente pequeño". Por infinitamente grande me refiero a la idea de que el espacio pueda tener un volumen infinito, que el tiempo pueda continuar por siempre, y que haya infinitos objetos físicos. Por infinitamente pequeño me refiero al continuo: la idea de que hasta un litro de espacio contenta un número infinito de puntos, de que el espacio pueda expandirse indefinidamente sin que nada malo suceda, y de que haya cantidades en la naturaleza que pueden variar de forma continua. Las dos están estrechamente relacionada porque la inflación, la explicación más popular de nuestro Big bang, puede crear un volumen infinito expandiendo de frorma indefinida un espacio continuo.

La teoría de la inflación ha tenido un éxito espectacular, y es uno de los aspirantes más destacados a obtener un Premio Nobel. Explicaba cómo una partícula subatómica de materia se transformó en un Big bang, creando un universo inmenso plano y uniforme con fluctuaciones mínima sde densidad que finalmente se expandió hasta crear las galaxias y la estructura cósmica a gran escala de hoy, todo ello en hermosa coincidencia con mediciones de precisión derivadas de experimentos como el del satélite Planck. Pero prediciendo de forma genérica que el espacio no es sólo grande, sino verdaderamente infinito, la inflación ha suscitado el llamado problema de la medida, que me parece la mayor crisis a la que se enfrenta la Física moderna.

La Física consiste en predecir el futuro desde el pasado, pero la inflación parece boicotear esto: cuando tratamos de predecir la probabilidad de que algo en particular va a suceder, la inflación siempre da la misma respuesta inútil: infinito dividido entre infinito. El problema es que, para cualquier experimento que hagas, la inflación predice que habrá infinitas copias de ti en el espacio infinito, lo que da lugar a todos los resultados físicamente posibles, y, aunque han pasado años de rechinar de dientes en la comunidad cosmológica, no ha surgido ningún consenso sobre cómo extraer las respuestas sensatas de esos infinitos. Así que, estrictamente hablando, ¡los físicos ya no podemos predecir nada de nada!

Esto significa que, de forma similar, las mejores teorías de hoy necesitan una sacudida importante, retirando una suposición incorrecta. ¿Cuál de ellas? Aquí está mi principal sospechoso: el infinito.

Una tira de goma no puede extenderse indefinidamente, porque, aunque parece suave y continua, eso es sólo una aproximación cómoda: en realidad está hecha de átomos, y si la estiras demasiado, se parte. Si, análogamente, jubilamos la idea de que el propio espacio es un continuo infinitamente elástico, entonces una rotura como otra cualquiera impide que la inflación produzca un espacio infinitamente grande, y el problema de la medida se disipa. Sin lo infinitamente pequeño, la inflación no puede construir lo infinitamente grande, así que te libras de las dos infinitudes de un solo golpe, junto con muchos otros problemas de los que está plagada la Física moderna, como las singularidades de los agujeros negros infinitamente densos y los infinitos que aparecen cuando intentamos cuantificar la gravedad.

En el pasado, muchos matemáticos venerables expresaron escepticismo hacia el infinito y el continuo. El legendario Carl Friedrich Gauss negó que existiera realmente algo infinito, diciendo que "el infinito es solamente una manera de hablar" y "protesto contra el uso de magnitudes infinitas como algo completo, qeue nunca es permisible en matemáticas". Sin embargo, en el siglo pasado, el infinito se ha convertido en ortodoxia, y la mayoría de los físicos y los matemáticos se han enamorado del infinito hasta tal punto que rara vez lo cuestionan.

¿Por qué? Básicamente, porque el infinito es una aproximación tremendamente cómoda para aquello para lo que no hemos descubierto alternativas oportunas. Consideremos, por ejemplo, el aire que tenemos delante. Llevar la cuenta de las posiciones y velocidades de octillones de átomos sería desesperantemente difícil. Pero si ignoras el hecho de que el aire está compuesto de átomos y en su lugar te aproximas a él como a un continuo, una sustancia suave que tiene una densidad, una presión y una velocidad en todos los puntos, te encuentras con que este aire idealizado obedece a una ecuación estupendamente simple que explica casi todo lo que nos importa: cómo construir aviones, cómo los oímos con ondas sonoras, cómo hacer pronósticos del tiempo, etc. Sin embargo, a pesar de toda esa comodidad, el aire, por supuesto, no es continuo de verdad. Pienso que ocurre lo mismo con el espacio, el tiempo y todos los otros bloques de los que se compone nuestro mundo físico.

Afrontémoslo: pese a su atractivo seductor, no tenemos pruebas empíricas directas ni de lo infinitamente grande ni de lo infinitamente pequeño. Hablamos de volúmenes infinitos con infinitos planetas, pero nuestro universo observable sólo contiene hacia 1089 objetos, la mayoría fotones. Si el espacio es un continuo real, entonces describir incluso algo tan simple como la distancia entre dos puntos requiere una infinita cantidad de información, que vendría especificado por un número con infinitos decimales.

En la práctica, los físicos nunca hemos podido medir nada que tenga más de 17 decimales. Sin embargo, números reales con sus infinitos decimales han infestado casi cualquier recodo de la Física, desde la resistencia de los campos electromagnéticos hasta las funciones de onda de la mecánica cuántica: describimos hasta un solo bit de infomación cuántica empleando dos números reales que tienen infinitos decimales.

No sólo nos falta la evidencia del infinito, sino que en realidad no necesitamos el infinito para hacer Física. Nuestras mejores simulaciones por ordenador, describiendo con exactitud cualquier cosa desde la formación de las galaxias hasta el tiempo de mañana, pasando por las masas de las partículas elementales, usan sólo recursos informáticos finitos tratando todo como finito. Así que, si podemos arreglárnoslas sin el infinito para calcular lo que va a pasar después, seguro que la naturaleza puede también, de una forma más profunda y elegante que los pirateos que utilizamos en nuestras simulaciones por ordenador. Nuestro desafío como físicos es descubrir esta forma elegante y las ecuaciones libres de infinitos que la describen: las verdaderas leyes de la Física. Para comenzar esta búsqueda en serio, tenemos que cuestionar el infinito. Apuesto que también necesitamos pasar de él.

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