Antonio López Pina, La Inteligencia excéntrica, Madrid: Marcial Pons, 2017
Presentación
moderada por Raúl Morodo,
con intervención del autor
y de Carlos Pascual, Antonio García-Santesmases e Ignacio Gutiérrez
Institución Libre de Enseñanza, 18 de octubre de 2017
Ignacio Gutiérrez Gutiérrez
Texto de apoyo para la intervención oral
Entre corchetes, los fragmentos directamente omitidos
1. Comenzaré subrayando que no tengo relación alguna con el Catedrático de Lengua y
Literatura españolas, profesor Gutiérrez, que invitó a Antonio López Pina a la fiesta
privada en la que conoció a Américo Castro. Tampoco estoy seguro de ser el Ignacio
Gutiérrez al que López Pina agradece aquí haber contribuido a la cuidada edición del
libro. Es cierto que leí el manuscrito e hice unas cuantas observaciones; alguna puede
haberse recogido. Pero doy por supuesto que López Pina ha hecho caso omiso a la mayor
parte de ellas; así ha ocurrido, al menos, con aquella en la que puse mayor empeño y que
se concreta en tres breves pasajes del libro: él y yo sabemos cuáles son.
De este Ignacio Gutiérrez que les habla debo comenzar diciendo que nació y estudió en
León, donde la memoria y la tradición de la Institución Libre de Enseñanza se mantenían
y se mantienen firmes a través de la Fundación Sierra Pambley. Con esa Fundación tenía
además cierta relación mi padre; también por eso, hablar ahora en la sede madrileña de la
Institución constituye para mí un honor particular, no irrelevante desde el punto de vista
de las emociones.
2. Conocí a Antonio López Pina en agosto de 1985, recién terminado en León el tercer
curso de la licenciatura en Derecho. Había quedado cautivado por la lectura de sus
prólogos a La Constitución de la Monarquía parlamentaria y a los Escritos Políticos de
Hermann Heller; enterado de la proximidad de nuestros lugares de vacaciones, me dirigí
a él para solicitarle un encuentro, y me acerqué desde Llanes a San Vicente de la Barquera
para tomar juntos un café en la terraza del Hotel Miramar. Recuerdo que, en un momento
determinado, una pequeña araña empezó a moverse por su jersey; y yo, que les tenía
pavor, me atreví a aventársela de un capirotazo… Quizá ese arranque de coraje pueda
simbolizar alguno de los aspectos en los que aquella conversación ha determinado luego
mi vida.
1
En los años siguientes vine a Madrid en un par de ocasiones para acudir a Congresos y
Jornadas que él organizaba en el Palacio del Senado o en la sede del Goethe-Institut. Me
instalé aquí definitivamente en septiembre de 1988, hace ya casi treinta años, en un primer
momento en el Colegio Mayor César Carlos. Tenía 24 recién cumplidos, y a mediados de
julio había ido por primera vez a su casa de la Calle Peña Santa, donde acordamos que de
inmediato yo trasladaría a la Universidad Complutense la beca de investigación que había
obtenido en León, para así proseguir mi formación directamente a su lado.
Desde entonces, cada miércoles lectivo, sin apenas excepciones, me sentaba en su
despacho de la Facultad de Económicas de Somosaguas en torno a las once y media y
hablábamos durante dos o tres horas. Además, con frecuencia creciente me citaba también
en su casa, donde las tres horas siempre se superaban. Y eso duró casi ocho años, hasta la
primavera de 1996, cuando obtuve la plaza de profesor titular de Derecho constitucional
en la UNED y, casi de inmediato, me trasladé a vivir a Pinto. Las citas en Somosaguas
pasaron a resultarme complicadas, a cambio se incrementaron los encuentros en su casa.
En estos últimos veintiún años habremos tenido… ¿podemos decir que uno al mes durante
los diez meses lectivos del año? ¡Eso supondría que más de doscientos! Pero Vd. sabe,
Don Antonio, que me quedo bastante corto.
¿De qué hemos hablado tantas veces, durante tanto tiempo? No de banalidades, puedo
asegurarlo; porque las conversaciones siempre tienen programados sus temas,
normalmente hay incluso un detallado guion escrito ante nosotros. Comentamos nuestras
lecturas, escritos y proyectos, los temas de actualidad española o europea que tienen
trascendencia política o constitucional… y Don Antonio me cuenta sus conversaciones.
Porque por su salón pasan personalidades muy diferentes, sometidas al mismo rito del
orden del día, y yo recibo luego, puntualmente, el correspondiente informe. También el
de sus intercambios de correspondencia más interesantes, por ejemplo con Rainer Wahl
o Christian Tomuschat, o el de sus conversaciones telefónicas con Carlos de Cabo, Elías
Díaz o Peter Häberle… De todo ello lleva López Pina un detallado registro en su archivo.
¿Qué es, pues, para mí, este libro de López Pina?: no más que la memoria de unas cuantas
conversaciones privadas, un rimero de folios entresacados de esos archivadores, en los
que aparecen unas cuantas personalidades en diálogo con mi maestro.
3. El elenco de personalidades podría haber sido mucho más amplio, en Alemania y por
supuesto en España; podría haber abarcado también otros países, desde la Italia de
Alessandro Pace y la Francia de Vlad Constantinesco hasta Inglaterra y los Estados
Unidos, pasando incluso por Polonia y Rusia. En cualquier caso, nadie debe esperar, y yo
menos que nadie, que un libro de López Pina sea capaz de recoger los centenares de
conversaciones que he tenido con él.
La selección aparece bajo el criterio de La Inteligencia excéntrica. Antonio GarcíaSantesmases, en su prólogo magnífico, ha visto bien que el adjetivo constituye un señuelo;
al que, sin embargo, inmediata e irremediablemente, sucumbe, como todos. ¿Lo son de
verdad, los retratados?
2
Algún lector con indisimulada vocación de excéntrico, que sin embargo se haya visto
frustrado por no aparecer en la obra, se preguntará si es excéntrico Landelino Lavilla,
político de centro por antonomasia en España y jurista consagrado a una visión del
Derecho que es justamente caracterizada por López Pina como centrista y centradora.
Qué decir de la centralidad de Madariaga en el foro público internacional, de la de Juan
Linz en la sociología mundial, de la de Carlos Ollero y Francisco Murillo en la academia
española del Derecho Político del franquismo tardío y de la transición, de la de Francisco
Tomás y Valiente en el primer Tribunal Constitucional, de la de Fernando Morán en la
política exterior socialista del primer Gobierno de Felipe González, de la de tantos
ilustrísimos juristas alemanes que están, sin duda alguna, entre los más reconocidos en su
país: cuatro de los más relevantes magistrados de aquel Tribunal Constitucional (Hesse,
Grimm, Hoffmann-Riem y Paul Kirchhof), maestros indiscutibles de la Filosofía del
Derecho [Hasso Hofmann], del Derecho internacional público [Christian Tomuschat], del
Derecho constitucional [Häberle], del Derecho administrativo [Wahl, SchmidtAssmann]… Apenas media docena de nombres alemanes importantes de la generación
de López Pina quedan fuera de esta lista; algunos de los cuales, en cualquier caso, son
también buenos amigos suyos, como Hans Meyer o Erhard Denninger.
Algunos de ellos fueron o son relevantes heterodoxos. [Américo Castro sin duda, aunque
el transcurso del tiempo ha atribuido a sus posiciones cierta centralidad, si es que ello
existiera en nuestro mundo de pensamiento tan multipolar. Y también Luis Gómez
Llorente, en primer lugar en el seno de un partido socialista que desde 1979 convirtió la
centralidad, entendida como voluntad de poder, en su principal rasgo caracterizador; pero
incluso él ocupó en su momento lugares centrales del espacio público, al igual que, por
ejemplo, Manuel García-Pelayo, Plácido Fernández Viagas o Raúl Morodo.] Pero casi
todos son personajes centrales en su respectivo espacio. Verdaderamente excéntricos, en
el sentido usual del término, a mí me quedan solo tres: Alfonso Ortí, Rodrigo FernándezCarvajal y Rossi Will, la única mujer, por cierto, de todo el libro, excéntrica por ello en
el propio elenco. [Alfonso Ortí, brillantísimo representante de la sociología crítica, ha
hecho converger vida y pensamiento, no aceptando nunca integrarse institucionalmente
en proyecto alguno. Rodrigo Fernández-Carvajal fue ciertamente Catedrático de Derecho
constitucional, pero su anclaje no es ya la Ciencia Política tradicional o incluso en el
humanismo cristiano, sino que estaba fundamentalmente determinado por un
aristotelismo medieval; por más que desde él fuera capaz de entrar a debate con la escuela
de Frankfurt o con la filosofía analítica. La trayectoria académica de Rosemarie Will, en
fin, comenzó en la República Democrática Alemana y, tras superar en la Universidad
Humboldt de Berlín el correspondiente proceso de depuración, ha mantenido una cierta
marginalidad en la academia panalemana de iuspublicistas: su producción científica en
absoluto resulta aconvencional, pero ella nunca ha renunciado a un compromiso público
activo que desborda los cauces asumibles por un colectivo tan tradicional.]
4. El más excéntrico es, en cualquier caso, el propio López Pina. Podríamos resumirlo
diciendo que en Alemania es López Pina inevitablemente excéntrico: en una academia
tan cerrada como aquella, la intervención de un español nunca puede ser entendida de
otro modo. Pero, en cuanto iuspublicista alemán, es, en el ámbito del Derecho
constitucional español, también inevitablemente excéntrico. Y, en realidad, podríamos
3
pensar que piensa el excéntrico narrador, como el ladrón, que todos son de su condición:
¡cómo, si no, iban a aceptar su compañía!
[Es excéntrico Antonio López Pina, en efecto, en el ámbito del Derecho constitucional
español, una especialidad profesional en la que se sumerge de modo relativamente tardío.
Después de un dilatado periplo formativo por Alemania, Francia y los Estados Unidos,
Antonio López Pina vuelve a España como out-sider, buscando hueco en cuanto experto
en Sociología Política. En su proyecto de estabilizarse en la vida universitaria, se vio
primero enfrentado al reto, en 1974, de disputar la plaza de la Universidad Autónoma de
Madrid con Francisco Rubio Llorente, discípulo de Javier Conde y Letrado de las Cortes
de Franco, aunque también acompañara un tiempo a García-Pelayo en Venezuela; Rubio
Llorente pasa de inmediato a la Universidad Complutense y, tras la aprobación de la
Constitución, se esfuerza por desempeñar en el Derecho constitucional español un papel
similar al que correspondía en el Derecho administrativo al Presidente del Tribunal que
le había promovido, Eduardo García de Enterría. Al año siguiente tuvo López Pina más
éxito, en parte gracias a una ocasional y quizá poco verosímil convergencia entre el grupo
abierto de Carlos Ollero, siempre generoso con los disidentes, y la que el propio Ollero
motejaba como escuela mudéjar de Francisco Murillo, entre cuyos discípulos sociólogos
López Pina tiene muy buenos amigos; quizá merezca la pena recordar que a la plaza
concurrieron también Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Jordi Solé Tura, miembros
de la ponencia constitucional en 1977.
López Pina arranca, pues, de la Sociología política, una de las ramas de la tradicional
formación multidisciplinar que era clásica de los profesores de Derecho político. Pero
desarrolla sobre todo una vocación de hombre público, determinada por la memoria de la
generación del 14, por la inserción en la generación del 56 y por la participación en la
vida pública en primer plano como Senador electo en el proceso constituyente, luego en
un segundo nivel como Consejero de Estado, y finalmente, ya solo como intelectual
comprometido, en la construcción de Europa. Solo en el Consejo de Estado, a partir de
1983, descubre la autonomía del Derecho, más allá del valor que le había atribuido como
instrumento capaz de dotar de específica fuerza normativa a sus proyectos públicos; y,
como sabe que es en Alemania donde más intensamente se ha desarrollado esa
determinación jurídica de la vida pública, allí regresa para encontrar la guía de Konrad
Hesse, y allí se desenvuelve ya desde finales de los años ochenta como un iuspublicista
más; se comprueba al ver la relación de amigos alemanes retratados en el libro, y lo
describe antes, en términos ajustadísimos, en las páginas que nos introducen
inmediatamente en tal galería.
Pero en Alemania es López Pina inevitablemente excéntrico, como hemos dicho; por más
que él sea, desde la asimilación de la lengua y sus estructuras, más alemán que muchos
alemanes, incluida sin duda su mujer, y que su conciencia de la cuestión alemana sea en
consecuencia no solo visión desde el Mediterráneo, sino también autoconciencia.]
5. Quizá no todos sean, pues, excéntricos, salvo que asumamos la muy particular
concepción del adjetivo que postula López Pina; pero sí que son verdaderas
“personalidades”. Quizá entonces haya optado por hacer la selección, entre sus amigos,
4
específicamente de sus referentes; y ser referente para López Pina, que ha conocido a
tantos personajes ilustres y los ha encarado siempre con una implacable mirada crítica,
está al alcance de muy pocos.
Pero con ello tenemos solo el segundo señuelo, descubierto esta vez por SchmidtAssmann: la relevancia de las personalidades, la plasticidad y frescura de los retratos, la
variedad de los encuentros, de las anécdotas y de los marcos, evitan al lector la impresión
de estar situado ante un convencional repertorio de autoridades o ante una descripción
pretendidamente objetiva de un determinado panorama intelectual. Pero, sin duda, sigue
implícita la idea del espacio intelectual configurado por unos cuantos miembros de la
Inteligencia. Y, así, nos adentramos en la lectura de los perfiles y de las trayectorias, de
los resúmenes de las obras y de las síntesis del pensamiento, a veces preguntándonos si
coinciden o no con nuestros conocimientos sobre el autor, estoy seguro de que alguno sin
reconocerse en el espejo, esperando todos encontrarnos con el pensamiento de una
época… y siempre sometidos, de nuevo, al engaño que nos ha sido tendido.
Porque, en realidad, López Pina no nos pretende informar sobre cómo son sus personajes,
qué piensan de verdad, cuál es el panorama intelectual de la época. A él mismo, como al
Herr Keuner de Brecht que esbozaba un perfil de las personas que conocía, no le interesan
las personas como son; sino que, sintiéndose encarnación del imperativo categórico
kantiano y aún del sentido hegeliano de la Historia, le interesa ante todo que sean esas
personas que conoce las que se parezcan al perfil que él ha proyectado para ellas. Y así,
al hablar sobre sus interlocutores, nos habla en realidad de sí mismo: de lo que se ha
apropiado de cada uno de ellos, de la medida en que ha visto realizado en cada uno su
propio proyecto, de las limitaciones que cada uno de ellos se ha encontrado para
culminarlo. Se trata de una proyección, incluso cuando en sus páginas finales les atribuye
paradójicamente haber encarnado ante él el imperativo kantiano.
Al retratar a sus interlocutores, en fin, el pintor nos ofrece ante todo su propio retrato; sin
declararlo, quizá solo al trasluz, pero, quizá justamente por ello, de forma particularmente
fidedigna y sincera. En algunos momentos, por ejemplo cuando refiere la actitud ante la
religión de Fernández-Carvajal, Lago Carballo y Gómez Llorente, tenemos la sensación
de estar adentrándonos incluso en los fundamentos más íntimos y sutiles de su
personalidad; algo que se complementa con su afinidad moral por el alegato profético de
Alfonso Ortí, que propone la tarea “a la vez necesaria e imposible” de la libertad concreta;
una teología liberadora que Hasso Hofmann traspone al plano, relativamente más
accesible, de la Filosofía del Derecho, pero que retorna en las páginas finales apelando
no solo a la esperanza, sino también a la refundación moral del hombre.
6. Con todo esto vemos, en cualquier caso, que el retrato propio, aunque configurado a
través de la memoria, es, sobre todo, un proyecto de futuro, firmemente comprometido
además con el presente más inmediato. Pongamos dos ejemplos eminentes.
De un lado está la construcción política de Europa conforme a los parámetros clásicos del
constitucionalismo. López Pina entiende la posición española en los términos que extrae
del discurso de Fernando Morán. A partir de ahí, todas las reservas que puedan surgir del
refinamiento jurídico desarrollado por cierta doctrina alemana decaen gracias a la visión
5
crítica sobre el fenómeno jurídico de un Plácido Fernández-Viagas, a la concepción
cultural, procesal y abierta de la Constitución de un Häberle y a la eventual productividad
de la interpretación constitucional en manos de un Hesse o un Hoffmann-Riem; aunque
tales reservas sean argumentadas con la potencia de un Paul Kirchhof e incluso
respaldadas por Dieter Grimm, tan sensible a la necesidad de encontrar la respuesta
jurídica idónea para las transformaciones sociales y políticas. Que tales objeciones no son
insalvables lo pone de manifiesto Rainer Wahl; y, desde ese momento, el interés de López
Pina pasa ya a la configuración del Derecho administrativo europeo por parte de SchmidtAssmann o a las observaciones de Tomuschat sobre el modelo social europeo.
De otro, y terminando ya la intervención en términos muy directos: ante la actual situación
catalana, y dejando aquí a un lado sus certeros dardos contra el romanticismo nacionalista
y en favor de la razón ilustrada, considera López Pina imprescindible, en primer lugar,
recuperar toda la secuencia de los debates acumulativos sobre la formación histórica que
es España, sobre los que necesariamente descansa el debate presente, y que en el libro
puede reconstruirse, primero, con los planteamientos de Américo Castro y de Madariaga;
luego, con los esfuerzos intelectuales de Rodrigo Fernández Carvajal, lastrados por su
posicionamiento personal, y las escépticas constataciones sociológicas de Francisco
Murillo, que sin embargo se desentienden de la trayectoria intelectual subyacente; en
tercer lugar, con el procesamiento de la Historia en una transición lastrada por los temores
que simboliza el propio Murillo, donde la aportación jurídica y táctica de Landelino
Lavilla necesita ser complementada, a juicio de López Pina, con el discurso ético de
Morodo acerca de la memoria y con la crítica sociológica de Alfonso Ortí. Justo en ese
mismo contexto hay que recordar, con Ollero y con Morodo, la necesidad de
institucionalizar el poder del Estado, pero también de legitimarlo; la posibilidad de
hacerlo a través de la Constitución fue magistralmente descrita por Konrad Hesse, ha sido
consagrada por la jurisprudencia constitucional alemana, y la procuró entre nosotros el
Tribunal Constitucional de García-Pelayo y Tomás y Valiente, dos Presidentes con
clarísima conciencia de la transcendencia histórica del Estado y atentos a sus
transformaciones estructurales. Con Grimm se exponen los condicionamientos de esa
legitimación a través de la igual libertad garantizada por el Derecho en forma de derechos
fundamentales. En cuanto a la legitimación democrática, se concibe aquí solo desde la
idea moral de la democracia de Gómez Llorente, que descarta todo electoralismo, y desde
la sutileza de las distinciones institucionales de Juan Linz, que se bastan para desacreditar
el recurso al plebiscito. La prioridad en democracia, en fin, corresponde a la educación,
como vieron, de forma por cierto muy diferente, Fernández Carvajal y el propio Gómez
Llorente.
7. Y estemos advertidos: ¡ay de nosotros!, como no atendamos a ese proyecto que López
Pina, Brecht, Hegel y Kant han trazado para nosotros… Porque las vacilaciones de la
voluntad colectiva de Constitución [Hesse] son, a la postre, el mayor riesgo para un
Estado y una Europa conformes a los postulados social y democrático de Derecho.
6