Leyendas Sexuales. Placer sobre ruedas

 

El sexo mientras se conduce es una especie de fetiche


¿Todavía está de moda el mirador de la carretera a Cuernavaca? Nunca fui, pero sí escuché muchas historias sobre ese lugar como un punto clave al cual podían dirigirse las parejas a fin de estar a solas y en lo oscurito.

Más allá de ese romántico lugar con vista panorámica, lo cierto es que cualquiera puede ser el escenario de los arrumacos cuando se tiene un aparato de esos de volante y cuatro ruedas. Históricamente, los automóviles han sido un reducto de privacidad para las parejas que no disponen de un espacio propio donde llevar a cabo sus encuentros sexuales. Vamos, hasta en la película Titanic Jack y Rose se meten a un coche con el propósito de intimar más allá de lo permitido en aquella época.

Recurrir al coche se debe, tal vez, a que cuando la urgencia apremia, cualquier lugar es bueno. Primero fueron los autocinemas, a los que cuenta la leyenda que la gente iba, al menos, a darse unos buenos besos y a meter mano dentro de la ropa del otro. Luego, el fenómeno del asiento trasero poco a poco se extendió a cuanto lugar se podía: estacionamientos, calles oscuras, terrenos solitarios, todo recoveco por donde el armatoste pudiera pasar.

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A partir de ahí, los vidrios empañados, las piernas enredadas en las cabeceras de los asientos y el movimiento rítmico de toda la carrocería eran escenas fácilmente reconocibles por los transeúntes, que preferían darse la media vuelta, o por los policías que, por el contrario, se acercaban de inmediato con la finalidad de llevarse a los tórtolos, acusádolos de faltas a la moral –un delito extinto, al menos en la Ciudad de México.

Pero si para algo fue inventado el auto es para ir de un lado a otro, y en esa misma idea, lo estático no es para los más osados. Los intercambios sexuales dentro de vehículos en movimiento son también una forma de sacarle provecho al precio de la gasolina –si lo quieres ver de manera positiva–. Desde estimulación oral hasta coito declarado, pasando por masturbaciones de todo tipo, el sexo mientras se conduce es una especie de fetiche para algunas personas.

Si hablar por teléfono o enviar mensajes de texto mientras se maneja es un gran distractor, imagínate lo que significa sentir placer o intentar llegar al orgasmo en esa misma situación. Sin embargo, quienes lo practican tal vez encuentran en ello algo más excitante: el riesgo es un potenciador de los sentidos.

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Además, creo que debe haber en estos amantes una dosis de exhibicionismo, puesto que en la mayoría de los caminos, incluso en las carreteras, lo más probable es que uno maneje a la par de otros autos y todo tipo de transportes, por lo que no sería raro que algún viajero vecino pueda ver toda la acción desde su ventanilla.

O quizás, más bien, el atractivo está en la velocidad. Ir lo más rápido posible es, por sí solo, un gran generador de adrenalina y puede ser que, por ejemplo, las mujeres que se arriesgan a montar a horcajadas sobre el galán mientras este va a 160 km/h sientan una atracción inusual por las emociones fuertes. Si no lo has hecho antes, no lo intentes en casa (no está de más aclarar).

Yo nunca he tenido coche y no sé si algún día voy a tenerlo, pero luego de este recuento creo que empiezo a comprender el apego que muchas personas desarrollan por ese objeto. Les ponen nombres, les hablan, los “bañan” con esmero y se enorgullecen de ellos porque, tal vez, significan mucho más que una simple herramienta para facilitar el trabajo o la vida misma. A fin de cuentas, supongo que tener un espacio propio donde sentirse seguros para hacer todo tipo de marometas sexuales no ha de ser poca cosa.

* Periodista especializada en salud sexual.

@RocioSanchez

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