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¿Qué podemos aprender del sexo de los animales?

Desde el punto de vista evolutivo, el objetivo es conseguir un buen compañero de cama.

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Muchas especies animales nos reproducimos mediante la elección de una pareja y la posterior cópula. Así que hemos desarrollado estrategias asombrosas para atraer al sexo contrario y resultar irresistibles.

A través de este método de elección preferencial, unos genes pasan a la siguiente generación y otros no. Pero algo aparentemente tan sencillo resulta ser uno de los procesos más complejos de la naturaleza. ¿Qué determina que dos individuos tengan feeling o química? ¿Somos los humanos especiales en este aspecto? Pues resulta que no, que las semejanzas con otros animales son asombrosas y podemos encontrar respuestas en ellos.

Decimos frases como “lo que importa es el interior”, pero nadie escapa a los juicios superficiales e instantáneos. A pesar de nuestros esfuerzos para pensar en aspectos más importantes, la primera impresión cuenta, definitivamente. Está fuera de nuestro control, lo que revela sus raíces biológicas. De hecho, las áreas cerebrales que se activan cuando alguien nos atrae pertenecen al sistema límbico, la estructura más antigua del cerebro que se formó hace millones de años, mucho antes de que existiera la diferencia entre animales humanos y no humanos.

Algunos estudios dicen por ejemplo que al ver una página web, los usuarios tardan cincuenta milisegundos en determinar la apariencia estética de las personas fotografiadas. Si se trata de la cara, necesitamos solo una décima de segundo para valorar su atractivo. Ahora ya sabemos por qué el amor a primera vista es posible. Y los animales, ¿cuánto tardan? Para ellos la primera impresión es igual de reveladora.

Por ejemplo, en las perdices rojas, cuanto más profundos son los colores alrededor del ojo, más intenso es el mensaje de que están bien alimentadas, de que tienen pocos o ningún parásito y de que su sistema inmunitario es robusto. Por eso, las hembras de estas aves prefieren a los machos que han sido agraciados con tonos más intensos. Y los humanos tenemos algo de perdiz. Para nuestra especie, el color no es tan importante, pero sí el anillo limbal, que es como llamamos a la franja oscurecida que rodea el iris. Cuanto más prominente y oscuro sea aquel, más atractivo resulta su dueño, ya sea hombre o mujer. Se trata de un indicador de calidad genética.

La idea de belleza está tanto en el sujeto que mira como en el que es observado. Randy Thornhill, biólogo evolutivo de la Universidad de Nuevo México (EE. UU.), ha probado que la simetría facial nos hace ver a unos más guapos que a otros de manera inconsciente en cuestión de milisegundos. Pero ¿qué información esconde esa característica? Desde su concepción, el cuerpo humano se desarrolla por multiplicación celular. Si cada división fuera perfecta, el resultado sería el nacimiento de un bebé con los lados izquierdo y derecho de la cara idénticos. Pero las mutaciones y las presiones ambientales hacen que esto sea imposible en la práctica y nuestros rostros se acaben volviendo ligeramente asimétricos. Thornill cree que si te reproduces con una pareja bien proporcionada, tu descendencia tendrá a su vez más probabilidades de lucir una buena simetría facial y, por tanto, afrontará mejor las perturbaciones genéticas. Pues bien, este método de elección inconsciente surgió hace millones de años.

Según un experimento llevado a cabo en la universidad escocesa de Saint Andrews, los monos capuchinos, los macacos japoneses y los monos ardilla también prefieren caras simétricas, pues dedicaban más tiempo a mirar las fotos que los investigadores les enseñaban de otros congéneres con esta característica, lo que refleja una mayor atracción por ella.

Otras partes del cuerpo reciben igual atención en el reino animal. Los dientes o el pelo destacan especialmente, porque son rasgos asociados a la salud. En el caso de las mujeres, sabemos que les gustan los hombres con cabellera densa, aunque los calvos también salen bien parados, por lo que no hay una conclusión certera al respecto. Quizá la clave está en la testosterona que circula por la sangre, responsable de la caída de pelo cuando está en niveles elevados. Asimismo, para los leones, el pelo es crucial. Las hembras prefieren a los machos con melenas tupidas de tonos oscuros. El color intenso y más negro se debe a la citada testosterona, una hormona asociada a una mayor agresividad. Esto funciona tanto para los humanos como para muchos otros mamíferos.

El olor puede ser un factor decisivo. Los ratones y los lémures eligen con quien aparearse por medio del olfato, a través del cual detectan las diferencias genéticas y se aseguran así la diversidad. Las hembras de lemmings lo usan para decidir quién será su pareja: descartan por el olor a los subordinados y eligen a los dominantes. Los machos, por su lado, buscan hembras que no se hayan apareado para asegurarse que la descendencia es suya.

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El olfato también es crucial para nosotros. Las mujeres resultan más atractivas en el periodo de ovulación. Se debe a que los hombres perciben su olor en esta fase como un conjunto de aromas dulces y placenteros, y así detectan inconscientemente el momento exacto en que una fémina está preparada para quedarse embarazada. Del mismo modo, a ellos les gusta más la voz femenina cuando se acerca la ovulación. Es decir, no saben que lo saben,pero les atrae todo cuando ellas se encuentran en ese periodo del ciclo.

Por su parte, cuando los hombres se acicalan, las colonias y desodorantes podrían estar bloqueando un poderoso factor de atracción masculino para las mujeres. Investigadores de la universidad alemana de Bonn llevaron a cabo un experimento en el que hacían oler a un grupo de féminas camisetas que habían sido usadas varias noches consecutivas por hombres a los que se prohibió usar desodorantes y jabones. Después les tomaron muestras de saliva para medir la testosterona y el cortisol, una hormona que aporta información sobre el sistema inmune. Pues bien, las mujeres preferían las prendas con niveles más altos de estas sustancias, pero solo cuando ellas estaban en el pico de su periodo fértil.

Pero ¿qué contienen las moléculas de olor para que nos hagan escoger a alguien o descartarlo? Estudios recientes apuntan que, como hacen los lémures, cuando olisqueamos a otra persona obtenemos información sobre su calidad y diversidad genéticas. A la hora de la reproducción, elegimos a los que son más distintos de nosotros. Las ventajas de esto es que, además de evitar cruzarnos con un familiar, aportamos más variedad de genes a la descendencia para que dispongan de distintas armas y defensas con las que afrontar enfermedades. Quizá esta sea la razón por la que nos gustan los hombres y mujeres exóticos.

En el mundo del cortejo y el apareamiento, las actitudes cariñosas y la aptitud para los cuidados también tienen su recompensa. Los lobos macho, antes de que llegue el periodo de ovulación de la hembra, se vuelven muy cariñosos. Cuando ella acepta, ambos se alejan de la manada para copular y durante un tiempo permanecen aislados del resto. Entre los grillos, si el macho ayuda a la hembra a esconderse de un depredador que aparece de pronto, tendrá más posibilidades de aparearse con ella. Para algunos expertos, esa es la razón de que los hombres tiendan a sentarse en el exterior de las mesas de los restaurantes o en las butacas del cine. Es un acto inconsciente de protección, reminiscencia de épocas pretéritas donde merodeaban los competidores y los depredadores.

Entre los primates de la familia de los calitrícidos, como algunos titíes de Sudamérica, los machos cargan con las crías recién nacidas, ya que las hembras suelen parir gemelos y solas no pueden transportar a los dos hermanos. Estos titíes practican la crianza cooperativa, donde todo el grupo trabaja en equipo para sacar adelante a la prole, así que, a la hora de elegir pareja, ellas evalúan cuál de los machos será el padre más cuidador para su progenie.

Jorg Massen, biólogo cognitivo de la Universidad de Viena, ha estudiado las tácticas de cortejo de los rhesus y ha visto que los machos más amables consiguen que ellas les sean fieles. En cambio, los que usan la intimidación y la agresividad para retener a las hembras solo logran que ellas les engañen: se escapan o esconden para aparearse con otros. E igual que un hombre cuida las atenciones y los detalles hacia la mujer que trata de cortejar, un babuino tiene que acompañar a la hembra durante días, defenderla y acicalarla antes de que esta acceda a tener sexo con él. Aun así, la respuesta no siempre es positiva. Si ella decide darle calabazas, se acerca a otro macho que lo rete y se deshace de él en un santiamén. ¡Ah, y el tamaño importa, pero no solo el de los genitales! Una buena estatura y una musculatura bien desarrollada suponen un plus. Desde el punto de vista evolutivo, los hombres más fuertes dan sensación de seguridad a las mujeres: un detalle psicológico que viene de hace millones de años, cuando la fuerza era una factor clave para la supervivencia familiar. Eso pasa también en otras especies, que son más exitosas en función del poderío masculino. A veces, la competición es directa, y los machos deben batirse entre sí para evaluar quién es el más fuerte.

Por ejemplo, los ciervos y los gorilas se pegan. El perdedor suele quedar malherido e incluso llega morir, y el ganador tiene acceso a las hembras de manera exclusiva. Por eso, en estas especies, el dimorfismo sexual o diferencia de tamaño entre el macho y la hembra –más del doble en el caso de los gorilas– es tan grande. Los más fuertes han ido pasando sus genes –y esas características físicas– a su descendencia.

Los estudios en paleontología desvelan en los últimos millones de años una acentuación de las características que atraen o sirven para competir con otros machos, como el aumento de los cuernos, los dientes, las melenas o las crestas. Pero en la mayoría de las especies el sexo no es tan peligroso. Para copular no hay que acabar con el contrario, sino lucirse. Las serpientes enroscan sus cuerpos igual que los adolescentes hacen acrobacias delante de las chicas. Ellas toman nota, y los mejores son los que ligan.

En nuestra especie, los hombres son solo un 10 % más grandes que las mujeres. Eso significa que no ha habido disputas mortales. En este sentido, somos más parecidos a algunas aves, donde la competición es indirecta y cada macho tiene que mostrar la mejor versión de sí mismo por separado. Los duelos son muy costosos y pueden acabar mal para las dos partes. Así que los hombres nos exhibimos en el juego o el deporte y ellas nos evalúan. Así se sabe quién es más fuerte sin tener que pelearse de verdad.

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Otros elementos que se usan en el cortejo son los símbolos de poder o estatus, como la casa o la marca de coche. En este sentido no somos muy diferentes a otros primates. En varias especies de nuestro orden hay una correlación directa entre rango y éxito reproductivo. El caso extremo es el de las macacas japonesas, que tienen más orgasmos cuanto mayor es la posición social del macho con el que se aparean.

Entre las tácticas de seducción no hay que olvidarse de los bailes y los cantos, algunos de gran complejidad. De hecho, las melodías de ciertas aves no compiten en volumen, sino en creatividad. Normalmente, las hembras prefieren a los músicos mas experimentados, pero a veces los machos modifican notas y meten sorpresas melódicas en las partituras que ellas encuentran irresistibles.

En los bosques de Nueva Zelanda habita la araña pavo real. El macho de esta especie posee una preciosa cola de colores parecida a la de los pavos reales. En varios estudios se ha descubierto que llevan a cabo una danza de cortejo en forma de secuencia ordenada. Tras el baile, si a la hembra no le gusta el macho o ya se ha apareado, se lo come. El mismo final les espera a los machos de araña de espalda roja de Australia si lo hacen mal. En este caso, ellos interpretan durante más de una hora una coreografía en la que usan el abdomen a modo de tambor.

Entre los humanos, cantos y bailes no resultan tan peligrosos pero sí son muy atractivos para las mujeres. Un estudio de la Universidad de Northumbria dice haber descubierto los movimientos que atraen a las mujeres sobre las pistas de la discoteca. Los investigadores organizaron un baile para hombres mientras ellas observaban y luego les preguntaron cuáles les gustaron más. Los movimientos largos de la cabeza, del cuello y el torso puntuaron alto. La velocidad de las piernas también era importante, especialmente al doblar y girar la rodilla derecha. Pero quizá los movimientos concretos sean lo de menos; lo que refleja un buen bailarín es un óptimo estado físico y de salud. Las aves lira, por ejemplo, eligen al macho que mejor se mueve o al que introduce alguna variante creativa en su danza.

Al final, se trata de llamar la atención de una manera u otra. Sea en una discoteca o en la selva, la clave es establecer contacto visual. Los machos de chimpancé de Tai (Costa de Marfil) tienen su truco. Para atraer a las hembras, se sientan y cogen una rama a la que le van quitando hojas poco a poco, como si fuera una margarita.

El primatólogo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva Josep Call cree que es lo mismo que hacen los jóvenes en las playas o en los bares. Es como decir: “¡Eh, échame un vistazo nena!”.

Conclusión: muchos factores que tenemos en cuenta para elegir pareja surgieron hace millones de años y los compartimos con otros animales. Forman parte del cableado cerebral desde mucho antes de que apareciera el Homo sapiens. Algunas características son más deseadas que otras, pero nunca podremos predecir lo que pasará entre dos seres que se acaban de conocer. Hay demasiadas variables en juego. Tantas como para pensar que para todos existe una pareja en algún lugar.

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