Democracias en peligro

Emmanuel Macron ha advertido de que si los graves desequilibrios de la globalización no se corrigen, si la actual fase del capitalismo no pone fin a sus excesos, si la responsabilidad social no vuelve a ser una prioridad, las democracias peligrarán y puede estallar una guerra. Así lo relataba ayer Eusebio Val en su crónica sobre el discurso del presidente de Francia en la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Ginebra.

Espero que el presidente Macron se equivoque al preconizar una guerra debido a los excesos de la actual fase del capitalismo. Pero comparto con él la preocupación por la subsistencia
de las democracias liberales tal como las hemos conocido en los últimos setenta años.

No se trata sólo de que Europa supere los torpedos del Brexit y que los populismos xenófobos vayan extendiéndose como una mancha de aceite en prácticamente todas las democracias. Los populistas ganaron las elecciones europeas en cuatro de los países más poblados de la Unión: en Francia, Italia, Polonia y el Reino Unido. Lo más inquietante es el descrédito de las ­instituciones democráticas, que no pueden o no saben dar respuesta a un descontento generalizado en mayorías que se sienten desamparadas.

Me decía el martes un experto internacional en la situación de los países de Europa Central que hay un pacto entre la ultraderecha norteamericana y la ultraderecha europea para atacar las instituciones europeas dando paso a los nacionalismos de los pueblos o de los estados para que limiten o destrocen la cohesión europea. Todo ello, añade mi fuente, con el consentimiento y la complicidad activa o pasiva de la Rusia de Putin.

La mentira o las fake news no son una ocurrencia del presidente Trump para ganar las elecciones del 2016 y para repetir el mantra de que todo lo que no es favorable es falso. Es una forma de actuar que debilita los pactos, los acuerdos, la cooperación y el comercio internacionales. Es hacer política con mentiras o medias verdades. Es sembrar la confusión.

Como se ha comprobado en Gran Bretaña, siempre desconfiada de lo abstracto y lo ideológico, la política se construye ahora sobre hechos inciertos y afirmaciones falsas. Si las democracias liberales debaten sobre utopías, el conflicto está asegurado.

No hay que perder de vista que la barbarie del siglo XX estalló en el corazón de la civilización europea, en un país culto, amante de la música y de la filosofía. No tiene por qué ocurrir en el mismo país ni de la misma manera. Pero no se puede descartar. Estamos a tiempo de evitar conflictos armados, pero será a fuerza de restablecer la confianza en las instituciones, aportar soluciones para paliar la desigual­dades de la globalización desbocada, respetar y convivir con el que piensa diferente y aceptar al extranjero con la dignidad que merece.

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