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Disponibles y viables

Acondicionar los hospitales para la pandemia no puede terminar en su quiebra.

Nadie duda de que la capacidad de los hospitales para los afectados por el nuevo coronavirus determina, en todos los lugares del mundo, el curso de la pandemia. De hecho, cuando se habla de aplanar las curvas, en esencia lo que se busca es que estas entidades adapten su infraestructura, fortalezcan sus recursos humanos y dispongan de insumos necesarios para evitar desbordes que terminan por contarse, como se ha demostrado, en pacientes complicados y en un creciente número de muertos.
Y si bien en Colombia el virus dio un plazo mayor para que estos procesos no fueran tan atropellados, lo cierto es que clínicas y hospitales de todos los niveles se enfrentan hoy a una carrera contra el tiempo que, al tenor de las cifras, muestra resultados favorables. Prueba de esto son los ajustes para alcanzar 10.000 camas de cuidados intensivos, la definición de áreas en hospitalización general para infectados no graves, la cancelación de cirugías y consultas programadas y una drástica modificación que hoy ha descongestionado las eternamente problemáticas áreas de urgencias. Todo esto al servicio de enfrentar la pandemia.
Sin embargo, aunque estos esfuerzos son tranquilizadores, paradójicamente, llegar a este nivel ha puesto a las clínicas y los hospitales en un punto de inestabilidad y riesgo financiero que nadie pensaría, dados los anuncios para favorecerlos. Y no es para menos, porque estas empresas, tanto públicas como privadas, sobreviven de una facturación que hoy se ha disminuido a menos de la mitad, en razón a que la demanda de servicios diferentes a los generados por el covid-19 han caído dramáticamente, incluidos los de urgencias, que hoy no sobrepasan el 70 por ciento.
A esto se suma el aumento desproporcionado en los precios de insumos, reactivos y elementos de protección personal, sin desconocer que por problemas acumulados, menos de la mitad de los hospitales tienen reservas para superar un mes de necesidades.
Como consecuencia de esto, ya se aprecian ajustes en las nóminas, que empezaron por prescindir de personal que no es propiamente innecesario en la actual coyuntura, pero también médicos de elevada capacitación como anestesiólogos, cirujanos, pediatras y ginecólogos, debido a que muchos trabajan bajo formas de contratación determinada por la demanda. El asunto empeora al tratarse de otros trabajadores o especialistas como odontólogos, gastroenterólogos, urólogos, ortopedistas, cirujanos plásticos, rehabilitadores, dermatólogos, nutricionistas y terapeutas, que hoy están prácticamente desocupados en sus casas y sin recibir ingresos y de los que dependen muchas familias.
Otra lista del problema la conforman miles de enfermos que por causa de la pandemia tuvieron que aplazar tratamientos, cirugías y procedimientos que no se pueden suplir con la incipiente compensación que ofrece la consulta virtual, sin dejar de lado a quienes presentan síntomas graves o agudización de patologías que pueden comprometer su bienestar y su vida si no reciben una atención.

El desafío que ahora asoma para el sistema de salud es que la favorable contención del coronavirus no termine por incrementar las cifras de enfermos y muertes por otras enfermedades

Aunque no se conocen las cifras nacionales de posibles consecuencias de todos estos esfuerzos para contener el covid-19, hace una semana la prestigiosa revista ‘British Medical Journal’ dejó en evidencia que las urgencias vitales cayeron en Inglaterra en un 30 por ciento, con la presunción de que muchas personas que no consultaron podrían haber muerto o pueden fallecer en los próximos meses, a pesar de que estos desenlaces fatales se hubieran podido evitar con tratamientos oportunos.
Aquí hay que dejar claro que, en armonía con la declaración de emergencia sanitaria, el Gobierno ha emitido una serie de normas –empezando por el destrabe del Acuerdo de Punto Final– orientadas a remontar la crisis histórica que arrastran clínicas y hospitales, para permitir su acondicionamiento en la actual coyuntura. Lamentablemente, dada la evidencia, estas no han pasado del papel.
Así que llegó la hora de que los recursos que se movilizan para el sector de la salud lleguen al circuito prestador, que el giro directo sea universal, a la par que se faciliten anticipos a la red hospitalaria, compras de cartera, liberalización de reservas y, por encima de todo, que se remunere, de una vez por todas, la disponibilidad que hoy presentan estas instituciones. Lo anterior no impide que se empiece a flexibilizar también la atención de pacientes no covid-19 para que la favorable contención del coronavirus no termine por incrementar las cifras de enfermos y muertes por otras enfermedades. Si a los hospitales les va bien, al país le irá bien.
EDITORIAL
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