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El obligado viaje al centro de Haddad

El candidato de Lula tiene ante sí un reto mayúsculo: recuperar el voto de la masa empobrecida y establecer un diálogo con las clases medias divorciadas del PT

El candidato presidencial Fernando Haddad después de votar.
El candidato presidencial Fernando Haddad después de votar.Reuters

La debacle era tan grande que resultaba imposible de ver. Incluso los estrategas más conservadores del Partido de los Trabajadores confiaban en que Fernando Haddad, el heredero de la candidatura de Lula, lograría absorber más apoyo del expresidente, teniendo en cuenta que este contaba con el 39% de intención de voto a finales de agosto. Fue su último gran resultado, pocos días antes de renunciar a la carrera presidencial, obligado por el Tribunal Electoral por estar en la cárcel cumpliendo condena por corrupción. Cedió la papeleta a Haddad, el cual acabó la campaña en un estado agónico. Trató de frenar como pudo el avance de Bolsonaro en los lugares más fieles del petismo: los más pobres de la región Noreste. Al menos eso lo ha retenido.

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La agrupación llevaba tiempo cosechando un fuerte rechazo en la clase media brasileña, que se alejó del partido tras los sucesivos escándalos de corrupción que llevan años royendo el partido. Mientras, han pagado también el viraje del Gobierno de Dilma Rousseff, que adoptó una política de economía intervencionista, lo que empujó a los mercados hacia la figura, políticamente deplorable pero al menos alternativa, del ultraderechista Jair Bolsonaro.

Haddad pasó los últimos días discutiendo en vano con sus asesores cómo restablecer algún tipo de diálogo con estos sectores para la segunda vuelta que hacía tiempo que se le escurría entre los dedos. Las ideas eran las mismas: presentarse como un candidato más de centro, abandonar algunas de las ideas más radicales del PT, prometer fidelidad al modelo de responsabilidad fiscal que había adoptado cuando fue alcalde de São Paulo. Dio igual. Eran muchos esqueletos en el armario, muchos años en el poder, muchos enemigos.

Y a diferencia de Lula, Haddad nunca lo tuvo fácil. No era uno de los barones del partido, formados en el movimiento sindical brasileño. Tampoco tiene en su biografía una historia de superación como la de su padrino político. Nació en São Paulo hace 55 años, hijo de padres de origen libanés, y siempre frecuentó escuelas privadas en la principal metrópoli de Brasil.

Se había dejado llevar hacia el PT cuando era universitario y se fascinó por el movimiento estudiantil de la prestigiosa Escuela de Derecho de la Universidad de São Paulo (USP). Él era trabajador en aquella época, en la tienda de tejidos de su padre en el centro de São Paulo. “En las tiendas del centro quien no aprende a leer a las personas pronto va a bancarrota. Es toda una economía basada en el crédito”, se había jactado ante la revista Piauí en 2011.

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Quizá por eso, se alejó siempre del centro de poder del partido, entonces una superpotencia de la izquierda latinoamericana. Haddad se escudaba en su perfil de intelectual con poco interés en las luchas políticas y abrazó tesis contrarias a la dirección del partido en no pocas ocasiones. De hecho, le apodaron como “el menos petista en el PT”. “Haddad nunca ha comulgado con el ala más radical del Partido de los Trabajadores”, confirma Vitor Marchetti, profesor de la Universidad Federal del ABC.

Por eso la agrupación le puso siempre resistencia. “Demasiado sureño” (es decir, frío, rico y desconectado del campo) y “demasiado intelectual”, decían quienes creían que los fieles del PT le darían la espalda. Pero no había otra opción. El más popular en las filas del PT para reemplazar a Lula cuando el Tribunal Electoral, inevitablemente, le impidiese seguir adelante con la candidatura desde la cárcel, era el exgobernador de Bahia Jaques Wagner. Y él dijo quizá astutamente que no quería presentarse. Haddad era una de las pocas caras del partido razonablemente conocida por los votantes; una que había sorteado buena parte de los escándalos de corrupción y que no había sido eclipsado por Lula.

Además, estaba dispuesto a disfrazarse de radical. Cuando Lula fue encarcelado en abril, sentenciado por corrupción y blanqueo de capitales, Haddad desempolvó su licencia de abogado y se erigió como defensor del expresidente. Con libre acceso a la celda de Lula, Haddad acabó convenciéndose de hacer suyas algunas de las tesis del ala más radical del partido, como la convocatoria de un comité para reescribir la Constitución. El 11 de septiembre fue confirmado como el sustituto de Lula, y él se presentó de nuevo al público. Con una camiseta de Lula Livre, como los militantes más aguerridos, y con un talante mucho menos intelectual.

Los analistas entienden que en la segunda vuelta tendrá más probabilidades de victoria quien logre dialogar con los electores. Existe el consenso en que la única persona dentro del PT que tiene condiciones de hacerlo es Haddad. Para lograrlo, tendrá que modular su discurso y quizás volver al perfil moderado que le dio la victoria en las elecciones a la alcaldía de São Paulo. Volver a vestir el traje de profesor universitario.

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