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Salud

'Tengo sexo con otros hombres, pero no soy gay ni bisexual'

Son el segundo grupo con mayor prevalencia de infección, cerca del 20 %, detrás solo de las mujeres trans.

Son el segundo grupo con mayor prevalencia de infección, cerca del 20 %, detrás solo de las mujeres trans.

Foto:iStock

Los hombres que tienen sexo con hombres son un segmento que preocupa en la lucha contra el VIH.

Arquitecto, empleado en una empresa reconocida de diseño gráfico en los Estados Unidos. Entrado en años ya. Con esposa y dos hijos. Podría decir que no me faltan muchas cosas en la vida y con este relato, a modo de confesión, ilustraré cómo descubrí hace 15 años un gusto que me expone, que me hace vulnerable.
Era una celebración empresarial de esas de fin de año. No había nadie extraño, todos conocidos. La tarde empezó con un almuerzo, algunas bebidas y en la noche llegó la fiesta, la música, sin drogas, aclaro. Todo normal.
Al cabo de las horas, la gente comenzó a irse. En la madrugada quedábamos pocos, unos cinco o seis, incluidas dos mujeres. Reconozco que estaba bajo los efectos del licor. Me sentía bien. La fiesta, como se dice, estaba buena. Y pronto nos encontramos solo dos personas. Este servidor y el dueño de la casa.
De lo que vino a continuación no recuerdo mucho más. A veces me gustaría tener más conciencia de lo que pasó para tratar de explicar cómo fue que amanecí en la misma cama de mi compañero de trabajo. Desnudo, inquieto. Había sido una madrugada de sexo. De las pocas certezas que tenía era que yo había sido la parte activa.
Sin preguntar mucho me levanté y salí. No tenía referencias de las inclinaciones sexuales de mi compañero y mucho menos de que yo lo fuera.
Preferí asumir este episodio como el producto de una borrachera, como una anécdota que era mejor borrar de mi memoria. Con él nunca se tocó el tema y aproveché una opción de traslado para terminar de sepultar lo acontecido.
Por mucho tiempo guardé silencio, pero no de manera vergonzante. La verdad, ni me iba ni me venía. Hasta que en una nueva oportunidad, en una reunión con gente desconocida, vi a un hombre que me atrajo. No de manera emocional, sino de forma instintiva. Y entonces regresaron los recuerdos difusos de aquella noche. Quería estar con este sujeto que me hablaba y me excitaba. Y pasó, esta vez conscientemente. Acepto que lo disfruté.
De repente era yo, un hombre hecho y derecho, descubriendo una forma de placer nueva, aunque insisto: sin sentir un gusto mayor por los hombres y quiero ser claro en que no me motivan de ninguna otra manera, menos sentimentalmente hablando. O en otras palabras, es un gusto meramente erótico.
No sé si sirva de algo, pero nunca propicio la situación, ni voy en búsqueda de nada. Es algo que pasa solo ante la oportunidad.
Y lo digo porque soy consciente de que tengo una esposa a la que amo sin ningún tipo de duda. Mis sentimientos están definidos. Soy y seré heterosexual.
Claro, llegar a esta conclusión tuvo sus altibajos porque en el fondo, criado en una concepción eminentemente católica, llegué a pensar que esto no era normal. Incluso busqué la ayuda de un psiquiatra, a quien, con sinceridad absoluta, como ahora lo estoy haciendo, conté mi relato y me sometí a un proceso de psicoterapia en el que tuve que enfrentarme conmigo mismo y darle respuesta al enredo que había en mi cabeza.
Hoy agradezco esa oportunidad. Y mucho. Entendí más sobre lo amplio de la mente humana y que las preferencias por la sexualidad son tan diversas como nosotros mismos. No padezco ninguna enfermedad. Solo un gusto sexual que se sale del espectro. Y eso me tranquiliza.
Con este proceso también tuve que leer mucho y me di cuenta de que las personas como yo estamos clasificadas en un grupo específico, lo que toma relevancia –y esto me llama la atención– solo al hablar de enfermedades de transmisión sexual. De resto, somos comunes y corrientes. Y por eso hablo hoy.

No padezco ninguna enfermedad. Solo un gusto sexual que se sale del espectro. Y eso me tranquiliza

Al enterarme del riesgo elevado de mis prácticas y frente al hecho de que somos un vehículo por donde transita fácilmente el VIH, sumado a algo muy importante y es que tengo una vida sexual activa con una esposa a la que tengo que proteger, decidí buscar atención médica.
Gracias a eso hoy estoy en control en un grupo de riesgo, no soy portador del virus, tampoco he tenido otras enfermedades de transmisión sexual, aprendí hasta la saciedad que la protección es fundamental para darle rienda suelto a mi gusto. Nunca tengo sexo sin protección, procuro conocer los antecedentes de las personas con las que me meto hasta donde puedo, me hago los exámenes de rutina juiciosamente y también, valga decirlo, he convencido a mi señora de que se los practique sin confesarle mis deslices.
Sé que todo esto puede sonar como un relato descarado, una apología al desorden o una declaración desvergonzada de libertad. Cada quién lo tomará como quiera y en realidad tampoco me interesa reivindicar un gusto públicamente. Simplemente estoy contando algo que les ocurre a muchos hombres que están corriendo riesgos escondidos en la vergüenza.

Una población estigmatizada y escondida

La Organización de las Naciones Unidas, a través de sus agencias sanitarias, han recalcado que los hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres sin ser homosexuales o bisexuales son al lado de transexuales y trabajadores sexuales los grupos con mayor prevalencia de infección de VIH.
De hecho, el riesgo de contraer este virus es 22 veces mayor entre estos hombres que en la población general. Es un grupo muy particular, para el que hubo que crear una categoría epidemiológica específica denominada HSH.
Bertha Gómez, responsable de VIH de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en Colombia, explica que esta “clasificación surgió en los años 90 como una categoría epidemiológica –no social– para dilucidar esa zona gris en la que estaban muchos hombres que no se identifican a sí mismos como homosexuales ni bisexuales, pero tenían relaciones sexuales con hombres”. Y esto por la alta incidencia de casos de VIH que se presentaba en este grupo.
Y Gómez agrega que la forma más cercana para definirlos es la de “hombres biológicos que tienen relaciones sexuales con otros a quienes ellos consideran hombres o con personas trans que han cursado a la masculinidad”.
¿Por qué la importancia de esto? Porque si bien como número dentro de la población general son minoritarios (del 2 al 4 por ciento, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud), es el segundo grupo con mayor prevalencia de infección (cerca del 20 por ciento), por detrás de las mujeres trans y por encima de los trabajadores sexuales.
¿Y por qué tienen una prevalencia mayor? Por dos razones, según Gómez. Primero, por las prácticas de riesgo en que algunos de ellos incurren (cosa que es trasversal a todos los grupos), pero sobre todo porque socialmente no son aceptados, lo que los hace vivir en un mundo de silencio que termina convirtiéndose en una barrera a la hora de acceder a servicios sanitarios y, así, identificar si son portadores o no.
“Eso los deja expuestos a ellos y a su entorno, porque hasta acceder a elementos de prevención y a tratamientos profilácticos (que pueden ser antes o después de las relaciones) puede delatarlos, sobre la base de que es el grupo que se mantiene más oculto”, insiste la experta.
La experta subraya que no necesariamente pertenecer a este grupo configura un riesgo, sino que son las prácticas sexuales peligrosas (no usar condón, por ejemplo) lo que expone más a las personas. “En otras palabras, tener gusto por un hombre no tiene problema, como sí caer en prácticas de riesgo”, acota.
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