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Bolsonaro enfermo y Brasil sin remedio

La irreverencia ha sido la gran enfermedad del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Tras dar positivo por COVID-19, el mandatario dijo estar usando hidroxicloroquina para tratar el virus, un fármaco que mandó a producir en masa en los últimos meses. La OMS dijo esta semana que no sirve de nada. Por otro lado, los medicamentos que funcionan escasean en el país.

Camilo Gómez Forero
08 de julio de 2020 - 03:00 a. m.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, dio positivo por coronavirus el martes 7 de julio. Previamente se había hecho tres pruebas, cuyo resultado siempre fue negativo.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, dio positivo por coronavirus el martes 7 de julio. Previamente se había hecho tres pruebas, cuyo resultado siempre fue negativo.
Foto: Agencia AFP

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha demostrado en estos últimos seis meses que poco o nada le interesa el bienestar de su pueblo. Su respuesta a la pandemia de coronavirus, la cual deja hasta ahora más de 65 mil muertos en el país, ha ido en contravía de las recomendaciones de expertos en salud y ha puesto en riesgo a la ciudadanía. Condenó las cuarentenas y vetó el uso obligatorio de máscaras faciales. También promovió las aglomeraciones de sus seguidores sin seguir ningún tipo de protocolo para evitar contagios y rechazó el distanciamiento social, pues le gusta seguir abrazando y saludando de mano, aunque esto represente un riesgo para la salud de los demás y la de él.

Pero lo que más indignación les causa a algunos brasileños ha sido su prepotencia y su falta de empatía. “Y qué. Lo lamento, pero, ¿qué quieren que haga”, “No hago milagros”, ha dicho cuando se le pregunta por el aumento de muertes en Brasil.

El martes, cuando finalmente el gobierno comunicó que el presidente había dado positivo en una prueba de COVID-19, Bolsonaro le enseñó al mundo su último acto de irreverencia. Al reunirse con los medios, el presidente se retiró su tapabocas para decirles a los periodistas “solo mírenme a la cara: estoy bien”. De esta manera, el ultraderechista mandatario brasileño no solo dejó ver que no le importa estar contagiado, sino que además no tiene el más mínimo remordimiento por contagiar a los demás. Y eso es precisamente lo que ahora preocupa al gobierno de Brasil y a los funcionarios de otros países que recientemente se reunieron con él.

En las últimas semanas Bolsonaro ha sostenido una agenda dinámica y agitada como de costumbre. Se reunió con sus seguidores en las calles en manifestaciones organizadas para apoyar su gestión. También cenó el sábado con el embajador de Estados Unidos en Brasil, Todd Chapman, en una reunión para celebrar el Día de la Independencia del país norteamericano, a la que también asistieron cinco ministros, dentro de los que se destacan Ernesto Araújo, de la cartera de Relaciones Exteriores, y el ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva, quienes ahora fueron sometidos a pruebas para ver si ellos también tienen el virus.

Bolsonaro ha sido indudablemente culpable del aumento de casos. Después de todo, él se ha convertido en un transmisor del virus. Pero, aunque haya sido diagnosticado con COVID-19, esta noticia no significó ni significará un cambio en la posición del presidente frente a la pandemia. Todo lo contrario. Servirá para reforzar algunas de las medidas imprudentes que ha querido adoptar o que ha impulsado.

Inmediatamente se confirmó que había dado positivo por COVID-19, Bolsonaro aseguró que estaba usando hidroxicloroquina para tratar la enfermedad. Este fármaco se hizo popular luego de que él y otros líderes como Donald Trump lo promovieran como un medicamento efectivo para contrarrestar el virus, aun cuando solo se estudiaban los efectos que tenía frente a este. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que el uso de la hidroxicloroquina en casa y sin supervisión puede ser peligroso, pues dentro de sus efectos secundarios puede causar un trastorno del ritmo cardíaco en ciertos pacientes, por lo que debe ser suministrado solo en hospitales. A principios de esta semana, la OMS suspendió finalmente los ensayos para tratar el COVID-19 con este fármaco luego de que se demostrara que produce poca o ninguna reacción en los pacientes hospitalizados.

Pero a Bolsonaro continúa sin importarle lo que digan los expertos. El Ejército de Brasil aumentó en 80 veces la producción de cloroquina, pasando de fabricar 250 mil píldoras cada dos años a 1,2 millones en tan solo mes y medio. De nada sirvieron las advertencias de la OMS. Por otro lado, el Ministerio de Salud, del que entran y salen ministros reconociendo la ineptitud del gobernante, admitió la semana pasada que hacen falta cerca de dos docenas de medicamentos especiales para tratar a pacientes de COVID-19 en las unidades de cuidado intensivo, porque los alcaldes y gobernadores no los han podido comprar. El exceso de un medicamento que no sirve y la ausencia de los sedantes y tratamientos que son necesarios hablan de cómo el presidente ha respondido a la crisis. Antes que la opinión de expertos está la de él. Con o sin COVID-19, Bolsonaro seguirá siendo un irreverente frente a su pueblo.

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