Durante los últimos años varios economistas vinculados a temas productivos nos cansamos de escribir notas sobre la destrucción del entramado productivo. Mientras el gobierno nos hablaba de la “reconversión”, los números reflejaban una nueva etapa de desindustrialización argentina, a la altura de la de Martínez de Hoz y la Convertibilidad.

Al finalizar 2019, la industria manufacturera exhibirá un nivel de producción 17 por ciento inferior al del inicio de la actual gestión, convirtiéndose así en uno de los sectores con peores resultados económicos. Este mal desempeño atraviesa el tejido productivo y afecta prácticamente a todos los bloques industriales.

Gran parte de la industria manufacturera no era una prioridad para este gobierno, y ya quedaba claro en los lineamientos del “Plan Australia” del 2016, en el cual se buscaba de forma manifiesta el achicamiento de este sector productivo. Pero, a diferencia de lo que se planteaba en el Plan, ni siquiera los sectores con “ventajas comparativas” (por ejemplo la industria alimentaria) pudo escapar al mal desempeño general de la industria. De hecho, según datos del Indec, el bloque Alimentos y Bebidas muestra una caída de 5,0 por ciento en los primeros tres años de gestión y acumula una baja de 9,4 por ciento en 2019.

En un contexto de permanente recesión, los aumentos de competitividad son más difíciles de lograr. El crecimiento económico, cierto nivel de estabilidad nominal y fuentes de financiamiento accesibles son algunas de las condiciones básicas que estuvieron ausentes durante los últimos años. Por lo tanto, el reclamo del gobierno de una reconversión y mejoras en la productividad era a todas luces inconsistente.

Este comportamiento se refleja, asimismo, en lo que corresponde a los datos de empleo. En lo que va de la gestión, la industria destruyó 146.000 puestos de trabajo registrados, anotando la peor caída desde la última etapa de la Convertibilidad. La evolución del número de empresas va en el mismo sentido. Entre 2015 y 2019, la cantidad de empleadores de la industria manufacturera cayó 7,5 por ciento (4200 empresas menos).

Más allá de los números, estos registros reflejan una situación preocupante en términos de desarrollo económico, debido a los impactos que tiene esta crisis en el largo plazo. Recuperar las capacidades productivas que se pierden por las empresas que bajan sus persianas o los empleos que se destruyen puede llevar años, y no se logra sencillamente con una recuperación del nivel de actividad.

Asimismo, las exportaciones industriales cerrarán 2019 con niveles similares a 2015, a pesar de que el tipo de cambio real es más alto. La constante suba del tipo de cambio aumentó la inestabilidad nominal y la incertidumbre y, por lo tanto, las depreciaciones fueron “ventanas de oportunidad” para aquellas firmas que ya tienen desarrollado un canal exportador, sin impulsar de manera sostenida nuevos negocios.

El gobierno nos quiso hacer creer que la industria es cosa del pasado. Sin embargo, cuando uno observa la cuarta revolución industrial y las políticas adoptadas por los principales países del mundo, comprueba que la industria avanza de la mano, e inclusive impulsa, los profundos cambios tecnológicos. En efecto, a nivel global, las empresas industriales movilizan los mayores recursos de la inversión en I+D del sector privado.

Son varias las políticas públicas que tienen que resignificarse para lograr una verdadera transformación productiva. Políticas de financiamiento, transferencia tecnológica, ordenamiento impositivo, inserción internacional, eficientización del Estado, entre otras. A pesar de la fuerte destrucción de estos años, Argentina tiene historia, empresarios y talento suficiente para iniciar una nueva etapa de desarrollo con la industria como pieza fundamental en este proceso.

* Directora de Radar Consultora.