Repican las campanas y gritamos al unísono: ¡Viva México! Es el día de la Patria, pero es en realidad el momento político ideado exprofeso para recordarnos que el país ha sido y sigue siendo el patrimonio del poder y de los poderosos. Patria, patrimonio, padre: el territorio de los hombres que lograron dominar a quienes se les opusieron y que trenzaron, con sus apellidos, la historia política de México. Así ha sido siempre y así sigue siendo hasta la fecha: en México, la historia se escribe como biografía.

A la concentración del poder personal que acumuló Iturbide en los inicios de la vida independiente, siguió una concentración similar en manos de Antonio López de Santa Anna, quien jugó con los dos bandos políticos de aquellos tiempos pero concluyó sus días como enemigo declarado del liberalismo. Santa Anna fue el presidente de México cada vez que hizo falta, de 1833 a 1855, hasta que una revuelta encabezada por Juan Álvarez inició la guerra que llevaría al primer triunfo militar de los liberales y a la paulatina y cruenta sucesión del mando que desembocaría en la figura principal del Benemérito, Benito Juárez. Y éste, quien murió siendo presidente de la República en 1872, no sería realmente sustituido sino hasta la llegada de Porfirio Díaz al poder.

Lo dijo bien Emilio Rabasa en La Constitución y la Dictadura: “La historia de México independiente, en lo que tiene de trascendental, cabe en las biografías de tres presidentes: Santa Anna, Juárez y Díaz”. En cambio, y a pesar de las batallas constantes entre conservadores y liberales para establecer las normas y las instituciones proclives a sus intereses, ninguna de sus constituciones fue nunca respetada. Vuelve a decir Rabasa: “Antes de 1867 todas las revoluciones tenían por base el desconocimiento de la Constitución vigente; de entonces para acá (1912), todas las revueltas han invocado la Constitución ultrajada”. A la vista de esos hechos, Fernando Escalante ideó el título perfecto para un libro sobre el tema: Ciudadanos Imaginarios, porque eso hemos sido desde que se fundó México, en 1821.

La Revolución (así, con mayúsculas) no modificó sino que consolidó esa tendencia. Si Plutarco Elías Calles se quedó a la postre como el Jefe Máximo, que haría nacer al Partido Nacional Revolucionario —para eternizar los mandos en un solo individuo, reemplazable— fue porque sobrevivió. Cuando Calles propuso a la nación abstracta el paso histórico de un país de caudillos a otro de instituciones, ya habían sido asesinados Madero, Pino Suárez, Carranza, Zapata, Villa y Obregón entre un largo etcétera de nuevos padres de la patria. Era tan evidente que ya no quedaba nadie, que incluso se le imputó a él y a Portes Gil la autoría intelectual del magnicidio del único general triunfante de la Revolución, cuando se propuso volver a gobernar México (¿Quién mató a Obregón? “Calles-é y Portes-é bien”, respondía la gente).

El pueblo, la nación, los ciudadanos o la sociedad han sido las palabras empleadas para darle telón de fondo a la historia forjada por los nombres propios. Una lista completada laudatoriamente por el general Lázaro Cárdenas y, más tarde, por los antihéroes favoritos del presente: Salinas, Fox, Calderón y Peña Nieto. Y que cierra el ciclo con el héroe nacional del día: Andrés Manuel López Obrador, quien decidió irse a vivir a los pasillos del Palacio que guarda y reproduce la imagen de sus pares, con quienes convive y dialoga cada día y de quien hablamos obsesivamente como el padre fundador de una Cuarta Transformación de la Nación (otra vez, con mayúsculas), que nos volverá a dar Patria.

Celebremos, pues, los momentos estelares de nuestra vida nacional; es decir, las biografías de los poderosos que se han turnado para hacer historia mientras se la adueñan, en una larga sucesión de bronce. ¡Que Viva México!

Investigador del CIDE

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