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¿Realmente está hecho trizas el partido de Álvaro Uribe?

La frustración de algunos congresistas del Centro Democrático con el Gobierno de Duque los ha puesto a pensar en armar rancho aparte. Los rumores de que Uribe no se presente a la próximas elecciones alimentan esa posibilidad.

23 de febrero de 2020

En la historia de Colombia jamás ha existido un partido político que, desde su fundación, haya tenido tanta unidad y disciplina como el Centro Democrático. Sin embargo, estos dos elementos, sustentados en el liderazgo único de la figura de Álvaro Uribe, se resquebrajaron una vez esta colectividad obtuvo, de manos de Iván Duque, las llaves del Palacio de Nariño.

Desde que este último ganó las elecciones presidenciales, se hizo evidente que no iba a ser fácil mantener la cohesión que hasta el momento había reinado en el partido. Sostener esa disciplina casi militar era viable en la oposición, pero tal vez ahora, siendo Gobierno, se convirtió en una utopía. En política se dice que hacer oposición es mucho más fácil que gobernar. Esa afirmación es absolutamente cierta pues, en últimas, criticar es más fácil que hacer.

El presidente Duque, al llegar al poder, se estrelló con esa realidad y tuvo que sortear inconformismos en su partido que hasta hoy no han podido subsanarse. Las divisiones en el uribismo, que en un principio tramitaron en discusiones a puerta cerrada, ahora están sobre la mesa y en boca de todo el mundo. A tal punto que ya se habla de una eventual ‘disidencia’ dentro del partido que podría apartarse de la sombrilla del Centro Democrático para enfrentar las elecciones de 2022. Como posibles líderes de ese grupo se mencionan nombres de la plana mayor del uribismo como Rafael Nieto, Óscar Iván Zuluaga, María Fernanda Cabal, Paola Holguin, y hasta Pacho Santos.

Lo cierto es que de alguna manera, se veía venir la aparente crisis que hoy viven las toldas del partido de Uribe. El Centro Democrático nació con el claro objetivo de ser la principal fuerza opositora al Gobierno del entonces presidente Juan Manuel Santos, y lo logró. Así las cosas, resultaba razonablemente sostenible concebir una bancada cohesionada para hacerle contrapeso a todo lo que viniera del Ejecutivo, especialmente en lo relacionado con los acuerdos de paz. Hoy ese enemigo ya no está.

Como elemento adicional, en la primera elección del Centro Democrático la mayoría de los 20 senadores uribistas que salieron elegidos en la lista cerrada eran relativamente desconocidos, y llegaron a su curul única y exclusivamente por el arrastre de la votación de Álvaro Uribe. Eso, evidentemente, dejó a los parlamentarios de esa colectividad con una incalculable deuda de gratitud que los mantenía alineados con las tesis del expresidente. Pero en la siguiente elección la lista era abierta y muchos de los elegidos consideran propios sus votos.

Con el inicio de la era Duque los cimientos del partido se sacudieron y su dinámica dio un giro de 180 grados. La fractura empezó a aparecer desde la época de la campaña. Aunque no puede negarse que el hoy presidente ganó las elecciones en buena medida gracias al apoyo de Uribe, también hay que afirmar que su carácter y su estilo de gobierno resultaron menos radicales que los de este último. La opinión pública recibió bien esa postura pragmática, seria, técnica y conciliadora de Duque, pero en el furibismo no cayó nada bien.

La primera bandera roja apareció con el nombramiento de los ministros. Durante la campaña, Duque dijo hasta el cansancio que nombraría un gabinete técnico y alejado de la política. Pero cuando cumplió esa promesa muchos en su partido, que venía de la sequía burocrática de la oposición, quedaron desconcertados. El día de la posesión presidencial, el discurso incendiario de Ernesto Macías –en esencia un memorial de agravios contra Santos–, contrastó con el tono conciliador de las palabras del nuevo presidente. Al poco tiempo salió a la luz el video en el que Uribe, Paloma Valencia y otros parlamentarios felicitaban a Macías por su discurso y afirmaban que “una cosa era el presidente y otra el Centro Democrático”. Esa distancia, desde el minuto cero, marcó la pauta de la tormenta que vendría.

Luego llegó el factor protagónico en la división del hoy partido de gobierno: el manejo de la implementación de los acuerdos de paz. Sobre esta materia había tres líneas posibles: 1) “Hacerlos trizas”, 2) Dejarlos como estaban, 3) Buscar implementarlos después de haber modificado algunos temas de fondo. Duque, consciente de que el proceso de paz no tenía reversa, se fue por la última opción y terminó por quedarse con el pecado y sin el género. Con las objeciones presidenciales a la ley estatutaria de la JEP, el primer mandatario quiso cumplirle a su base electoral y ser fiel a la filosofía de su partido. Sin embargo, con esto no solo se quedó sin gobernabilidad y perdió tiempo valioso, sino que no logró cambiar ni una coma de la pactado en La Habana.

Los furibistas querían que, hundidas las objeciones, el presidente siguiera buscando caminos para modificar los acuerdos. Pero en realidad eso no era políticamente viable. Entonces, Duque quedó en la encrucijada y terminó visto por la oposición como un enemigo de la paz, y por el ala radical de su partido como un mandatario que no cumplió una de sus principales promesas electorales.

A esta, que de por sí ya era una situación tensa, se le han sumado varios factores que hoy amenazan la unidad en el Centro Democrático. Este es tal vez el único partido cuyo logotipo, en lugar de letras, tiene la silueta de su fundador: Álvaro Uribe Vélez. No obstante, algunos contextos que hoy lo rodean obligan a pensar en cómo sería esa colectividad sin la participación activa del expresidente. La favorabilidad del senador Uribe hoy está en su punto más bajo, no se sabe si por el desgaste natural o por los procesos judiciales que enfrenta. En todo caso, sus allegados afirman que probablemente Uribe no se presentará a las próximas elecciones al Senado. Esto necesariamente abre varios interrogantes: ¿Sin la votación de Uribe, habrá alguna posibilidad de que pueda mantenerse el Centro Democrático? ¿Quién asumirá el liderazgo que hoy tiene el expresidente? ¿Se atomizará el partido por cuenta de las pretensiones electorales de los unos y de los otros sin un jefe que los alinee?, y un largo etcétera de preguntas están aún sin resolver.

También existe el problema de que esta vez la campaña presidencial se adelantó. Ya hay por lo menos 15 candidatos asomando la cabeza y el uribismo no va a querer que le cojan ventaja en esa carrera. Como la popularidad del presidente Duque no ha despegado, quienes dentro del furibismo hacen los los cálculos políticos ya quieren marginarse de esta administración para evitar que les cobren sus falencias en las urnas. Con la contienda presidencial cada vez más cerca, y el sinnúmero de aspiraciones políticas de los furibistas, Uribe es una especie de padre que mantiene la unidad de la familia. Sin embargo, si se retira del hogar, sus hijos, aunque sigan respetando y oyendo los consejos de su mentor, irán tomando sus propios caminos.