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Hipohijos al ataque

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DURACIÓN LECTURA: 6min.

Durante una estancia de estudios en un centro universitario barcelonés, una chica norteamericana tuvo un percance: se quedó atrapada en el ascensor. ¿Cómo salir? “Fácil”: llamó a su madre a la Florida. La mujer, a 7.500 km, contactó con la universidad, que en cuanto se enteró del problema ordenó desatascar el equipo. En cuanto a la joven, pasó todo el tiempo de espera chateando en el móvil, y no le vino a la cabeza pulsar ella misma el botón de alarma…

Para Eva Millet, autora de Hiperniños: ¿Hijos perfectos o hipohijos? (Plataforma Editorial, 2018) la historia del ascensor es “la madre de todas las anécdotas”, y es una buena muestra de por dónde van los tiros con esos padres amantes de la “crianza hiper”, que les quieren resolver todos los obstáculos a sus hijos, y a quienes dedicó un libro anterior, Hiperpaternidad. El resultado son esos jóvenes –algunos incluso con gran preparación académica– que no saben hacerles frente adecuadamente a sus problemas cotidianos.

Si se lo hacen todo a uno, ¿no le están garantizando un pasaporte a la felicidad?

— No, al revés. Lo están haciendo dependiente, y la gente dependiente no es feliz. Si dependes de tus padres, luego dependerás de tu pareja. Creo que educar es dejar ir y enseñar a los hijos a adquirir autonomía. A tus hijos tienes que hacerles ver que deben valerse por sí mismos. Eso es lo que da la felicidad: ser capaz de resolver uno mismo sus problemas.

Aprender a superar las frustraciones

Pero quien hace las cosas por sí mismo tiene el riesgo de fracasar. Ello puede ser frustrante, y está bastante extendida la idea de que hay que evitarles esto a los chicos. Como consecuencia, desarrollan una baja tolerancia a la frustración. ¿Qué efectos acarrea?

— No permitirles a tus hijos que se frustren en algún momento es engañarlos. La vida está llena de pequeños y grandes reveses, por tanto, tenemos que enseñar que la tolerancia a la frustración y la resiliencia son habilidades necesarias para estar bien y superarnos. Una frustración puede ser desde tener que hacer una cola de dos horas a que te deje tu novia. Si no aprendemos a superarlas, nos hundimos y no seremos felices jamás.

Por su parte, la sociedad ve que con estos modos se está generando gente muy blandita y dependiente; personas que no se ven capaces de hacer cosas por sí mismas. Por ello, no digo que críes a tus hijos como los espartanos y los tires por una ladera a ver si sobreviven, pero sí que una buena dosis de resiliencia ante la frustración los hará mejores.

Ud. no lo dice en el libro, pero ¿no atisba una relación entre darle todo al hijo para que no se frustre, y que después, de joven o adulto, se convierta en un acosador o en un abusador? Como no sabe de límites, quien intente hacérselos ver puede sufrir las consecuencias…

— Podría ser. Yo ahí no entro. Pero está claro que si te educan como el rey de la casa, acabas siendo un dictador, porque básicamente te crees que estás solo en el mundo y no entrenas la empatía y otras habilidades básicas para vivir en sociedad. Terminas siendo un tirano, y los tiranos ya sabemos cómo actúan.

Hay un libro de Javier Urra, El pequeño dictador, que habla de esos niños a los que no se les ha puesto ningún límite, por miedo a frustrarlos, no sea que se traumaticen. “No le digamos que no, porque no será feliz”, y claro: hay que decir no. Hay que poner límites a los hijos, porque en la sociedad los hay y tenemos que vivir con ellos. Si no, se convierten en tiranillos.

Autoridad para corregir

Las leyes tampoco es que animen mucho a los padres a corregir el rumbo. De hecho, alguna demanda ha habido contra quienes ha castigado a sus hijos por, por ejemplo, subir los pies en el sofá. ¿No están los padres un poco de manos atadas?

— El juez Emilio Calatayud dice que desde que Zapatero cambió la ley, los padres no podemos corregir ni moderadamente a nuestros hijos. Yo creo que no hace falta dar una bofetada. Se puede educar con los límites sin llegar a eso, pero está claro que hay que ponerlos, y que junto con el afecto, conforman los dos pilares de la educación. No nos tienen que dar miedo los límites. Uno puede ser decirle que el móvil tiene que quedarse fuera de su habitación por la noche, o que no se puede comer chucherías antes de cenar. Los límites normales, con sentido común, están muy bien.

¿Es posible ponerlos sin ser tomado por un dictador?

— Por supuesto. Pero ahí está el problema: que si le dices a tu hijo que no puede hacer algo, parece que lo estás atacando físicamente. No. Yo llevo muchos años escribiendo sobre temas de educación y te digo: los límites son una herramienta básica. Sin ellos, los hijos están muy perdidos. Los necesitan. No se trata de decirles que no todo el día, pero sí darles pautas consistentes y lógicas. Por ejemplo, que mi hijo de tres años me pegue no puede ser: hay que enseñarle, por si pega a otra persona. Es de sentido común.

Cuenta Ud. que un niño de seis años le pegó en el vientre, y el padre se limitó a excusarse: “Es que se ha cruzado”…

— Pues sí. Y le dije: “¿Pero cómo…?”. Lo de los niños pequeños que pegan es una reacción. Y si no los paras, acaban. Hay que enseñarles.

Reconocer el esfuerzo

¿Esta falta de límites ha saltado de la casa a la escuela?

— Muchos maestros me dicen que la primera vez que sus alumnos escuchan la palabra “no” es en el colegio. Pero en la escuela muchos niños sí que obedecen y respetan, lo que pasa es que después se van a casa y…

Precisamente sobre el tema de la frustración y la escuela, habla Ud. de casos en los que, por ejemplo, se organiza una competencia de tartas y se elige al ganador no por la calidad de su obra, sino por sorteo…

— Para que no se “traumaticen”. Algunos colegios entran en el juego: si los padres se quejan porque no quieren que se puntúen los pasteles o las competencias de baile, entonces se dice que todos ganan, pero eso es mentira: no todos ganan; hay uno de ellos que es mejor. Entonces no se reconoce el esfuerzo. Es contradictorio.

Por último, aquellos que se educan en el “dejar hacer”, ¿pueden salir más respetuosos para con sus padres, como una suerte de retribución porque se les dio esa libertad total para todo lo que quisieron?

— Creo que no. Al revés: si dejas que tus hijos hagan todo lo que quieran, no les estás haciendo un favor. No los estás educando, y la tarea de los padres es educar. De hecho, los hijos pierden el respeto cuando no hay una autoridad. Ellos han de respetar a los padres, y los padres debemos hacernos respetar, lo que no significa convertirnos en unos autoritarios ni unos fachas.

Es un tema de jerarquía. Si durante la infancia siempre le has dicho a tu hijo que sí, y cuando llega la adolescencia hay que empezar a decirle que no, ¡intenta ponerle un no a alguien acostumbrado a escuchar solo síes!

Para saber más

Niño blandito, fruto de hiperpadres

Padres que impiden crecer 

 

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