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MEMORIA Y RECLAMO

Porque todos tuvimos un Maradona

Yara Ortega

maradona
Tachas 390
Porque todos tuvimos un Maradona

 

Definido por su preparador físico personal, Fernando Signorini: Con Diego voy a la guerra sin un fusil, pero con Maradona no voy ni a la esquina. Allí queda graficada perfectamente la diferencia entre la persona y el personaje.

Y me queda clara la diferencia.

Platicando con sabedores del tema, que fueron testigos del histórico Argentina-Inglaterra en la misma cancha, con historiales locales de trayectoria futbolística y mayores de edad ya para ese entonces, coincidimos en que se sale de cualquier clasificación. Los números de las estadísticas son fríos e inmutables me dijo uno de ellos, el más duro.

Eso lo pone abajo de figuras que no mencionaré.

Hugo Sánchez está entre los diez mejores centros delanteros de todos los tiempos —otra vez la numeralia–, dijo mi fuente, que por años jugó la misma posición en las ligas locales.

Pero coinciden con los comentaristas y estudiosos, así como los cronistas de todos los medios habidos y por haber, con el Diego Armando es una cosa. Maradona es otra.

Yo me quedo con el Diego Armando, que dijo que su primer sueño era jugar en un Mundial. El plebillo que salió del barrio (al igual que Checo o El Pato o El Mofles, vecinos en la época en que Morelia se inundaba por el desborde de el Río Chiquito, que nuestro barrio bravo de La Medalla se caracterizaba por el ahí matan, roban y violan, y no en ese orden, y que tuvieron el coraje y la disciplina de no sentarse a echar caguama en la cancha, sombreando en los pirules de la Marcelino. Hicieron la prepa en el Civil y luego egresaron a su debido tiempo, con calificaciones promedio, para titularse y ejercer honestamente su profesión, sin que un solo domingo faltara la reta, alineando amistosamente en el equipo Veteranos y olvidándose de los colores rivales de la infancia.

El Chiquito es el Plata. Villa Fiorito es La Medalla. Adiós Muchachos y el bandoneón el Arriba Pichátaro con tarola y tambora, día y noche, con bandas de la Meseta, con Toritos de Petate cubiertos de Buscapiés y cohetones; noche y día, en Carnaval y Sábado de Gloria. Día, noche y día como ayer, fiesta patronal de la Medalla Milagrosa. Checo, Pato, cualquiera pudo haber sido Diego. Diego Armando. Que en los ochenta y noventa había uno por familia. Como ahora hay tadeos, thiagos, mateos y santiagos.

Pero Maradona fue Panchato. El que mejor gambeteaba, el mejor rematador, a quien le pudo más la generosidad del que le invitaba una cerveza. El galán que invitaba a San Diego a las cañas en diciembre… pero no traía para pagarlas. Brazalete líder del equipo que lo alineara. Pero su barco se fue a la deriva, capitaneado primero con la mota, luego la blanca, luego el chocho… hasta naufragar con la mona,  el foco y el inseparable envase de tapa roja del alcohol del 98.

Delirante, se ponía perrucho buscándole bronca a cualquiera. Y sólo se calmaba metiéndose algo, o con un descontón, en los rumbos de El Gustito, primera y constante, pacífica y ambientosa cantina del barrio a la que no iban borrachos, sólo vecinos; y eso por el aperitivo (abría sólo de 1 a 5, lunes a sábado), cerquita del Puente de Santa María, última residencia conocida del que una vez fuera Francisco Mendoza, ahora Panchato, porque consumía lo que fuera que lo noqueara hasta caer como regla. De narices, pues.

Inexplicablemente obeso (comía lo que hallara en la basura, o lo que los vecinos le allegaban anónima y esporádicamente al baldío donde con cartones hiciera su refugio). Tatuado (rayoneado, más bien) con monigotes y letras, las orejas perforadas y colgando de ahí cosas extravagantes, patéticas o francamente obscenas por la maldad de los chamacos de La Ribera (ahora Solidaridad), en su afán de risión y burla, punitivas por la intrusión, por brincar la frontera de los barrios, marcada por la Calzada.

No hay justificación para este escrito.

Ya mucho se habló de la luz y sombra del que, en justicia, no fue el mejor: ni más títulos, ni más copas o trofeos, ni mejores números en la tabla estadística. De eso se encargan los sabios, estudiosos o cronistas.

El fenómeno para resaltar es cómo le dio rostro, nombre y apellido a la aglutinación de lo peyorativamente llamado infelizaje. Perrada.

Yo sólo quiero decir: como Diego Armando, nadie. Como Marranona, cualquiera.

 

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