Néstor Rivero Pérez

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El 1° de septiembre de 1939, tras aducir que tropas de Polonia habían atacado un puesto militar en la franja fronteriza de Alemania, el Führer Adolfo Hitler ordenó la invasión del territorio polaco, asumiendo gran parte de este último país, como posesión del Tercer Reich.

Discurso y rearme

En transmisión radial al mundo y al tanto de que mentía, Hitler, desde un podio instalado frente el Reichtang (Parlamento) alemán, declaró: “Esta noche, soldados regulares polacos han disparado por primera vez contra nuestro territorio». Dichas palabras, que de inmediato encendieron las piras de un nacionalismo exacerbado, se insertaban en la reconstrucción del aparato productivo e industrial trazado por Hitler, quien a su vez venía ejecutando un plan de “rearme” del ejército, contrario a las cláusulas acordadas en el Tratado de Versalles de 1919. Dicho tratado, con el propósito de impedir nuevas conflagraciones en Europa, imponía a Alemania, país derrotado en la Primera Guerra Mundial, la prohibición de reequipamiento de sus unidades militares.

Raza superior

Tras haber sido designado Primer Ministro del naciente Tercer Reich y comenzar en 1933 un régimen cuyo programa contemplaba la segregación de las minorías hasta su exterminio -como se vio luego con judíos y gitanos, y que incluía personas de ascendencia aria nacidas con discapacidades físicas, así como en contra de militantes comunistas o anarquistas, a quienes se trasladarían prisioneros a campos de concentración y cámaras de gas colectivas-, el líder  del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán o Partido Nazi (NSDAP),  pregonaba tesis como la de que los arios constituían una “raza superior” o “raza pura” respecto al resto de los pueblos del mundo. Y dicho discurso, que cabalgaba sobre prejuicios históricos de una supuesta grandeza germana, concitó el fervor de una alta porción de población en su país. Entre dichos sectores fanatizados con el discurso nazi, destacaban grupos empresariales, banqueros, militares aventureros y sectores medios de la nación, que desesperaban por asegurar su bienestar particular sin reparar en los medios, y quienes dieron su aval, por aplauso u omisión, a las atrocidades del Tercer Reich.

Espacio vital

Detrás de la invasión alemana a Polonia se encontraba, en un primer momento, el designio nazi de ampliar el territorio del Estado Alemán a todas las extensiones europeas habitadas por población de ascendencia aria. Y en un segundo momento, se trataba de la simple expansión territorial, como se vería con la invasión del ejército a Francia y luego a la URSS. Hitler sustentaba su agresión en la teoría del Espacio vital, inspirada en las obras del geógrafo Friedrich Ratzel y el ideólogo nazi de geopolítica, Karl Haushofer. Este último sostenía que “los países tenían el derecho y el deber de expandirse a costa de las naciones más débiles” (https://brainly.lat). Tras someter a Polonia, el gobernante nacionalsocialista iniciaría la invasión de Francia en mayo de 1940, y al año siguiente en contra del territorio de la URSS. La anexión de territorios permitiría, según los teóricos de la “Lebensraum” (Espacio vital) “alcanzar el desarrollo de un país”. En todo caso, luego de tropezarse con adversarios poderosos dispuestos a detener sus ambiciones, entre quienes se distinguieron Josiph Stalin (URSS) Y F. D. Roosevelt (EEUU), el Tercer Reich sucumbiría en mayo de 1945 y consigo concluyó la guerra en Europa.

 

 

Sinóptico

 

1823

Simón Bolívar llega a Perú

Este día, a las 3:00 de la tarde, hizo su entrada a Lima (Perú) el Libertador Simón Bolívar, quien proveniente de Guayaquil, atendía insistentes llamados que desde 1822 le venían formulando los líderes de la nación inca, a fin de que se pusiese  al frente de la Guerra de Independencia en el otrora virreinato. Si bien la élite patriota de Perú contaba con militares valientes como José de Lamar, Andrés de Santa Cruz y Agustín Gamarra, ninguno poseía la visión estratégica y capacidad organizadora de un José de San Martín, un Antonio José de Sucre o un Simón Bolívar. De allí que al renunciar San Martín al poder en Lima y regresarse a su patria, los peruanos vieron la urgencia de que Bolívar concluyese la guerra contra los españoles, adueñados de las regiones serranas y Alto Perú. En el brindis que la ciudad le ofreció el 2 de septiembre, elevando su copa dijo el Libertador: “Por el buen genio de América que trajo al general San Martín, (por) el general O’Higgins (…) el Congreso de Perú ha reasumido los derechos soberanos del pueblo (…) ¡Porque los americanos no consientan jamás un trono en su territorio!”. Consciente de las duras dificultades que tenía por delante, a poco Bolívar debió aprestarse para el sometimiento de la facción de Riva-Aguero, y luego para develar la traición de Bernardo de Torre Tagle. Acogiendo muchas de las ideas de Sucre respecto a la campaña, entre su llegada al Callao y la victoria final de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824, transcurriría el lapso de un año y dos meses.

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