Mentir no sale gratis en política

Hace muchos años que vengo siguiendo, siempre que puedo, las preguntas al primer ministro en la Cámara de los Comunes. Es posiblemente el mejor teatro de Londres y también una escuela única de debate parlamentario donde la crítica sin piedad y el sentido del humor se mezclan con tradiciones ancestrales que parecen ridículas.

La sesión del miércoles, con un Boris Johnson contra las cuerdas, fue memorable. Pedía perdón por haber organizado en Downing Street una fiesta mientras el país estaba confinado por el virus. Admitió que participó en las copas, pero que pensaba que era una reunión de trabajo.

Los apuros por los que pasa Boris Johnson no son solo por haberse burlado de tantos millones de británicos confinados por la pandemia. Está acorralado políticamente por haber mentido negando que esas fiestas hubieran tenido lugar. Una forma sutil pero expeditiva de echarlo como primer ministro es que sean los suyos, los conservadores, los que le obliguen a dimitir. Es una práctica habitual que terminó con Thatcher y con Major.

Boris Johnson puede ser descabalgado por los suyos por haber ocultado hechos ciertos

Pero uno de los aspectos más relevantes de la crisis que acecha a Johnson es que la mentira no tiene la última palabra en política. Existe una percepción muy extendida de que las mentiras cunden. Pues resulta que no siempre. El Brexit se construyó sobre falsedades y Trump ganó mintiendo sin rubor.

Mintió Pedro Sánchez diciendo que no pactaría con Pablo Iglesias y a las 48 horas del escrutinio se fundieron en el efusivo abrazo de la coalición. Mintieron los secesionistas que prometían la independencia en 18 meses, que Europa nos esperaba con los brazos abiertos y que no se irían empresas de Catalunya. El problema es cuando los hechos contradicen a las mentiras cobijadas en hemerotecas o en la nube de internet.

Lo peor es basarse en realidades alternativas o en hechos inciertos y convertirlos en las bases del debate. La posverdad es el prefascismo, afirma Timothy Snyder en su afilado ensayo sobre la tiranía. La verdad, se lamentaba George Steiner, siempre está en el exilio. Pero ver al excéntrico Boris Johnson aceptando públicamente haber mentido, y probablemente tener que asumir sus consecuencias, indica que no todo está perdido en la política democrática.

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