Cine: ‘Noche de fuego’

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En un lugar de la sierra de Jalisco, Ana (Ana Cristina Ordóñez González/ Marya Membreño), María (Blanca Itzel Pérez/Giselle Barrera Sánchez) y Paula (Camila Gaal/Alejandra Camacho) viven entre jugar y desarrollar su imaginación a través de las bondades que les ofrece la naturaleza; las carencias por la falta de trabajo; las pocas posibilidades de superarse en una escuela endeble; y los riesgos que emanan de la delincuencia, por lo que deben aprender a agudizar su oído y escuchar a tiempo las señales que anuncian la llegada del monstruo que arremete en las casas y se lleva a las mujeres jóvenes: gritos, balazos, ladridos de perros y camionetas a toda velocidad, confirman que está cerca y hay que esconderse.

Ya sea en largos (Tempestad, 2016; El lugar más pequeño, 2011) o cortometrajes (El ombligo del mundo, 2001), como directora, fotógrafa, editora o guionista, la experiencia de Tatiana Huezo es en el documental y eso se ve en Noche de fuego (México/2021), su primer trabajo de ficción, en el que, de entrada, aunque apoyados en un elenco de intérpretes profesionales (Mayra Batalla, Memo Villegas, Norma Pablo, Eileen Yañez), recurre a gente que debuta en la actuación, como las niñas/adolescentes protagonistas y los pobladores de Neblinas, comunidad migrante de la Sierra Gorda de Querétaro, donde, en realidad, se filmó la película.

Apenas la reseña pasada, Una película de policías (2021) decía que deberían de existir más cintas de su tipo, que fueran creativas y bien contadas, en las cuales se apostara más al “cómo”, con temas que no se expusieran como, por lo general, se acostumbra. Noche de fuego es un ejemplo más de ese cine: vista con otros ojos la cinta que, acertada y dignamente, representará a México en los Oscar, hubiera ponderado la violencia con escenas explícitas, pero Huezo apela más a que el espectador sea quien construya en su mente las imágenes que mejor le plazcan, a partir de lo que la trama sugiere, al estilo de El proyecto de la bruja de Blair (1999).

Basada libremente en el libro Ladydi de Jennifer Clement, en la película no se explica nada, pero se intuye (y se sabe) todo: una casa sola, con la mesa servida, evidencia una familia violentada que tuvo que huir del pueblo para salvar su vida; el cabello corto de las niñas, las excavaciones como escondites en los hogares y el temor a la primera menstruación, habla de quienes son las más vulnerables en ese contexto; y la constante rotación de profesores expone las consecuencias de impartir clases en el pueblo, por ejemplo.

Recién estrenado en Netflix, el filme construye un espacio en el que convergen diferentes situaciones y problemáticas, sin la necesidad de profundizar en ellas, porque todas moldean el discurso de la realidad de muchas localidades: narcotráfico, delincuencia organizada, esclavitud, trata de blancas, feminicidio, desplazamiento forzado, pobreza, ineptitud de las autoridades, y complicidad de estas y narcos, entre muchas otras.

La cinta, para la cual los actores no tuvieron previamente un guion que les dijera cómo sería su personaje, destaca, también, por su excelente fotografía (de cámara al hombro) a cargo de Dariela Ludlow y su impresionante diseño de sonido, por Lena Esquenazi. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 21 de noviembre de 2021 en la edición 982 del semanario Ríodoce.

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