En una época caracterizada por la inundación de informaciones, adquiere importancia el pensamiento selectivo. Registrar lo relevante, ponderar lo accesorio y estimular el pensamiento crítico son fundamentos de una bioética prospectiva y anticipatoria. No solamente una reflexión sobre el pasado y las regulaciones o normas existentes sino un auténtico ensanchamiento de horizontes, más allá de experiencias pasadas y presentes. Un diálogo entre interlocutores contemporáneos, un diálogo con la historia y un diálogo con futuros horizontes.
El desafío que planteó el discurso bioético en sus comienzos, trátese de Jahr, Potter u otros pioneros, fue la armonización de perspectivas y lenguajes. Conciliar lo que C. P. Snow llamó las dos culturas, la humanística y la científica, requiere considerar también las dimensiones creativas del arte y las formas de recepción de los cambios sociales. Considerar éstos progreso, retroceso o estancamiento requiere análisis, tolerancia y diálogo. La praxis comunicativa propia del estatuto dialógico de la bioética necesita claves de interpretación, lenguajes inteligibles y respeto por la diversidad.
La actual situación presenta fundamentalmente desafíos tecnológicos. Las tecnologías no son técnicas. Son racionalidades que fundamentan y justifican desarrollo y uso de técnicas. Éstas pueden definirse como formas de ejecutar acciones humanas ahorrando esfuerzo y tiempo. Las tecnologías son integración de acciones humanas e instrumentales a la vida social. Las hay productivas o instrumentales, semióticas (relacionadas con signos y símbolos), encráticas (asociadas al poder), dramatúrgicas (la escenificación de la vida social), comunicativas. El pensar tecnológico es una forma de regimentar la vida. El “logos” justifica y fundamenta. Las técnicas, en sí mismas, son moralmente neutrales; quienes las inventan y desarrollan están interesados en su perfeccionamiento y en los beneficios que reportarán. Su uso, en cambio, requiere considerar contextos y circunstancias. La fisión nuclear es un logro técnico, como lo es la fecundación artificial. Sus aplicaciones o usos pertenecen a la esfera de los fines y las expectativas. Están fuera del pensamiento tecno-científico. Martín Heidegger decía que “la ciencia no piensa”, aludiendo a que los efectos mediatos e inmediatos son disociables de los fines considerados al crear conceptos o innovar prácticas. Se habla de “usos dobles” cuando una tecnología civil se emplea en la guerra. O, lo que es frecuente, cuando un desarrollo debido a la guerra se emplea en tiempos de paz o con fines no bélicos. Las tecnologías asociadas a la industria de los plásticos, la manipulación genética, los motores que emplean combustibles fósiles o el tratamiento de grandes masas de datos se reciben con entusiasmo y temor. Esta “faz jánica”, o doble valencia de la racionalidad tecnocrática, que cifra el éxito en lo realizable y no siempre en lo permisible, acompaña a toda la modernidad y sus “revoluciones” conceptuales y práxicas.
Hoy día las infotecnologías y las biotecnologías son dos importantes dimensiones de la racionalidad tecnocrática. De ellas derivan personas, empresas y naciones, poder y ganancias. Los resultados previsibles pueden tener consecuencias imprevisibles. El éxito no siempre significa ausencia de fracaso. Depende de la esfera vital que se considere. Las dimensiones ocultas del progreso son a veces inescrutables. Cambian las mentalidades, las épocas imponen preferencias, no hay acceso universal a los bienes de la civilización, los sistemas políticos compiten por hegemonía, las compañías transnacionales aspiran a influencia y rentabilidad. Sorprende que, pese a diferencias ostensibles entre convicciones ideológicas, haya universal acuerdo en el valor del dinero, la importancia del poder y las nociones -equiparables- de progreso y desarrollo. Nacionalismo y capitalismo son, más que opciones, presupuestos de la vida contemporánea. Cuando no existen naciones ni hay recursos no hay realidades a las que referirse. El dólar es igualmente apreciado por financistas de Wall Street y por talibanes.
Lo que se llama “globalización” parece ser la absolutización de un punto de vista limitado. Se exaltan, por oposición, perspectivas locales. No asegura goce universal de beneficios o derechos. Es más convicción de que el futuro existe y de que alguna visión prevalecerá. No ha sido ni será posible la igualdad universal, a lo sumo se puede aspirar a la equidad. Las nociones de fraternidad, solidaridad, libertad se reformulan a tenor de las circunstancias y del reparto del poder.
Nunca como ahora el pensamiento multiforme, “glocalizado” (global y local) precisa de “hibridizaciones”, armonías de aparentes contrarios, miradas con perspectiva múltiple. Ni Jahr ni Potter, con su insistencia en la solidaridad “biosférica”, pasaron de admoniciones y advertencias. No basta propagar la idea de “una salud” y hablar de “bioética global”, entelequias interesantes pero inútiles si se ignora el poder del lenguaje y su consolidación en discursos eficaces. Éstos “crean” objetos que entran a la cotidianidad como “naturales”. Alguna vez fueron aberraciones conductas, cosas y palabras que ahora son corrientes. Creencias que compiten con convicciones arraigadas demuestran que esta es una edad de “convergencias”. De tecnologías y por ende de discursos sobre y para su generación y propagación.
El centauro “Quirón” representa la fusión mitológica de dos naturalezas, la animal y la humana; es bueno, afable y sabio. Distinto de otros de su estirpe y condición. Patrono e inspirador de artes benéficas, como la cirugía, y mentor de héroes y personas ilustres. Es epítome de la bondad que emana de fusionar naturalezas. Así, hoy día, la convergencia entre las infotecnologías y las biotecnologías mediante apropiados discursos será fuente de poder retórico. El que emana del “bien decir” persuasivo con base moral. Las “tecnologías centáuricas” del futuro deberán aunar eficiencia y humanidad.
José Alberto Mainetti (1938-2022), elogiable precursor del discurso bioético en América Latina, hizo de Quirón imagen tutelar de la revista que fundó y de las formas en que difundió sus intuiciones. Su legado obliga a recordarlos juntos. El “insobornable humanismo” que le caracterizó, integración de perspectivas e ideas, señala la armonía necesaria para integrar infotecnologías y biotecnologías en una convergencia que debiera ser tutelada por el recto juicio, la prudencia, la ecuanimidad y la tolerancia. El legado de Mainetti se cifra en la amplitud de su discurso, siempre erudito e integrador, que pervivirá en el recuerdo. El diálogo con su obra continuará.