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Las redes y el populismo amenazan la democracia

Julián de Zubiría Samper
07 de junio de 2022 - 05:01 a. m.
"El peligro para la democracia, la paz y la educación es significativamente mayor con un hombre tan inculto, grosero, autoritario y misógino como Rodolfo Hernández" - Julián de Zubiría.
"El peligro para la democracia, la paz y la educación es significativamente mayor con un hombre tan inculto, grosero, autoritario y misógino como Rodolfo Hernández" - Julián de Zubiría.
Foto: EFE - Luis Eduardo Noriega A.

En el último libro de Byung-Chul Han, el filósofo coreano explica por qué las redes amenazan las democracias. Su argumentación es clara y brillante. Mientras las democracias estuvieron históricamente asociadas al reconocimiento del otro y al debate de ideas, en la infocracia actual lo dominante es la información inmediata que circula en redes, la desaparición del otro y el predominio de opiniones simplistas que tienden a desconocer la verdad, la ciencia y la misma realidad. Es un largo proceso que se inició con la mediocracia, que empoderó a los medios de comunicación como fuentes de información verídica.

La televisión sustituyó el debate de ideas por la transmisión directa de información e impuso un culto al entretenimiento y a los cuerpos esbeltos. Aun así, el cambio más profundo lo estamos viviendo en las últimas décadas. El tsunami de información que pulula en las redes desató fuerzas destructivas y, gracias a las plataformas digitales, conocen nuestros miedos, cuentas bancarias, ideologías y creencias. La información personal se vende como mercancía. Hoy, “nada es privado”, tal como brillantemente lo explica el documental de Netflix.

Las redes explotan la necesidad de reconocimiento del ser humano y nosotros les facilitamos su trabajo. Por eso, como dice Han, las personas “se colocan los grilletes al comunicar y producir información”. Se sienten libres, pero en realidad, son esclavos de la información publicada y de la manipulación que de ella se deriva. La comunidad diversa es sustituida por grupos cerrados que realimentan sus propias ideas y que excluyen y agreden a quienes no se identifican con ellos. Desaparece la lectura crítica y la esfera pública se desintegra al eliminar la multiplicidad. Al mismo tiempo, decidimos quién nos sigue y a quién seguir. Al hacerlo, ratificamos permanentemente nuestras ideas. Es más, terminamos creyendo que nuestra percepción del mundo se identifica con la realidad. Esto hace que se polaricen las sociedades y que desaparezca la capacidad para dialogar. El epistemólogo Humberto Maturana decía que, “en el conversar construimos nuestra realidad con el otro” y que, “por eso, nos podemos herir o acariciar con las palabras”. Sin duda, en las redes, casi siempre nos herimos.

La red está sobrecargada con información inmediata, con opiniones que carecen de sustento y contexto. Pasa algo análogo a lo que sucede en las escuelas tradicionales: el exceso de información fragmentada y descontextualizada que reciben niños y jóvenes no les permite pensar.

Tres importantes procesos electorales de la última época que sucedieron en Inglaterra, Estados Unidos y Colombia pueden ilustrar la tesis de Han: el brexit, el triunfo de Donald Trump y el rechazo al plebiscito por la paz. Los tres tienen un elemento esencial en común: la manipulación emocional del electorado al generar miedo a través de las redes. En Inglaterra, la población fue manipulada para que se asustara ante la posible llegada de inmigrantes y, de esta manera, votara por abandonar la Unión Europea. Así mismo, en Estados Unidos empresas especializadas en el manejo de datos vendieron la información de millones de usuarios en Facebook para que la campaña bombardeara con propaganda individualizada y xenófoba a las personas susceptibles de cambiar su voto a favor de Trump. Esto le permitió ser presidente de una de las mayores potencias del planeta a un empresario mitómano, misógino, egocéntrico y xenófobo, que puso en serio riesgo la democracia de los Estados Unidos. Una de sus acciones más recientes y tristemente célebres se produjo cuando impulsó la invasión del Capitolio. Vendió la absurda teoría conspirativa de que le habían robado un supuesto triunfo electoral al intentar reelegirse. Afortunadamente, Twitter y Facebook cerraron sus cuentas personales, pero el daño a la vigorosa democracia estadounidense ya estaba hecho: el país se fracturó, se llenó de desconfianza en las instituciones y cada vez será más difícil de gobernar mientras no se restituya la confianza en el estado social de derecho.

En la actual campaña electoral, Rodolfo Hernández está escribiendo una historia similar a la que condujo a los enemigos de la paz a ganar el plebiscito el 2 de octubre de 2016: la manipulación emocional. En aquel momento, los enemigos de la paz inundaron las redes sociales con noticias falsas que buscaban generar pánico en la población. Hoy el mensaje del candidato es más alegre, jovial y espontáneo, pero igual de simple, emotivo y elemental. Les promete a todos llevarlos a conocer el mar. Usa el mismo lenguaje que utilizaría cualquier ciudadano y repite lo que la mayoría de la población siempre ha dicho: que el problema de este país es la “robadera”. Por eso no debe sorprender que haya triunfado exactamente en los mismos municipios en los que ganó el rechazo al plebiscito por la paz en 2016. ¡Vaya coincidencia!

Varias de sus propuestas demuestran su total incomprensión de la sociedad, como decir que el Eln va a firmar un otrosí al acuerdo de paz con las Farc. No dedica una sola palabra a la educación inicial, la más importante de todas; maltrata y humilla a las mujeres con sus palabras y, si como candidato estigmatiza y tiene una actitud hostil hacia los periodistas, ¿se imaginan cómo los tratará en caso de ser elegido presidente?

Si le preguntan qué va a hacer para mejorar la educación, responde que va a acabar con la robadera del PAE. Si le interrogan sobre su programa de promoción de las exportaciones, su respuesta es que este país no ha logrado salir adelante en su economía porque los políticos no paran de robar. Desconoce casi todos los temas, pero eso poco importa porque se ha conectado emocionalmente con la población. Sus propuestas son muy poco trascendentes y el desprecio a la democracia y la justicia es muy preocupante. Tal como expresó el ex rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria, cuando adhirió a la candidatura de Gustavo Petro la semana pasada, “algunas de las ideas de Rodolfo Hernández son mera charlatanería”.

Los votantes no conocen el programa de la Liga contra la corrupción. Eso no interesa porque en la infocracia la comunicación emocional ha sustituido la racional. Los periodistas pueden preguntarle sobre el tema que deseen porque ya sabemos cuál será su respuesta: “el problema de este país es la robadera”.

Sin duda, Petro también tiene serios problemas porque varias de sus propuestas son irrealizables en el corto plazo y, tal como señaló Salomón Kalmanovitz, algunas de sus ideas económicas son equivocadas. Así mismo, la campaña ha permitido que sus seguidores en redes promuevan la intolerancia y el fanatismo. Las nuevas voces que están llegando al Pacto Histórico serán esenciales para garantizar gradualidad, pluralidad y realismo al implementar las reformas necesarias. De todos modos, el peligro para la democracia, la paz y la educación es significativamente mayor con un hombre tan inculto, grosero, autoritario y misógino como Rodolfo Hernández. El problema es que está conectado con la cultura del colombiano promedio, con el inconsciente colectivo nacional. Aun así, es evidente que no tiene la ecuanimidad necesaria y no está preparado para gobernar este país. Es el Trump criollo.

Hoy quisiera recordarle al candidato Rodolfo Hernández este proverbio africano: “Si las mujeres bajaran los brazos, el cielo se caería”.

Sus propuestas son tan volátiles como su estabilidad emocional. Por eso en el último mes cambiaron sus posiciones sobre el fracking, el glifosato y la marihuana recreativa. También mintió cuando dijo que había apoyado la paz en Colombia. Al respecto, Caracol reprodujo en redes una entrevista de hace algunos meses en la que se ufanaba de haber votado en contra del plebiscito. En diálogo con El Tiempo el 4 de mayo, contestó que era necesario iniciar lo más pronto posible los pilotos para implementar el fracking en el país. Para segunda vuelta, cambió de posición y adoptó la propuesta de su contrincante. Algo muy similar pasó en el tema del glifosato pues dijo que lo utilizaría. No obstante, dos semanas después comprobó que le daría más votos rechazarlo y así lo comunicó en redes. La pregunta que debemos hacernos es si este modo de obrar es la ruta para generar seguridad y estabilidad en el país. ¡No parece!

Han tiene la razón: estamos viviendo en tribus digitales que ponen en riesgo la democracia. No nos escuchamos, se fracturó la sociedad y nuestras percepciones se están distanciando de la realidad. Lo que no hay que perder de vista es que la democracia está en mayor riesgo con un candidato que no quiere asistir a los debates porque no tiene argumentos para soportar sus tesis ni la ecuanimidad para responder reflexivamente las preguntas de los periodistas. Lo peor es que ese candidato tiene mayores posibilidades de triunfar porque lo está respaldando la mayoría de la vieja clase política. Es sencillo de explicar: la nación daría un salto al vacío al elegirlo, pero los privilegiados de siempre no tendrían ningún riesgo si él queda elegido como presidente. No les cobrará más impuestos y hará todo lo posible para que no avancen las reformas sociales en el país. Su papel sería similar al de Bucaram en Ecuador, Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos.

Lo único claro es que la mejor opción que tiene la humanidad para proteger la democracia es invertir y mejorar la calidad de su educación. En un país con la baja y desigual calidad educativa de Colombia, es mucho más fácil manipular emocionalmente a la población, ofreciéndole soluciones milagrosas a sus problemas. La lectura y el pensamiento crítico son el mejor antídoto contra la infocracia. Ya lo había dicho Alberto Merani: “sin educación de calidad, no hay libertad ni democracia”. En consecuencia, consolidar la lectura crítica y mejorar la calidad de la educación es la manera de construir un mundo mejor. El 19 de junio sabremos si hemos votado por las soluciones milagrosas o por las reformas necesarias.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

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