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      Las fórmulas de los maestros

      El nuevo libro de Liliana Villanueva, editado por Godot, reune a los maestros más destacados. Lo analiza, Martín Kohan.

      Las fórmulas de los maestrosAlberto Laiseca. Uno de los maestros de escritura más destacados. FOTO, NESTOR SIEIRA.
      19/07/2018 19:36

      Hay en Maestros de la escritura un apreciable despliegue de argumentos en torno de los talleres literarios: algunos convergen, otros divergen, algunos se contraponen, otros se contrarrestan. No se trata, en verdad, sólo de talleres literarios, sino, más ampliamente, de talleres de escritura (también de escritura periodística: de entrevistas y de crónicas). Liliana Villanueva releva numerosos enfoques de quienes dictan o cursan esos talleres, además de aportar sus propias experiencias en el tema (tanto las satisfactorias como las insatisfactorias).

      Un corte decisivo parte en dos el recorrido propuesto por Villanueva, y tiene que ver ni más ni menos que con las maneras de dictar los talleres. De un lado quedaría cierta pedagogía de la mortificación: la activación de mecanismos de intimidación y culpa (anota Villanueva sobre su asistencia a una reunión de taller de Abelardo Castillo: “Yo no leí a Esquilo y con un inicio de culpa anoto el nombre en una hoja suelta que está sobre la mesa”, ya que el maestro acababa de consternarse de que sus alumnos pudieran vivir sin haber leído a Esquilo); o la implementación de un método de sufrimiento por parte de Liliana Heker (“era demoledora cuando hacía las críticas. Porque si vos no te suicidás después de escuchar una crítica de Liliana, entonces te convertís en escritor”, dice Villanueva; y la propia Heker: “Durante un año él venía y yo le daba palos, pobre. Estaba destrozado”).

      Del otro lado quedarían Alberto Laiseca (“Yo soy enemigo de las intervenciones excesivas, que para lo único que sirven es para reprimir. A los alumnos hay que tratarlos con cuidado”) y Leila Guerriero (“no es buena idea para nadie llevar un libro y que te lo descuarticen entre todos”), que evidentemente descreen que sea preciso pasar por pruebas de padecimiento para luego redimirse deviniendo un escritor.

      Dada su adhesión expresa al modelo flagelante, sólo puede tomarse como un elogio que Heker diga, como dice, que “no hay carrera que inhiba tanto para la creación literaria como Letras”. Ese elogio es, sin embargo, inmerecido, ya que sobran los escritores (narradores, poetas, ensayistas, periodistas, cronistas, críticos literarios) que desmienten tal aseveración y ponen en evidencia hasta qué punto la formación de lectores en la universidad (varios de los talleristas plantean eso mismo en Maestros de la escritura: que no hay formación de escritores sino en la formación de lectores) sirve de estímulo a la escritura (quienes hayan desistido, sabrán por qué. Lo seguro es que no fue por verse sometidos a la exigencia de tener que superar la tentación del suicidio para poder llegar a la escritura).

      Es llamativo todo lo que, en Maestros de la escritura, se dice por la negativa. Lo decisivo: si existen técnicas o reglas a enseñar y si los talleres sirven para formar escritores (pregunta subyacente a todo el libro, sin dudas, aunque Pablo Ramos interviene diciendo que plantearse esa cuestión es inútil). En eso, el libro de Villanueva encuentra una notable unanimidad: “No existen reglas universales para el oficio de escribir” (Heker), “para escribir no hay receta posible” (Uhart); “Yo no creo que haya técnicas de la entrevista. O por lo menos, si las hay, no creo que esas técnicas sean transmisibles” (María Esther Gilio); “Se pueden usar técnicas para corregir pero jamás para escribir” (Mario Levrero); “A esas cosas técnicas yo directamente no les doy pelota” (Laiseca); “Yo no doy ninguna pauta” (Alicia Steimberg); “Hay muchos estilos para escribir, y ninguno de ellos puede ser encerrado en unas pocas frases de instrucciones” (Guerriero). Y luego: “A escribir se aprende escribiendo”, “como método de enseñanza es muy dudoso” (Castillo); “El taller no forma escritores” (Uhart); “Lo va a aprender usted solita” (Laiseca); “No creo que la literatura pueda enseñarse” (Steimberg); “Quizás nada pueda enseñarse” (Guerriero). Y la propia Villanueva, que acierta sin dudas al hilvanar este recorrido, anticipa en el prólogo: “Un taller no hace al escritor”.

      ¿Entonces? Entonces tal vez la contraposición entre una literatura de mera aplicación de fórmulas y otra de ruptura y de búsqueda pueda hacerse según la postura que se asuma respecto de estas cuestiones. Y tal vez la distinción haya que establecerla, por qué no, entre aquellos que en la literatura encuentran, entre otros posibles, el placer de la soledad, y aquellos que, por el contrario, reacios a la soledad o bien afligidos por ella, acuden a los talleres para poder leer y escribir y, a la vez, estar con otros.

      Kohan es crítico literario y escritor; ganador del Premio Herralde. Docente de la licenciatura en Escritura (UNA) y en Letras (UBA).


      Sobre la firma

      Martín Kohan


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