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Análisis de las metodologías activas en el grado de maestro en educación infantil: la perspectiva del alumnado Analysis of ac
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REFERENCIA: Vallejo Ruiz, Mónica, Molina Saorín, Jesús (2011). Análisis de las metodologías
activas en el grado de maestro en educación infantil: la perspectiva del alumnado. REIFOP, 14 (1),
207-217. (Enlace web: http//www.aufop.com – Consultada en fecha (dd-mm-aa):
ISSN 1575-0965 · Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 14 (1), 207-217
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Análisis de las metodologías activas en el grado de maestro en
educación infantil: la perspectiva del alumnado
Mónica  VALLEJO  RUIZ,  Jesús  MOLINA  SAORÍN  
 
Departamento  de  Didáctica  y  Organización  Escolar.Universidad  de  Murcia  
 
 
Analysis of active methodologies in the master's degree in
early childhood education: students' perspective
ABSTRACT
Since  the  current  model  of  competency-­‐based  education,  there  is  a  need  for  a  methodological  
change  in  the  classroom  and,  consequently,  a  reversal  of  roles  teachers  and  students.  Based  on  
the  latter  issue,  we  present  a  study  in  order  to  discuss  the  emerging  roles  of  teachers,  which  
have  grown  from  a  key  informant  to  become  a  mediator  and  facilitator  of  learning.  Completing  
this   theoretical   approach   on   the   new   reality   of   teaching,   we   provide   data   from   students  
belonging  to  the  first  year  of  the  Degree  of  Master  of  Education  in  the  University  of  Murcia,  
precisely  because  it  had  been  one  of  the  degrees  pioneer  in  adapting  to  the  EHEA.  From  these  
data,  we  focus  on  the  specific  analysis  of  the  use  of  active  methodologies  in  the  field  of  higher  
education,  offering  assessment  of  university  students  on  the  use  of  such  methods  is  carried  
out  during  the  teaching-­‐learning  process.  
 
KEY WORDS:   Educational   planning,   active   methodologies,   child   education,   studentvoice  
and  assessment.  
 
 
Correspondencia:  
Dª.  Mónica  Vallejo  Ruiz,  
D.  Jesús  Molina  Saorín  
 
Departamento  de  Didáctica  
y  Organización  Escolar  
Universidad  de  Murcia  
Campus  de  Espinardo,  S/N  
30100-­‐MURCIA  (Spain)  
 
 
Recibido:  07/02/2011  
Aceptado:  17/03/2011  
RESUMEN
 
Desde   el   modelo   actual   de   enseñanza   basado   en   las   competencias,   se  
plantea   la   necesidad   de   un   cambio   metodológico   en   las   aulas   y,   como  
consecuencia   de   ello,   un   cambio   de   roles   docentes   y   discentes.  
Atendiendo  a  esta  última  cuestión,    presentamos  un  estudio  con  el  objeto  
de   deliberar   sobre   las   funciones   emergentes   del   profesorado,   que   ha  
pasado   de   ser   un   informante   clave   a   convertirse   en   un   mediador   y  
facilitador   del   aprendizaje.   Completando   este   planteamiento   teórico  
sobre  la  nueva  realidad  docente,  ofrecemos  datos  extraídos  de  alumnos  
pertenecientes   al   primer   curso   del   Grado   de   Maestro   en   Educación  
Infantil   de   la   Universidad   de   Murcia,   precisamente   por   haber   sido   ésta  
una  de  las  titulaciones  pioneras  en  la  adaptación  de  los  títulos  al  EEES.  A  
partir  de  estos  datos,  centramos  nuestra  atención  en  el  análisis  específico  
de  la  utilización  de  las  metodologías  activas  en  el  ámbito  de  la  educación  
superior,  ofreciendo  la  valoración  de  los  estudiantes  universitarios  sobre  
el  uso  que,  de  tales  metodologías,  se  lleva  a  cabo  durante  el  proceso  de  
enseñanza-­‐aprendizaje.      
 
PALABRAS CLAVE:  
Planificación   de   la   educación,  
metodologías   activas,   Educación   Infantil,   voz   del   alumnado   y  
evaluación.  
 

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INTRODUCCIÓN
Si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti me,
explicari velim, nescio
S. Agustín (Confesiones, libro XI, capítulo XIV).
(Si no me preguntan, lo sé; si quiero explicarlo a quién me pregunta. Ya no lo sé)
A través de este trabajo, hemos tenido la oportunidad de deliberar sobre las
funciones emergentes de profesorado, que ha pasado de ser un informante clave, para
convertirse en un mediador, un guía o, como dice Julio Pardilla en el bello poema del
Bhagavad-gita, una especie de gurú que objeta de la instrucción del conocimiento a
favor de diseñar nuevas situaciones de enseñanza-aprendizaje y facilitar a los
alumnos el proceso de organización y manejo del conocimiento.
La aparente revolución actual motivada por el uso de nuevas metodologías
docentes parece nacer con la implantación del Espacio Europeo de Educación
Superior (EEES). Si bien esta afirmación pudiera parecer correcta, no es del todo
cierta. Ya en el año 1995, el informe Dearing (1995) habla del siglo XXI como el de
la sociedad del aprendizaje continuo, donde la enseñanza superior se habría de
reforzar gracias a los planes de calidad, pudiendo así contribuir al desarrollo de una
sociedad de aprendizaje e investigación. Posteriormente, en esta misma línea, el
informe Bricall (2000) plantea tres facetas fundamentales en esta misma línea
(conocimiento, innovación y capacidad de aprendizaje). En concreto, este informe
recoge que el aumento del número de vías de acceso a nuevos conocimientos
codificados y el aumento de las modalidades de aprendizaje (muchas de ellas aún
poco exploradas) es, en este contexto de cambio, un potencial a tener en cuenta
(p.10). Esta realidad manifiesta, plantea la necesidad de desarrollar cambios
profundos y estructurales en las instituciones educativas, poniendo en cuestión el
modelo clásico de institución escolar, sus fines, sus medios, sus currículos y los roles
desempeñados, hasta el momento, por docentes y alumnos (véase Pérez Gómez, 2010
y Zabalza, 2006).
En este proceso de cambio la Unión Europea plantea, por vez primera, que el
currículo incluya unas competencias básicas para facilitar el aprendizaje permanente
y la LOE (Ley Orgánica 2/2006 de Educación –de 3 de mayo) establece que desde las
distintas áreas se debe contribuir a la adquisición y desarrollo de ocho competencias
básicas. Esta idea se establece desde un enfoque integrador e interdisciplinar que
contribuye a transformar el concepto tradicional de enseñanza, basado en la
adquisición lineal de conocimientos, hacia un aprendizaje basado en la capacidad del
propio alumno para resolver situaciones complejas y reales a lo largo de la vida. Estas
competencias han pasado a ser elementos integrantes de los nuevos currícula y
afectarán a los distintos elementos que conforman el proceso de enseñanza-
aprendizaje, tanto en la planificación como en el desarrollo de la práctica docente de
cada una de las materias, ya que es en cada una de ellas donde el alumno tiene que
adquirir el desarrollo de dichas competencias antes de finalizar la enseñanza
obligatoria. Así, la introducción de un aprendizaje basado en competencias ha
“complicado” las funciones más tradicionales del profesorado, desde el momento en
el que deben considerar la necesidad de ir pasando de una enseñanza centrada -de
forma exclusiva- en la transmisión de conocimientos, a otra articulada a través del
aprendizaje activo del alumno. Un aprendizaje que favorezca el desarrollo máximo de
sus capacidades y, por lo tanto, una mejora en su proceso de crecimiento y desarrollo
integral (Kallioinen, 2010).
Como sabemos, el modelo de enseñanza por competencias surge con el objetivo
de lograr una mayor cohesión y unidad entre los países que conforman la Unión
Europea. Dicho modelo supone un giro copernicano sobre la concepción del proceso
de enseñanza y aprendizaje, al entender las competencias educativas como un
conjunto de destrezas, conocimientos, habilidades, actitudes, emociones y valores
éticos adecuados al contexto en el que el alumno ha de desenvolver su propio proceso
de desarrollo, realización personal e integración social. La inclusión de las
competencias básicas en el currículo tiene varias finalidades, desde el momento en el
que permite al alumno lograr una realización personal, ejercer una ciudadanía activa

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e incorporarse a la vida adulta de manera satisfactoria, siendo capaz de desarrollar un
aprendizaje permanente.
En este contexto, la educación ya no se restringe a las aulas sino que se enmarca
en un marco más amplio donde el aprendiz moviliza el conocimiento para adaptarlo
a nuevas situaciones. Así, tal y como estableció Esteve (2003), el alumno necesita
manipular el conocimiento, ponerlo al día, seleccionar lo que es apropiado para un
contexto específico, aprender permanentemente, entender lo que aprende y, todo ello,
de un modo tal que le permita adaptarlo a situaciones que se transforman
rápidamente. Esta amplia conceptualización de la educación, conlleva la
consolidación de nuevas concepciones y enfoques y, sobre todo, de una nueva
práctica pedagógica (véase Margalef y Pareja, 2008).
Al igual que sucediera en el pasado con otros cambios surgidos a partir de
instancias externas al cuerpo docente (LOGSE, LOCE), no podemos olvidar que la
introducción del modelo de competencias en la enseñanza también corre el riesgo de
quedarse, exclusivamente, en un simple cambio semántico o en una reformulación de
lo vivido, adecuando únicamente el lenguaje pero manteniendo la mismas prácticas,
estructuras y modalidades organizativas. Es decir, transformándose en un mero
ejercicio de ajuste normativo-burocrático sin trascendencia alguna en la práctica
educativa. En este sentido, queremos destacar que muchas de las pretendidas
innovaciones vividas por nuestro –ahora frágil- sistema educativo han sido impuestas,
olvidando lo que anunciaba Murillo cuando afirmaba que los cambios impuestos
tienen poca, por no decir ninguna, incidencia en las organizaciones educativas
(2007, 5). Ciertamente, para que los cambios tengan una incidencia real en la vida de
las instituciones educativas y, por lo tanto, también en la de sus alumnos, han de
generarse desde su realidad capacitándolos así, para el desarrollo de una cultura
innovadora propia que incida en su organización y profesionalización. Sólo
contemplando las voces y voluntades de quienes viven en el contexto objeto del
cambio, que podremos mejorar su implicación en un análisis cada vez más reflexivo
de nuestra profesión docente.
HACIA UN NUEVO MODELO EDUCATIVO
Autores como Marqués (2001), identifican claramente todo el proceso de
cambio vivido por la Educación, a través cuatro modelos didácticos fundamentales:
1.
Modelo didáctico expositivo: Hasta la aparición de la imprenta (1440) y
la difusión de los libros, el único proveedor de la información es el
docente. En este periodo el aprendizaje se buscaba a través de la
memorización del saber que transmitía el maestro de manera
sistemática, estructurada y didáctica.
2.
Modelo didáctico instructivo: El profesor, a pesar de la difusión de los
libros y la creación de nuevas bibliotecas, continúa siendo el máximo
depositario de la información que debían conocer los alumnos. Del
mismo modo, la memorización también continúa como eje central del
aprendizaje, en contra de las ideas de pensadores como Comenius o
Rousseau.
3.
Modelo didáctico del alumno activo: Surge la idea de la escuela activa
(Montessori, Freinet) que considera que el alumno no debe estar pasivo
ante la información ni tampoco memorizarla, sino que la base de la
enseñanza debe proporcionar entornos de aprendizaje ricos en recursos
educativos en los que los estudiantes puedan desarrollar proyectos y
actividades que les permitan descubrir, aplicar y desarrollar el
conocimiento.
4.
Modelo didáctico colaborativo: En el marco de la sociedad del
conocimiento, surge un nuevo paradigma de la enseñanza denominado
enseñanza abierta, heredera de los principios básicos de la escuela
activa, según la cual cambian los roles del profesor, reduciendo al
mínimo su papel como trasmisor de información y convirtiéndose en un
mediador de los aprendizajes.
Centrándonos en la Educación Superior, la asunción de este nuevo modelo
educativo tendría diferentes consecuencias (Esteban, 2005). En primer lugar, el
replanteamiento de la cultura predominante basada en la lógica académica de las

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disciplina, y el tránsito hacia una visión transdisciplinar, considerando los diferentes
niveles de construcción del conocimiento. Es decir, un primer nivel básico de
fundamentación y, por su naturaleza (polivalente y flexible), y un segundo nivel más
especializado con orientaciones académicas y profesionales, sobre todo en los
postgrados. Esta consecuencia supondría la adopción de un modelo integrador y
constructivo, abandonando el modelo acumulativo y fraccionado de las enseñanzas.
Este modelo integrador es el que va a permitir formar profesionales reflexivos,
creativos y con una sólida base de conocimientos científicos y técnicos. Como última
consecuencia, a destacar, sería el cuestionamiento del modo de concebir la relación
teoría-práctica, buscando espacios curriculares de integración que propicien un
acercamiento a la realidad profesional como vía para conseguir un aprendizaje
significativo.
De modo sintético, los rasgos principales del nuevo modelo educativo a
desarrollar se caracterizarían por enfocar el proceso de enseñanza-aprendizaje como
un trabajo cooperativo entre docentes y alumnos, orientando en el aprendizaje
autónomo del estudiante a través de la integración del conocimiento, exigiendo –por
lo tanto- una nueva definición de las actividades y tareas didácticas. Por otra parte,
supone también una propuesta organizativa del proceso didáctico, planteando la
necesidad de una evaluación auténtica como criterio seleccionador e inductor del tipo
de aprendizajes que realizan los alumnos, junto con el criterio condicionante de las
metodologías empleadas en el aula y del uso que, de tales metodologías, realiza el
profesorado (Jorba y Sanmartí, 1996; Molina e Illán, 2008).
Todos estos rasgos exigen el desarrollo de un perfil profesional diferente, junto
con el aprendizaje de unos roles y unas actividades diferentes a las interpretadas
tradicionalmente por estudiantes y profesores (véase Cornu, 2001, Fullan 1993;
Wake, Dysthe y Mjelstad, 2007). Este nuevo escenario implica la reformulación de
objetivos y de contenidos de aprendizaje, definiendo habilidades específicas y
transversales y replanteamiento la metodología y la organización docente, junto con
el diseño y la concreción de las tareas, entendidas hasta ahora como núcleo central
del proceso educativo. Hasta tal punto esto ha sido así, que la promoción (o no) del
alumnado ha estado marcada por la superación final de una serie de contenidos (o
tareas), acentuando el carácter propedéutico de la evaluación de un producto y no,
por lo tanto, centrado en la evaluación de un proceso final basado en la consecución
de habilidades y destrezas en contextos reales.
Algunas repercusiones metodológicas
El modelo educativo planteado en la actualidad, nos obliga a un replanteamiento
metodológico, siendo éste uno de los focos de atención más indagados en estos últimos
años. Un ejemplo de ello es la ingente producción española que ha surgido en torno a
la Educación Superior (De Miguel, 2005, 2006; Petriz, 2007; Rodríguez Izquierdo,
2008; Garrote, 2008; Vallejo y Alfageme, 2009). A pesar de algunas contradicciones
conceptuales encontradas en la delimitación de términos como método de enseñanza,
modelo didáctico, técnicas o estrategias de aprendizaje, sí es unánime la percepción
de que todos ellos deben de dar protagonismo a los alumnos, enfatizando el
aprendizaje en una posición central y privilegiada frente al proceso de enseñanza.
En este apartado, en lugar de recoger un sinfín de metodológicas activas
descritas, diseñadas y experimentadas desde diferentes ámbitos de la enseñanza,
(Ambassa, 2006; Whitenarck y Ellington, 2009; Ferré, López y Carreño, 2010 o Ritt y
Stewart, 2010), centraremos nuestro interés en determinar la idoneidad y
convivencia de todas ellas. En este sentido, coincidimos con estos autores en que
ningún método es universal y adecuado para todas las situaciones de enseñanza-
aprendizaje, sino que cada uno será válido en función de una realidad educativa
concreta. Asimismo, la utilización de un único método no contribuye a conseguir la
diversidad de fines y objetivos que docentes y alumnos persiguen en la educación
actual.
De un modo genérico, diríamos que no hay métodos buenos o malos, sino que
dependiendo de la finalidad que pretendamos y de las condiciones concretas del
proceso educativo, escogeremos uno u otro. Lo que debemos tener en cuenta para la
elección es, fundamentalmente (como señala Fernández March, 2006), el fin u
objetivos que persigamos. Es decir, la acción educativa debe ser coherente con los
objetivos planteados, respondiendo a intenciones explícitas como son las
competencias que el alumno debe adquirir o desarrollar en el proceso de enseñanza y

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aprendizaje a través de los contenidos de las materias. Pero no sólo eso, sino que
también debe ser adecuada a la realidad del alumno, partiendo de su desarrollo
cognitivo y promoviendo ese aprendizaje significativo del que hablara Aussubel. Esta
misma autora plantea que la elección dependerá, también, de la concepción de
aprendizaje que tenga el docente y de la función que adquiera en el proceso
educativo (aspecto ya comentado anteriormente).
Así, para elegir los métodos de enseñanza cabe considerar algunas variables
iniciales (Prégent, 1990): los diferentes niveles de los objetivos cognitivos previos, la
capacidad de un método para propiciar un aprendizaje autónomo y continuo, el grado
de control ejercido por los estudiantes sobre su aprendizaje, el número de alumnos a
quienes va destinado el método y, por último, el número de horas de preparación
(momentos de encuentro, correcciones… etc.) que se hacen necesarios. En base a estas
variables, este autor identifica tres grandes metodologías en la enseñanza superior: la
exposición magistral, la discusión o trabajo en grupo y el aprendizaje individual. Por
lo que respecta al primero, diferencia dos tipos de exposiciones magistrales: las
exposiciones formales (como la conferencia, en ausencia de intervención del público),
y las exposiciones menos formales, como la clase magistral universitaria (permeable a
una breve participación). El nivel de formalidad de esta última depende de los
profesores y, también, de la temática, variando la participación en función de ambas
variables. En torno a esta última idea, cabe cuestionarnos si realmente serán aún éstas
las metodologías más utilizadas en la Educación Superior o, por el contrario, asistimos
a un avance importante en esta temática.
Para resolver este interrogante, durante el presente curso académico
(2009/2010) hemos recogido los datos que aquí presentamos, cuyos informantes
clave han sido los alumnos de primer curso de Educación Infantil de la Universidad
de Murcia, precisamente por haber sido éste el primer año en implantarse este nuevo
plan de estudios.
DATOS EMPÍRICOS DE INTERÉS
Los datos aportados han sido recogidos a partir de un cuestionario organizado
en torno a una escala (fundamentalmente de tipo Likert), dirigido a una muestra de
118 alumnos (71 mujeres y 47 hombres). El cuestionario estaba formado por
preguntas cerradas y también abiertas. Por otra parte, además de cuestionarios,
también realizamos entrevistas a cuatro profesores y dos alumnas, con el fin de
enriquecer los datos y recoger una información más precisa sobre la información
cuantitativa aportada. Para el tratamiento de los datos cuantitativos obtenidos, tras la
aplicación de sendos cuestionarios, se ha utilizado el paquete estadístico SPSS, versión
15 y la información de los datos cualitativos ha sido analizada mediante cuatro pasos:
reducción, descripción, comparación e interpretación.
Los resultados obtenidos nos revelan que la mayoría de los alumnos tienen un
conocimiento escaso sobre los nuevos planes de estudios universitarios (53,78%),
frente a una impactante minoría que afirma tener un conocimiento profundo de
dichos planes (1.68%). Éste es un aspecto a tener en cuenta (y resulta muy
significativo), ya que los propios alumnos que están matriculados en los títulos de
Grado apenas conocen esta nueva realidad. Esa escasa información la han adquirido a
través de diversas fuentes, resultando ser el profesorado la fuente que más ha
informado a estos sujetos (22,68%), muy seguido de sus compañeros (21,84%).
Asimismo, cabe destacar que el papel de los medios de comunicación, conferencias o
lectura de documentos encaminados a proporcionar información, han resultado ser de
escasa relevancia.
Sin embargo, y a pesar de que los alumnos entrevistados manifiestan tener un
conocimiento escaso sobre los planes de estudios que están cursando, un 45,37%
valora este nuevo enfoque de la enseñanza y su metodología como buena, frente al
1,68% que la valora como muy mala. Ello nos da a entender que, a pesar de su escaso
conocimiento sobre el particular, seguramente a partir de la experiencia vivida en
primera persona, los alumnos prefieren este nuevo escenario y forma de trabajar.
También pedimos a nuestros informantes clave que cuantificasen el uso de las
diferentes metodologías. En este ítem, los alumnos consideraron que las clases
magistrales continúan siendo muy utilizadas (28,57%). En cuanto a los seminarios, la
mayoría de los alumnos afirma no haber realizado ninguno (44,53%); el trabajo en
equipo se utiliza bastante (44,53%), seguido del trabajo individual, también muy

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utilizado (39.49%). Resulta llamativo que el aprendizaje basado en proyectos sea
escasamente utilizado para estos alumnos (42,01%), al igual que sucede con las
tutorías (49,57%) que también han sido poco utilizadas, tal y como lo manifiestan
estos alumnos. Este hallazgo resulta inusitado, aunque también explicativo, debido a la
situación precaria, en términos económicos, con la que se han están implantando los
nuevos Grados en todas las universidades españolas y, concretamente, en la
Universidad de Murcia.
Pero lo mismo ocurre con el uso de los estudios de casos, los cuales son poco o
nada utilizados, con un acuerdo del 70,58% del alumnado. Sin embargo, el trabajo
autónomo es una de las metodologías reconocida por los alumnos como bastante
utilizada, así lo indica el 27,73% de los alumnos. De haber obtenido otros datos a este
respecto, podríamos pensar que no se estaría fomentando uno de los objetivos y bases
del nuevo modelo educativo: que el alumno trabaje de manera autónoma en su
proceso de aprendizaje, bajo la orientación del profesor, facilitando el tránsito de una
actitud activa ante la formación y el conocimiento. En cuanto al contrato de
aprendizaje, la mayoría desconocía esta metodología, por lo que los resultados de su
valoración son absolutamente negativos (31.93%, 28.57% y 23.52% -muy poco, poco
y algo, respectivamente).
A continuación, presentamos una tabla resumen de las respuestas afirmativas
(algo utilizada, bastante utilizada y muy utilizada) sobre la utilización de las diferentes
metodologías:
Tabla 1. Respuestas acumulativas del uso de diferentes metodologías en la Educación Superior
Metodologías
Respuestas afirmativas
Clases magistrales
66,95%
Trabajo en equipo
96,61%
Trabajo autónomo
78,81%
Seminarios
20,34%
Aprendizaje orientado a proyectos
64,41%
Tutorías
47,46%
Estudios de caso
23,73%
Contrato de aprendizaje
40,68%
Como podemos comprobar, en esta titulación (según la valoración del
alumnado) las distintas metodologías para fomentar la interacción con los demás y la
actitud de los alumnos de manera activa, no se están llevando a cabo correctamente.
Las clases magistrales siguen siendo una de las metodologías con mayor presencia en
esta titulación, tras el trabajo en equipo y el trabajo autónomo del alumno. En las
entrevistas realizadas, tanto los docentes como el alumnado confesaron que la
metodología seguida no había cambiado demasiado, debido al hecho de que aún
predominan las clases magistrales (y seguramente también las ideas, las prácticas y las
convicciones que la acompañan). Según los docentes, el hecho de tener que impartir
las clases según el nuevo modelo, les ha hecho cambiar la metodología, centrándose
ahora en el paradigma del aprendizaje más que en la enseñanza, concediéndole así un
mayor protagonismo al alumno, aunque todo ello matizado por circunstancia como:
un excesivo número de alumnos por aula, limitaciones de espacios y recursos o una
estructura rígida de horario, fundamentalmente. Asimismo, consideran que la parte
práctica novedosa consiste en la denominada actividad académica dirigida, según la
cual los alumnos realizan una serie de actividades o prácticas que ellos mismos
supervisan. Para los profesores de nuestro estudio, la forma en la que se está llevando
a cabo la implantación del EEES no es la adecuada, sobre todo teniendo en cuenta la

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falta de formación de los profesores sobre los aspectos didácticos y metodológicos a
cambiar, la escasa información sobre cómo y qué evaluar, la falta o inadecuación de
los recursos e instalaciones y la sensación de falta de seriedad de la administración en
la adecuación al proceso de cambio. Según nuestro profesorado, el problema radica en
la precipitada implantación de este proceso y la consiguiente falta de reflexión sobre
el mismo. Incluso destacan que en la elaboración de los planes de estudios, el eje
vertebrador no ha sido el alumno, una formación de calidad y en la real adquisición
de competencias, sino que han primado otros criterios bien alejados de la calidad de la
docencia.
Por parte de las alumnas entrevistadas, ambas coinciden en afirmar que las
tutorías consistían fundamentalmente en preguntar dudas sobre los exámenes (o la
materia –objeto de lo que es actualmente la atención de alumnos). Incluso afirmaban
que cuando acudían para la atención a alumnos, los docentes no se encontraban en
sus respectivos despachos (en la actualidad, la administración no parece estar
preocupada por este hecho, desconociendo quiénes cumplen y quiénes no). Además,
afirman que las metodologías que se pretendían llevar a cabo en ese curso, tal y como
les explicaron al comienzo del mismo, no se están llevando a cabo, puesto que
predominan las clases magistrales ante las demás metodologías. Destaca positivamente
la consideración sobre las clases prácticas, pues a pesar de ser escasas, nuestras
entrevistadas dicen que han resultado más amenas y enriquecedoras que otras
metodologías.
Otro de los ítems del cuestionario, hace referencia a que las metodologías que
se están desarrollando son las más favorables para el aprendizaje del alumno. A este
respecto, más de la mitad de los encuestados han puntuado con valores intermedios
(entre poco de acuerdo y muy de acuerdo: 50,42%). Otro aspecto interesante, como
consecuencia de su uso excesivo, es si la lección magistral es una metodología poco
atractiva, donde tan sólo un 7,56% de los alumnos encuestados dicen estar poco de
acuerdo. Esta valoración cuantificada por los sujetos, se une a la valoración de que
casi la mitad de los encuestados (42,01%) considera que la lección magistral resulta
atractiva.
Las clases prácticas son un aspecto importante en la implantación de las
metodologías del EEES, ya que la participación activa del alumno prima ante actitudes
pasivas. Para saber si los alumnos la consideraban importante para su aprendizaje,
introdujimos una serie de ítems en relación con esto. Uno de esos ítems fue conocer si
en las clases prácticas es donde se utilizan las metodologías en las que,
principalmente, intervienen los alumnos. Los resultados de este ítem son llamativos,
debido a que el 0,84% de los alumnos encuestados están poco de acuerdo, y un
14,28% dicen estar muy de acuerdo. Por lo tanto, queda demostrado con estos datos
que no hay un número significativo que demuestre que las clases prácticas favorecen
la intervención de los alumnos, incluso a pesar de que un 43,69% haya puntuado este
indicador con una valoración de 4 (estando de acuerdo en que esas clases propician la
intervención).
Otro de los ítems que permite saber sí los alumnos tienen una actitud activa en
clase y se relacionan con los demás es el ítem siguiente: considero importante la
realización de trabajos en equipo, ya que me ayuda a interaccionar con los
compañeros, donde la mayoría han puntuado a favor de esta metodología. Un 32,77%
de los encuestados han utilizado una valoración de 4, muy seguido de un 28,57% que
dicen estar muy de acuerdo (5). Tan sólo un 4,20% han contestado estar poco de
acuerdo con esta metodología. Este resultado revela que los alumnos consideran
apropiado uno de los aspectos que el nuevo EEES quiere fomentar en todas las
universidades españolas.
Las tutorías son necesarias para llevar el seguimiento del alumno: mientras éste
construye su proceso de aprendizaje, el docente tiene que orientarle y guiarle. Las
tutorías forman parte de otro de los aspectos novedosos en los planes de estudio, y
gracias a la encuesta podemos saber si realmente se están llevando a cabo
correctamente (y el modo en el que se están ofreciendo). Uno de los ítems era el
siguiente: las tutorías son una metodología habitual en este curso, cuyos resultados
obtenidos nos han llamado la atención, ya que, siendo obligatorias, tan sólo el 12,60%
de los encuestados dicen que están muy de acuerdo con qué se están realizando. Sin
embargo, la mayoría (38, 65%) han marcado el valor 3 de la escala; es decir, no están
ni muy de acuerdo ni poco de acuerdo.

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En el ítem “las tutorías sirven para solucionar dudas y/ o reforzar lo
aprendido”, la mayoría han puntuado a favor, marcando la valoración 4 un 34,45%
de los encuestados, seguidos de un 27,75% que afirman estar muy de acuerdo con la
utilidad de las tutorías. Por tanto, las tutorías no son habituales pero, sin embargo, las
realizadas, sirven al alumnado a solucionar sus dudas o a reforzar aquello que han
aprendido.
La combinación teoría y práctica es otro de los aspectos clave del nuevo modelo
educativo, con la finalidad de ir reduciendo las clases teóricas (en las que el alumno
sólo escucha), para ir aumentando las clases prácticas y -con ello- la participación de
los alumnos en las clases. Con respecto a esto, se introdujo el ítem “considero más
motivadoras las clases donde se alterna teoría y practica”, para saber la opinión de los
encuestados. El resultado fue que para la mayoría esa alternancia sí es motivadora,
donde un 48,73% de los encuestados manifiestan estar de acuerdo y un 21,84%
afirman estar muy de acuerdo. Por lo tanto, alternar teoría y práctica motiva a los
alumnos, haciendo que las clases ya no sean tan monótonas, y donde el alumno pone
en práctica lo que aprende. Y esto queda reafirmado con la opinión de las alumnas
entrevistadas, quienes indicaban que el tener clases prácticas hace que su aprendizaje
sea más enriquecedor y, por lo tanto, las clases resultan más amenas.
Para finalizar, queremos subrayar otro aspecto que se ha cuestionado mucho
con la implantación de las nuevas metodologías, que no es otra cosa que la carga
excesiva de trabajo que se le asigna al alumno. Para ello se introdujo, en esta encuesta,
el siguiente ítem: considero excesiva la carga de trabajo que se asigna al alumnado en
las clases prácticas, cuyos resultados desvelan que, casi la mitad de los encuestados
parecen estar de acuerdo con ese enunciado. En este sentido, un 39,49% de los
encuestados han puntuado este ítem con un 4, mientras que tan sólo un 1,68%
afirman estar poco de acuerdo.
CONCLUSIONES
Lógicamente, nos preocupa sobremanera que los alumnos, en su mayoría,
afirmen desconocer el plan de estudios que están cursando (53,78%). Si a esto le
añadimos que una de sus principales fuentes de información (casi comparable al
profesorado) es el propio grupo de compañeros (que recordemos se reconoce como
desinformado), unido al escaso (o nulo) impacto de la información ofrecida por la
institución universitaria y sus cauces oficiales, esto supone, de forma directa, que el
desconocimiento del plan, las materias y sus competencias pretendidas, seguramente
lleve aparejada –también- una desinformación con relación a las salidas y cauces
profesionales para y tras la obtención del título (expediente académico, baremación,
nichos de empleo, oposiciones a la enseñanza pública… etc.). Precisamente en este
apartado entraría en juego una información absolutamente valiosa y, en ocasiones,
nada considerada a la hora de elegir un título a cursar: el número de alumnos
admitidos cada año, el número de alumnos egresados por año, y el número de
alumnos que son contratados ese mismo año en la región en la que se ubica la
universidad en cuestión.
Nos llama poderosamente la atención que un gran número de alumnos
(44,53%) afirmen no haber realizado ningún seminario, sobre todo teniendo en
cuenta que en las guías docentes del título aparece, de forma pública, la introducción
de este tipo de metodología y, a tal efecto, así es aprobada en Consejo de
Departamento, Junta de Facultad y Consejo de Gobierno de cada Universidad. Este
hecho pone de manifiesto la débil articulación de la estructura universitaria que, por
el momento, continúa siendo vertical, dificultando los canales para la coordinación
docente y, tal vez lo más importante, la supervisión del trabajo durante su realización
(y no tanto tras su finalización). Es decir, que estamos ante dos caras de una misma
moneda: por una parte tenemos aquel famoso médico (en nuestro ejemplo el docente)
que afirma haber acertado en el diagnóstico, en la prescripción del fármaco y en la
dosis adecuada; y por otra tenemos la visión del paciente (en este caso nuestro
alumnado –tal vez incluso enfermo ante tanta incongruencia), que declara sentirse
mal a pesar de las afirmaciones benevolentes del facultativo. Según la información que
arrojan los datos analizados, lo sucedido con los seminarios no reviste cuerpo de caso
aislado, sino que igualmente sucede con las tutorías (49,57%), muy poco utilizadas
según nuestros alumnos a pesar de estar –igualmente- recogidas en la guía docente.
Por lo tanto, cabría inferir que a pesar de existir un cambio fáctico, bien pareciera ser
fundamentalmente semántico (y en su formato impreso), pues no muestra el impacto

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esperado desde el momento en que los alumnos cruzan el umbral que les separa del
pasillo, momento en el cual el aula se convierte en un “agujero negro” en el que
cabría esperar de todo: desde el cumplimiento de lo publicado en la guía docente hasta
todo lo contrario. Sumémosle a esta situación el incumplimiento de la administración
por reducir las ratios de alumnos (tal y como se establece desde el pacto de Bolonia),
por acondicionar las aulas, por formar al profesorado, por establecer mecanismos de
control de la calidad del proceso… etc. Y añadámosle un aumento real de la ratio de
alumnado, un acondicionamiento pretendidamente gradual de las aulas con
equipamiento –en ocasiones- anticuado, una despreocupación absoluta por la
formación del profesorado universitario (salvo de forma voluntaria) y una ausencia
total del control de la calidad del proceso (pero sí preocupación férrea por la calidad
del producto, como si fuesen variables independientes entre sí). Junte el lector ambos
argumentos y obtendrá como resultado un sabroso cóctel que el gran Luis Buñuel
llevaría – sin duda- a la gran pantalla: universidades del siglo XIX, profesores del XX y
alumnos del XXI.
Para nuestro equipo de investigación, resulta grave una idea que nuestro
profesorado denuncia tácitamente: la precipitada implantación del proceso de
adecuación al EEES y la falta de reflexión sobre el mismo. En momentos como los
actualmente vividos, en los que junto con Grecia pareciéramos estar al final de una
larga lista de países en peligro de bancarrota, resulta extraño comprobar que a pesar
de todos los recortes, en materia de calendario educativo sí estamos cumpliendo
nuestra incorporación a la par que otros países que económicamente sí han venido
haciendo sus deberes. Esto, lógicamente, encierra las explicaciones que todos podemos
imaginar, entre las cuales nuestros profesores destacan el hecho de no haber tenido en
cuenta, en absoluto, al alumnado para el diseño de estos nuevos planes de estudio.
Seguramente hemos asistido a una oportunidad única de cambiar los planes
educativos de un país. Tal vez no volvamos a repetir esta ocasión hasta dentro de
algunos años. Y a pesar de todo ello, quienes hemos permanecido en esa estructura
vertical, como un eslabón más de esta débil cadena, hemos podido comprobar que los
criterios que han imperado en la nueva configuración de aquellos títulos que
queríamos cambiar (tal vez por encontrarlos lejanos al mundo empresarial, a las
salidas profesionales reales, a los nuevos retos y desafíos enunciados por una sociedad
digital), han sido, precisamente, los de la sociedad analógica, aquella anterior a la
actual. Criterios que no han hecho sino prorrogar la presencia del mismo virus
endémico existente hasta el siglo pasado y que, como se describe en aquella película
de Ridley Scout (Alien), ha pervivido hasta este siglo como el octavo pasajero por todos
convidado. Sólo así se explica que en los títulos relacionados con salidas profesionales
vinculadas –directamente- a la docencia, las materias relacionadas con la didáctica
y/o la planificación (grandes asignaturas pendientes de nuestro sistema de educación
tanto en Primaria como en Secundaria), se hayan orquestado desde una distribución
de la carga horaria nacida a partir de un reparto igualitario entre las diferentes áreas
de conocimiento existentes en las Facultades de Educación, desde el entendimiento de
que –seguramente- repartir la tarta a partes iguales generará el contento de todos los
comensales. Tal vez sea ese el gran error, y nos encontremos ante una mesa en la que
hay unos a quienes les sobra casi toda la porción, otros que consiguen saciar su apetito
y, finalmente, otros que bien necesitarían varias jornadas ininterrumpidas para dar
por zanjada su ingesta.
Finalmente, queremos destacar que los datos aquí obtenidos no se alejan nada
de los presentados por Prégent en el año 1995. Como hemos podido comprobar, las
metodologías utilizadas en Educación Superior (quince años después), continúan
siendo las mismas, aunque en diferente orden de importancia o, tal vez, de
presencialidad. Este hecho debería hacernos reflexionar sobre qué cambios
estructurales y culturales hemos que seguir diseñando y, posteriormente,
implementando para conseguir una formación superior adaptada a las necesidades de
la sociedad actual. A pesar de la información desprendida de nuestros datos, es
nuestro deseo recordar que nos encontramos al inicio de un importante periodo de
cambio en la estructura universitaria. En este sentido, debemos tener presente que los
procesos de cambio conllevan estadios de incertidumbre y ambivalencia, junto con
momentos de reflexión que permitan volver a focalizar los objetivos a alcanzar.
Esperamos que el lector pueda seguir la huella de nuestros pasos por este sendero, y
encontrarnos nuevamente en un futuro cercano en el cual poder ofrecer diferentes
datos al respecto, mucho más ambiciosos y representativos del proceso de
implantación total de los nuevos grados de Educación Infantil.

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Mónica Vallejo Ruiz, Jesús Molina Saorín
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