Si partimos de la idea de que un valor es algo que importa para nosotros, diríamos entonces que los valores no están ni pasarán de moda nunca.

 

Lo importante es que como personas y  familias tengamos claro aquello que nos parece importante cultivar, desarrollar y vivir.

Una correcta educación en valores a nuestros hijos, los llevará a la madurez humana que se verá manifestada en la estabilidad del carácter y la capacidad de tomar decisiones bien pensadas en la adultez.

Valores como la amistad, el amor, la generosidad, la solidaridad, el respeto y un largo etc. generan en quien los vive un estado de satisfacción interna que mueve el accionar diario en positivo y hacia el bien. Todos hemos sentido esa satisfacción interna cuando hemos hecho lo que teníamos que hacer y además lo hemos hecho bien. ¿ o no?

En los más pequeños la educación en valores  comienza ayudándolos a relacionar la felicidad con un comportamiento bueno cotidiano. ¿Cómo hacerlo?: Con el ejemplo y teniendo mucho cuidado de  NUNCA caer en una incoherencia flagrante, en  el decir una cosa y hacer otra.

Claro que los padres somos seres humanos y nos equivocamos, entonces debemos aprender a pedir perdón. Esta actitud lejos de quitar autoridad, la fortalece!!!

Ahora bien, no es tan sencillo como parece porque los padres deberán proponérselo y esforzarse arduamente por cumplirlo a cabalidad ya que la mayoría de las veces no sale espontáneamente. Hay que estar pendiente.

De acuerdo a la edad se podrá racionalizar más o menos aquel comportamiento que queremos lograr. Mientras más pequeños sean habrá que exigir más y explicar menos, pero a medida que crecen es bueno explicar para que piensen un poco más y entiendan los motivos que nos llevan como padres a exigir ciertos comportamientos.

En la adolescencia se abre un paréntesis ya que por el propio momento que están viviendo, los hijos pueden retroceder y ser mucho más impulsivos y menos reflexivos lo que dificultará un poco las cosas ya que aunque se tenga ganas o no de hacer tal o cual cosa deberá hacerse igual.

 En este periodo la paciencia y firmeza de los padres es esencial ya que los adolescentes tienen que ver que aunque ellos no estén tan dispuestos a hacer las cosas como antes, el mensaje es el mismo siempre. Esta actitud coherente dará a nuestros hijos los límites a su comportamiento y aunque en algún momento no lo cumplan, les será mucho más fácil regresar al buen camino más adelante y alcanzar una madurez más proactiva, eficiente y feliz.

  • En este y en todo proceso,  la comunicación es esencial y en la adolescencia  lo es aún más. El mensaje debe ser claro, concreto, coherente y siempre amoroso.

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