14 de junio de 2021

TUYO SIEMPRE

 






CAPITULO XIII

ÚLTIMA SESIÓN

 


— ¿Vos crees que terminé el duelo de Vera?

— El duelo es derrotar un fantasma para crear un recuerdo. —  me dijo Renato con una inflexión de despedida.

— Entonces, el duelo es el olvido.

— Al contrario, es sacarse de encima una presencia torturante para tener un recuerdo que cada tanto te sacará una sonrisa, un “menos mal que me fui de ahí”


Vera se había atornillado en mis entrañas como un virus, lo supe en el primer beso. Fue mi matadero y mi cruz. La advertencia de toxic alert arrolló la pantalla, pero no me importó.

Siempre hay una vacuna, una sesión o un párrafo para encapsular el ramalazo. Y si nada de todo esto es suficiente emprendo mi camino hacia la costa; el mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar.

Durante seis meses me enamoré de cómo era yo cuando estaba con ella. Hay amores que emergen sólo para fundar el hecho poético, otras veces hay pasiones que son sólo la purga de un alma eclipsada por un berrinche.

Con el boom de las redes sociales hubo una purificación de berretines sin zanjar que tuvieron una oportunidad. Fue peor el remedio que la enfermedad, lo único que trajo el acercamiento virtual fue revalidar que si la distancia persistió durante años, fue por algo. Ella no me nombraba, me decía "compañero" ¡Qué importante hubiese sido que me dijera por mi nombre! Ahora que lo pienso lo agradezco porque hubiese sido más espinosa la gesta del olvido.

Pensaba mantenerme abstemio pero sin ayuda fue imposible, en un momento de angustia concebí que la única solución fuera morirme. En el grupo de alcohólicos anónimos de la Iglesia de San Expedito conocí a Estela. Ella fue mucho más que una líder de grupo. Me entendía, había pasado por el mismo infierno. Me hizo comprender que el alcoholismo era una enfermedad. "Te seca el alma, Maurito"


¿A QUÉ HORA EMPEZÓ LA DESGRACIA II?

La primera vez que probé vino fue al lado de papá. A los diez años era el mejor lugar que se podía estar. Ahora que lo pienso no hubo una silla más preciada.

— Tomá, tomá un poquito.

— Pa, ¿Qué va a decir mami?

—  Nada, hoy no va a decir nada. Es un secreto entre vos y yo. Un chorrito nomás. Métele más soda. Es por hoy nomás.

El Termidor rebajado con soda no estaba nada mal. Ese miércoles “Grandes valores del Tango” salió grabado. Soldán leyó un discurso apenado. Cenamos en silencio. Nadie habló. Yo no quería hablar. ¡A ver si todavía se daban cuenta que había tomado vino! Mamá no lo sabía, papá sí. Era nuestro secreto.

Mi viejo me convido a participar en su dolor de alguna manera. Había fallecido Jorge Falcón. Era como velar a un familiar que jamás vimos mientras comíamos albóndigas con fideos de moño. Más de tres décadas para deducir ese gesto. Lo que daría por un vasito de vino más con él. ¡Lo que daría!

Una tarde de febrero, fuimos con papá a autorizar unas órdenes para sus remedios: el Lotrial, (“el Gran Lotrial”, parece un teatro de alguna localidad bonaerense) el Enarapril, cada vez que lo nombro canturreo… enarapril el ritmo tibio... de mi chiquito... y otros medicamentos más que ahora no recuerdo. A mi viejo ya le habían amputado una pierna, estaba embromado.

 — Vamos caminando — me dijo papá parado sobre sus muletas.

— ¿Te parece, pa?

— Sí. Vamos caminando.

La temperatura era asfixiante. Nos metimos en la pizzería “La Continental” de Belgrano y Entrerrios. Papá transpiraba como testigo falso. No podía tomar más, era una orden de su médico. Si lo dejabas se clavaba tres botellas de cerveza por día.

Pedimos la carta, se acomodó en su silla. Recuerdo que tenía los lentes de aumento empañados.

— Pa, tenes los lentes sucios. Los voy a lavar con jabón líquido.

—  ¿Dónde?

— Ahí en el baño. Quedan bárbaros como con el detergente…

 

Mi viejo atinó a sacarse los lentes. Lo hizo en cámara lenta.

— Ya vuelvo. Pedime tres empanadas de carne y algo para tomar – le dije. 

Sus ojos cansados detrás de los vidrios velados buscaban una aprobación. Me sentí poderoso en esa situación. Tenía que definir que íbamos a tomar mientras una pantalla transmitía un partido de la Bundesliga y afuera hacia treinta y cinco grados de sensación térmica.

Lo llamé al mozo, miré a mi papá desarmado, sin el poder de Grayskull de un colorado corto en sus manos. El mismo que sufrió la ida de mi vieja el mismo año de la muerte de su madre.

— Un vino tinto, agua con gas y mucho hielo — dije al tiempo que papá recuperaba el talante. Fue la última vez que tomamos juntos. Dos meses, veinte tres días y un par de horas después, se murió.

Gusti dice que el vino siembra poesía en los corazones. Yo no encontré menciones ni rimas con el Lotrial o el Enalapril en ninguna poesía. ¡Esas pastillas! Había un horario para tomarlas. ¿Cómo voy a poner una alarma para tomar un Malbec? Todavía no termino de tragar el caramelo de su ausencia. 

A veces la muerte libera, sobretodo del sufrimiento. Cuando uno sufre tanto le pide a Dios si cree y a Dios también si no cree que la parca llegue. Como algo que comparece para cortar las amarras del dolor. ¿Qué se nos pasará por la cabeza cuando nos llegué a nosotros?  ¿Seremos conscientes el día de la entrega final?

— ¿Qué es el alcohol? —  pregunté en el grupo de Estela.

— El infierno, es la soledad. El infierno no es el fuego, eh. Es el hielo absoluto. No hay abrazos ni nada que te contenga.


CUADERNOS

Culminé el tratamiento psicoanalítico por mi propia voluntad, decidí pasar en limpio mis cuadernos. No por una cuestión de libre albedrío, fue un acto de supervivencia ¡Cuántas anotaciones manchadas! La señal del estado en que he escrito. Hojas plomizas, ambarinas y trazos de tinta alimonadas, dan cuenta de una caligrafía imprecisa escoltada por una medida de whisky, un porrón o una copa de vino soldada a las libretas. Un día salí del filón. "Soltate. Sos demasiado amor para tanta ausencia", me decía el Gusti.

Algún día dejé de tomar en un vaso de vidrio. Un día dejé de pensar en el alcohol y meterme en problemas. Comencé a trabajar en la redacción de avisos publicitarios y erradiqué de mis pensamientos los hoyuelos de Vera. Un día recibí una foto de Amparo embarazada y circundada por un altozano de nieve en la Plaza Mayor. Algún día fue el día que jugué por última vez a la escondida, pero en ese momento no lo sabía. Así, con muchas cosas. Somos los que se van. La numerosa nube que se deshace en el poniente es nuestra imagen. Somos nube, mar, olvido. Somos también aquello que hemos perdido.



FIN

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