Auténticos y traidores

Los cordones sanitarios, sociales o políticos van en contra de la convivencia y el progreso. Tampoco son democráticos porque excluyen al otro por sus creencias, ideas o procedencia étnica o territorial. Uno de los ideales democráticos es organizar la convivencia con la formación de mayorías que gobiernan protegiendo también los derechos de las minorías.

La Catalunya política de este siglo ha innovado mucho en cuestiones de cordones sanitarios. El pacto del Tinell del 2003 para un gobierno catalanista y de izquierdas excluía explícitamente al PP de cualquier acuerdo. CiU había ganado las elecciones con 46 escaños, pero pasó a la oposición, que compartió con Josep Piqué, quien consiguió 15 diputados. Pasqual Maragall fue elegido presidente con el apoyo de ERC y de ICV.

Es fatigante, inútil y autoritario bloquear a quienes tienen otra manera de ver las cosas

Eran los años de la mayoría absoluta de Aznar, en los que no se preveía que los populares perderían el poder al año siguiente. En las elecciones del 2006, Artur Mas acudió a un notario para que diera fe de su compromiso de que rechazaría cualquier pacto con el PP. No sirvió de nada porque el segundo tripartito lo encabezó José Montilla y gobernó cuatro años. El miedo a ser tildado de traidor a la auténtica causa ha condicionado muchas actitudes en Catalunya desde 1934.

El cordón sanitario contra Salvador Illa, el candidato socialista, esta vez se ha firmado en un papel vulgar, sin pasar por notaría, impulsado por una asociación que nunca se ha presentado a las elecciones y que fue mendigando la firma uno por uno.

La novedad es que es la primera vez en Europa que se establece un cordón sanitario contra un partido socialdemócrata para que no pueda gobernar. Los partidos independentistas no se han puesto de acuerdo para elegir un presidente que agotara la legislatura y, en cambio, se comprometen a impedir la alternativa de Salvador Illa. No gobiernan cuando pueden y no dejarán gobernar en el caso de que no sumen los suficientes escaños para hacerlo.

Lo que está en juego no es el gobierno, sino el poder, entendido como patrimonio de la clase que ha gobernado Catalunya casi ininterrumpidamente desde 1980. Las elecciones del domingo son una oportunidad para decidir si se quiere seguir con un gobierno roto, las divisiones sociales, la pérdida de peso de Catalunya, la fuga de más empresas... o buscar una alternativa inclusiva que recupere la ilusión y el prestigio de un país que ya no es un referente ni en Europa ni en España. Los errores de los políticos los pagamos todos. Es fatigante e inútil bloquear a quienes piensan distinto.

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