La fuerza destructiva de la revolución bonita se muestra en toda su extensión al revisar el proceso evolutivo de nuestro signo monetario desde la aparición del bolívar.

En junio de 1865, el Congreso de los Estados Unidos de Venezuela aprobó una nueva Ley de Monedas. Conforme a la misma, se autorizó al gobierno nacional para que estableciera Casas de Monedas con el propósito de acuñar dinero en oro, plata y cobre, indicándose expresamente que los dos primeros llevaran la efigie del Libertador, Simón Bolívar.

Más tarde, en 1879, se aprobó la Ley de Monedas que creó la nueva unidad monetaria: el bolívar de oro de 20 bolívares; el bolívar de plata, con valores de 5, 2 y 1 bolívares y las fracciones de 0,50 y 0,20 céntimos. Siete años más tarde, en 1886, se inició la acuñación en la nueva Casa de Monedas de Caracas, ubicada en la Esquina El Cuño, la cual se mantuvo operativa por tan solo tres años a causa de las desavenencias que hubo entre el Gobierno Nacional y la compañía francesa “La Monnaie”, operadora de la fábrica. En el anecdotario quedó registrado que al presidente Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) se le obsequió la primera moneda de oro de 100 bolívares, una fortuna para la época, bautizada luego como «Pachano».

Mercedes de Pardo, en su libro Monedas Venezolanas, dice que el nombre de “Pachano” derivó del comentario que hizo Guzmán al recibirla de manos del general Jacinto Pachano, alto funcionario del gobierno que fungía como supervisor del ente acuñador. El entonces presidente dijo: “Que bueno, Pachano”. No es exagerado intuir que los “jalamecate” de entonces pusieran a correr el comentario presidencial, dando lugar a que dicha moneda fuera apodada de aquella forma.

Lo cierto es que en la mayor parte de esos 128 años (de 1879 a 2007), nuestra moneda pudo sortear diferentes crisis y mantener su vigencia y vigor. Lamentablemente, en los gobiernos revolucionarios de Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro Moros todo cambió.

El primero de los nombrados no tuvo vergüenza alguna para desplumar a la gallina de los huevos de oro: el Banco Central de Venezuela. Inconforme con los crecientes ingresos derivados de la actividad petrolera, no dudó ni un segundo en expoliarle a nuestro ente emisor sus “millarditos”. El resultado inevitable de su política populista fue la pérdida de valor de la moneda y la consecuente emisión de billetes de una mayor denominación.

Para “lavarse la cara”, a comienzos del mes de marzo de 2007, el caudillo de Sabaneta sorprendió al país con la aprobación del rimbombante “Decreto con Rango, Valor y de Ley de Reconversión Monetaria”. La acción se apoyó entonces en el aumento sostenido del precio del barril de petróleo, que pasó de 16,3 a 65 dólares.

Hasta ese momento de la gestión presidencial de Hugo Rafael, la inflación se había movido como era de esperarse. Pero él pensó, erróneamente, que el solo incremento de los ingresos del Estado era suficiente para doblegar el flagelo inflacionario. Su siguiente paso fue quitarle tres ceros a la moneda. Así pues no se tuvo en cuenta que “deseos no empreñan”.

Como consecuencia de la acción anterior, el nuevo cono monetario del “bolívar fuerte” fue de seis billetes (2, 5, 10, 20 y 100 bolívares) y siete monedas (1; 5; 10; 12,5; 25 y 50 céntimos y 1 bolívar).

Con el transcurso de los meses y años la realidad terminó imponiéndose. A comienzos de 2016 el BCV anunció que la inflación acumulada en 2015 fue de 180,9%, la más alta de la historia del país. Tan solo once meses más tarde la bomba de la realidad explotó frente a todos: las autoridades del ente emisor publicaron en la página oficial del organismo la decisión de modificar nuevamente el cono monetario. Conforme a ello, seis nuevos billetes (de 500, 1.000, 2.000, 5.000, 10.000 y 20.000 bolívares) se sumarían al grupo de monedas y billetes que ya circulaban. La revolución pregonaba de esa manera su triunfo “bizarro”: Venezuela era el país con la más alta inflación del mundo.

Lo que vino después fue la catástrofe absoluta: entramos de lleno en la autopista de la hiperinflación y el gobierno, junto con las enclenques autoridades de nuestro ente emisor se han limitado a hacer lo indecible por mantenerse el mayor tiempo posible en la autovía en cuestión. Es un hecho cierto que el BCV, violando el mandato previsto en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (artículos 318 y 319), ha limitado su labor a financiar el déficit fiscal. ¡Pobre historial para la posteridad!

Para el momento en que escribimos este artículo la situación no puede ser peor. Según la información suministrada recientemente por el Observatorio Venezolano de Finanzas, oficina adscrita al presidente encargado del país Juan Guaidó, la inflación acumulada de Venezuela en lo que va de 2021 llegó a 155,3%. Lo anterior ratifica que el principal componente de la elevación del nivel general de precios es la irresponsabilidad de la dictadura de Maduro y la insistente utilización del BCV como instrumento para financiar el déficit fiscal.

De acuerdo con la data sobre la inflación que maneja la oposición, la cual abarca el lapso que va de marzo de 2020 a marzo de 2021, la interanual es de 3.867%. Eso explica que a finales del pasado mes se requiriera más de seis meses de trabajo para adquirir un cartón de huevos.

Lo anterior pone en evidencia que a esta revolución ya no le queda nada de bonita. Q.E.P.D

@EddyReyesT

       


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