Los desaparecidos están aquí

DESAPARECIDOS. Búsquedas eternas.

Homicidios y feminicidios se contabilizan día con día. Son un círculo vicioso en que México vive sumido desde hace unas tres décadas. Antes de eso la violencia asesina no era de la poderosa magnitud de este periodo, y por supuesto muy lejana al momento en que nos encontramos hoy, en esta segunda década del siglo XXI.

Es entonces también, y así ha sido en estos 30 años, que las víctimas pasan a ser números. México suma en promedio 100 asesinatos de mujeres, hombres o niños y niñas, al día. Abrumador.

Se llegó a llamar el ejecutómetro en algún momento del gran salto de la violencia asesina. Forma no solo amarillista, sino particularmente estruendosa de tratar de medir la situación del país. Pero sobre todo, el ejecutómetro se convirtió en casi una burla a las víctimas, contadas por decenas, centenas y millares. No como historias de una tragedia nacional. Y lo peor, la numeralia ridícula nunca ofreció una dimensión real de la situación del país.

Adicionalmente, esta forma simplista de medir la violencia, acapara tanta atención que opaca el resto de las aristas o delitos que implican un periodo de inseguridad de una región.

Los asesinatos se consideran el más alto nivel de violencia, sin duda, y en eso se justifica la atención que se le da. Pero hay otro delito a la par en gravedad al homicidio, incluso las víctimas lo consideran todavía peor, se trata de la desaparición de personas.

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Se considera peor porque no solo se trata de quitar la vida, el bien más preciado, sino ir más allá y borrar a la persona, impidiendo la existencia –si se puede llamar así- que prevalece después de morir.

Es por eso que en todas las etapas históricas que se han presentado las desapariciones, hay mujeres y hombres encargadas de buscar sin descanso. Arriesgando su propia vida. Casi siempre mujeres, y especialmente las madres, por encima de la presencia de hombres.

Las desapariciones en México han pasado por tres grandes periodos en el último medio siglo, todos asignaturas pendientes vergonzosas, donde nunca se han resuelto a cabalidad y mantienen cicatrices abiertas.

Primero la conocida como “guerra sucia”, en la década de los 70’s y una parte de los 80’s. La represión a movimientos sociales y posturas políticas que no encontraban espacio en la lucha por el poder, encontraron una conducción violenta. Entonces, el poder amenazado ataca sin recurrir a una defensa legal. Es feroz la clase política de la época, se atrinchera y se van dando las desapariciones hasta la fecha aun sin resolver. Siempre, en todos los casos, es desde el poder público legal y establecido, desde donde se operan todas las desapariciones. Por eso se llama guerra sucia. Otros países que han atravesado esos periodos la han llamado igual.

La segunda etapa tiene un periodo largo de calma, años donde se reducen significativamente las desapariciones. Es a partir de los años 90 donde de nuevo se presentan desapariciones esporádicas, donde ya no es el poder político quien participa o es señalado, sino particulares, el crimen organizado especialmente.

Lea: Guerra de cárteles: Exterminio, violencia y crueldad extrema https://bit.ly/36hTuuS

El tercer periodo es en que nos encontramos ahora. Hay incremento estratosférico en un periodo más corto de tiempo, entre los años 2006 y 2020, van las desapariciones a la par de los asesinatos en el aumento. Aquí también es el enorme poder de las organizaciones criminales quienes operan sistemáticamente las desapariciones.

 

Margen de error

(Sucia) El esfuerzo más reciente para intentar construir una verdad histórica de lo ocurrido en el periodo de la “guerra sucia” se dio con la alternancia de Vicente Fox, creó la Fiscalía Especial para la Investigación de Movimientos Sociales y Políticos del Pasado. Se trataba de abrir carpetas de investigación, no solo ofrecer un libro que contará una historia que desde la autoridad nunca se contó.

Aunque la actuación ministerial fue sumamente discutida, los alcances no fueron menores. Ignacio Carrillo Prieto llevó a Luis Echeverría, Presidente de México de 1970-1976, a una comparecencia ministerial para que respondiera ante una autoridad por los sucesos del llamado jueves de corpus, una represión ocurrida en junio de 1971 donde grupos organizados por el gobierno atacaron violentamente a estudiantes en una manifestación.

Al final prevaleció la insatisfacción con el trabajo de la Fiscalía, pero quedaron los antecedes.

 

Mirilla

(La calma) A la “guerra sucia” no le siguió un periodo de calma, solo cambiaron los actores. Ya no se trató de la represión a movimientos sociales o políticos, sino de violencia de las organizaciones del crimen o una forma de la violencia en general para ocultar a las víctimas (no hay cuerpo, no hay delito).

En ese marco y periodo es donde está la múltiple desaparición de los jóvenes de Las Quintas, tres primos desaparecidos en 1996 en Culiacán donde se acusó al hijo del empresario Rolando Andrade como el responsable.

Prevalece el vínculo con el poder político, en todo momento en esa desaparición –hoy todavía sin resolver- se acusó la relación de Andrade con el gobernador en turno, Renato Vega, por haber contribuido financieramente a su campaña electoral, a través de otro empresario que hoy reaparece en la escena pública, Carlos Cabal Peniche.

Como muchas otras desapariciones, la de los jóvenes de Las Quintas se volvió emblemática y explica muchos otros casos, con menor atención mediática, que ocurrieron en ese segundo periodo.

 

Deatrasalante

(Hoy) Lo que viene después todos lo hemos vivido, aunque sigue siendo una asignatura pendiente que involucra a fiscalías locales, a gobiernos municipales, estatales y el federal. Y tiene su mayor representación de lo ocurrido en los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Desaparecidos como las víctimas de la guerra sucia, como los jóvenes de Las Quintas y como miles y miles que todos los días buscan los colectivos que por todo el país se han ido conformando (PUNTO)

Columna publicada el 01 de noviembre de 2020 en la edición 927 del semanario Ríodoce.

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