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Retorno a la «ruta de la seda»

Fuentes: El Viejo Topo

Desde que, en 1877, el geógrafo Ferdinand von Richthofen acuñó el nombre de ruta de la seda para referirse a la gran vía caravanera que con origen en Xian llegaba a Constantinopla a través de diferentes estradas, uniendo China y Europa, su fama, más allá de la importancia económica del camino durante siglos, ha encendido […]

Desde que, en 1877, el geógrafo Ferdinand von Richthofen acuñó el nombre de ruta de la seda para referirse a la gran vía caravanera que con origen en Xian llegaba a Constantinopla a través de diferentes estradas, uniendo China y Europa, su fama, más allá de la importancia económica del camino durante siglos, ha encendido la imaginación de millones de curiosos y viajantes. Aquella ruta de la seda nació a iniciativa de oriente, y, hoy, más de dos milenios después, otra vez oriente habla de una nueva ruta. La integración económica y la cooperación entre los países que atraviesa esa vía milenaria y su comunicación con Rusia y Europa, junto al deseo de desarrollar las regiones más occidentales del país, así como contribuir al crecimiento económico de Asia central y de Oriente Medio, se encuentran entre los objetivos de la propuesta que realizó el presidente chino Xi Jinping; sin olvidar, aunque no lo citase, el deseo de limitar la presencia norteamericana en Asia. Xi Jinping presentó en Kazajastán esa iniciativa para crear lo que se ha denominado «cinturón económico» en la antigua ruta de la seda, dirigida a los países de Asia central, pero también a otros países, idea que consistiría en la articulación de una gran ruta comercial en un área que agrupa a casi la mitad de la humanidad: tres mil millones de personas. Comunicación, transporte, comercio e intercambios, tecnología, figuran entre las prioridades citadas por el presidente chino. Bishkek, donde se celebró la cumbre de la OCS, fue una de las poblaciones frecuentadas por las caravanas de la vieja ruta de la seda.

La propuesta china fue anunciada con ocasión de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS. A mediados de septiembre de 2013, se celebró en Bishkek el encuentro de los presidentes de una organización que, además de los seis países miembros (China y Rusia, más Kazajastán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguizistán), cuenta con la participación de cinco países observadores (India, Pakistán, Irán, Afganistán y Mongolia) y con tres países que se definen como «socios para el diálogo» (Bielorrusia, Turquía y Sri Lanka), y que se ha reforzada de manera notable en los últimos años. Países como Azerbeiján y Vietnam, en ambos extremos de la OCS, han mostrado interés en su incorporación. En esa ocasión, la OCS incorporó a sus reuniones, además de los estados miembros, de los observadores y de los «socios de diálogo», a países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI, la heredera de la URSS), así como de la Comunidad Económica Eurasiática (CEEA) y de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC).

Xi Jinping aprovechó para visitar Tayikistán y acordar con Emomali Rakhmon la construcción de un gasoducto que unirá Asia Central y el territorio chino, y para sondear las posibilidades de colaboración en infraestructura, agricultura y explotación de recursos naturales. La permeabilidad de las fronteras, con las secuelas de tráfico de drogas e infiltración de grupos armados, también figuró en las conversaciones. Tayikistán está muy interesado en ligar su incipiente desarrollo al potencial chino, y en fortalecer la OCS. Además, el presidente chino visitó Kazajastán, Uzbekistán y Turkmenistán: la diplomacia china abarcó a los cinco países de Asia central. Pekín se ha convertido en el principal socio comercial de Rusia y Kazajastán, y es ya el segundo para Kirguizistán y Uzbekistán. La propuesta de esa nueva ruta de la seda ha sido recibida con interés en Pakistán y Afganistán, así como en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central; además, puede suponer un estímulo para la economía de Irán, y dota de gran relevancia estratégica, al tiempo que les ofrece una posibilidad de desarrollo, a los países que no tienen salida a los mares abiertos.

Tras el gran desarrollo experimentado por el este y el sur del país, con focos como Shanghái y las ciudades del río de la Perla (Cantón, Foshán, Shenzhen, Dongguan, y Hong Kong, cinco ciudades que superan, cada una de ellas, los siete millones de habitantes) China está empeñada en el desarrollo de las regiones occidentales, y, por ello, dedica una gran atención a Asia central en su política exterior, una zona que posee grandes recursos en hidrocarburos y minerales. China está impulsando un ambicioso programa para reorientar las prioridades de su economía. Li Keqiang, primer ministro chino, ha anunciado en Davos que su país mantendrá las altas tasas de crecimiento, sobre el ocho por ciento, y que seguirá invirtiendo en el exterior. Si anteriormente Pekín había puesto énfasis en la exportación y la inversión, ahora pretende aumentar el consumo interno para fortalecer su economía, y ello ofrece oportunidades para otros continentes. Tanto en Asia central y meridional, como en África y América Latina, los gobiernos están muy interesados en el mercado chino para la venta de sus productos, así como en la colaboración en infraestructuras. Las deudas de los ayuntamientos, citadas como una de las hipotecas del desarrollo chino, preocupan al gobierno de Pekín, aunque Li Kequiang no considera que sean especialmente graves.

El presidente chino presentó también en Bishkek una propuesta para el reforzamiento de la OCS, que, en suma, pretende una mayor colaboración entre los países miembros en cuestiones de seguridad (poniendo el acento en el terrorismo y en los movimientos nacionalistas y secesionistas), en el incremento de la confianza, la pacificación de Afganistán (permanente foco de inestabilidad), y en el desarrollo de la ruta de la seda. Para ello, China pretende la construcción de vías de transporte que unan el océano Pacífico y el mar Báltico, y que permitan el acceso desde Asia central al golfo Pérsico y al océano Índico, rutas que, como recordó el ministro chino de Comercio, Gao Hucheng, impulsarían los intercambios económicos en la zona. Sin embargo, la apuesta no es sencilla. China cree también que la crisis siria agrava la inestabilidad de toda la región, y, por ello, Xi Jinping apuesta por negociaciones y un acuerdo de paz en Ginebra.

La alianza china con Rusia ha contribuido a resolver diferencias fronterizas, pero muchas de las fronteras siguen siendo porosas y son utilizadas para la actividad de grupos armados que, en ocasiones, trabajan para potencias como Estados Unidos, Arabia, Pakistán y la India. China quiere reforzar la seguridad de sus fronteras occidentales: las diferencias con la India por las regiones de Aksai Chin y Demchok, así como por una parte del Karakorum, territorios que Delhi reclama a Pekín; el estrecho corredor que une Afganistán con China; la Cachemira por la que disputan India y Pakistán, así como las fronteras de Tayikistán y Kirguizistán, y, en menor medida, la extensa frontera con Kazajastán, son zonas calientes, a veces frecuentadas por grupos armados. No en vano, los movimientos nacionalistas de Xinjiang, de carácter islamista, y del Tíbet, son una de las preocupaciones de Pekín, consciente de que Washington juega esas cartas y de que no va a renunciar a aprovecharlas para crear dificultades a China, limitar su fortalecimiento, y, eventualmente, utilizarlas como moneda de cambio.

La seguridad es prioritaria, porque sin la pacificación de toda esa amplia región, no podrá impulsarse esa gran vía comercial. De hecho, la cooperación en seguridad entre los países de la OCS es la principal preocupación de los gobiernos, y engloba las actividades terroristas y los grupos separatistas, pero también el crimen organizado, el tráfico de drogas y de armas. La seguridad ha mejorado con relación a años anteriores, según indicó Zhang Xinfeng, responsable de la Agencia de la OCS que se ocupa de las cuestiones de terrorismo, aunque el rigorismo religioso (sobre todo, musulmán; pero también budista) que mantiene lazos con los traficantes de armas y de drogas, y con una maraña de servicios secretos, es muy activo. Zhang depende directamente del Consejo de los jefes de Estado de la OCS. De la importancia de la agencia contraterrorista de la OCS (creada en 2004 y que tiene su sede en Tashkent, Uzbekistán) da idea el hecho de que sea uno de los dos órganos permanentes de la organización, y que la cumbre de Bishkek decidiese centralizar la información y atender prioritariamente a las complicidades de grupos terroristas con el crimen organizado, a la vista de la retirada de tropas de la OTAN en Afganistán y de la nueva situación que puede crearse en la región. Esa fue una de las razones de la entrevista de Putin con el presidente afgano, Karzai, quien le reclamó el apoyo ruso. Moscú suministra armas al gobierno de Kabul, interesado como está, sobre todo, en la pacificación del país y en evitar un colapso afgano descontrolado que crearía serios problemas en sus fronteras, reforzaría el tráfico de estupefacientes, haría más difícil la contención de los señores de la guerra afganos, y reforzaría a los grupos armados islamistas que actúan en el Cáucaso. Karzai se presentará de nuevo a las elecciones presidenciales que deben celebrarse en 2014, comicios que ni siquiera son seguros, según el propio Karzai, aunque hablar de democracia en Afganistán sea una broma de mal gusto.

La implicación de la OCS en las principales crisis internacionales se constató en su interés por los escudos antimisiles que prepara Washington, que pueden romper el equilibrio internacional y afectar a la estabilidad estratégica. La frecuente apelación norteamericana sobre su derecho a garantizar su seguridad, recibió una firme crítica de la OCS, basada en el principio de que la seguridad de un país no puede suponer el aumento de riesgos para otros. También, cuando abordó la crisis siria, la situación en Corea, y las disputas sobre Irán.

Sobre Siria, la cumbre de la OCS respaldó el control y destrucción del arsenal químico de Damasco, apoyando la propuesta rusa, y apoyó la convocatoria de una segunda conferencia en Ginebra entre el gobierno sirio y los grupos armados insurgentes. Putin confirmó que la declaración del gobierno de Bashar al-Asad aceptando su incorporación a la Convención Internacional sobre la Prohibición de Armas Químicas era una prueba de la disposición de Siria para resolver la crisis a través de negociaciones con la oposición. El apoyo iraní a la decisión de Damasco perseguía también detener la guerra siria e impedir su extensión a otros países vecinos, y fue remarcado por el presidente iraní, Hasán Rohaní, recordando que su país ha sido la principal víctima del armamento químico. Todos los países de la OCS y asociados rechazaron el recurso a la fuerza contra Damasco, que Estados Unidos había anunciado, y eran conscientes de la advertencia de Obama al afirmar que Estados Unidos impedirá que Irán fabrique armas nucleares, y que, para ello, está dispuesto a intervenir militarmente.

Sin embargo, los movimientos diplomáticos pueden cambiar el escenario: tras la intervención de Hasan Rohaní en la Asamblea General de la ONU, y del encuentro entre John Kerry y el ministro de exteriores iraní, Javad Zarif, el propio Obama tomó la iniciativa de hablar con Rohaní, en el inicio de una tímida distensión que puede rebajar la hostilidad en la región. Washington quiere impedir la proliferación nuclear en Oriente Medio, aunque sin reclamar el desarme atómico israelí, decisión que supone defender el monopolio nuclear israelí en la zona. Israel es uno de los pocos países del mundo que no han suscrito el Tratado de No Proliferación Nuclear, circunstancia que, ante las exigencias norteamericanas para fiscalizar el programa nuclear iraní, hizo que Rohaní recordase en Nueva York que si un país accede a inspecciones en sus programas e instalaciones nucleares, también el resto de países deberían hacer lo mismo: Israel no puede ignorar esa realidad. La OCS, en una inequívoca referencia a Estados Unidos, declaró en su comunicado final su rechazo a las amenazas militares y a la imposición de sanciones contra Irán, que han sido el recurso habitual de Washington en su disputa con Teherán. La defensa a utilizar la energía nuclear con fines civiles y pacíficos fue una muestra de apoyo al presidente iraní, Hasán Rohaní, quien ofreció en Bishkek garantías de que el programa nuclear iraní no persigue fines militares.

Una de las preocupaciones de Rusia y China es la proliferación de grupos terroristas que operan en Siria en el bando rebelde y que pueden trasladarse después a distintos focos de conflicto en muchos países asiáticos y en la propia Rusia. Serguéi Smirnov, subdirector del FSB ruso (continuador del KGB soviético), considera que unos cuatrocientos islamistas rusos luchan junto a los rebeldes en Siria, y no oculta el peligro que supondrán para su país cuando vuelvan. El reclutamiento de mercenarios, confirmado por Smirnov, afecta a todos los países de Asia central, y la frecuencia de atentados es preocupante. Distintas fuentes calculan más de diez mil islamistas extranjeros en las filas rebeldes sirias, de los que unos mil serían originarios de la Unión Europea. Por no hablar de otros riesgos: a finales de septiembre de 2013, Lotfi Ben Jeddou, ministro del Interior de Túnez, declaró que las fuerzas de seguridad de su país habían impedido que más de seis mil tunecinos islamistas se incorporasen a las filas rebeldes sirias, y que centenares de mujeres habían sido enroladas en una peculiar Jihad al-Nikah, o guerra santa del sexo, para satisfacer las necesidades sexuales de los grupos insurgentes. Muchas de ellas, según Ben Jeddou, vuelven a Túnez embarazadas, a veces destruidas psíquicamente, por quienes les habían prometido el paraíso de los creyentes.

Sobre Corea (cuestión que preocupa especialmente a China), la OCS postuló la reanudación de las negociaciones, orientadas a la desnuclearización de la península, que es defendida tanto por Moscú como Pekín, así como por Seúl y Tokio, mientras Washington se niega ni a dar garantías a Pyongyang ni a firmar un tratado bilateral de no agresión con Corea del Norte, y rehuye discutir la desnuclearización de la península porque afectaría a su despliegue militar en la zona. De esa forma, pese a su retórica diplomática, bloquea una solución definitiva para Corea.

La declaración de Bishkek recogió los viejos principios de Bandung sobre el respeto a la soberanía e integridad de los países, la resolución pacífica de las crisis, la no injerencia y la renuncia al uso de la fuerza, y defendió el papel de las Naciones Unidas. No era necesario citar a Estados Unidos, el país que ha violado en la última década todos esos principios, y que mantiene una agresiva política exterior que está en el origen de muchos conflictos. Alexéi Arbátov, miembro de la Academia Rusa de Ciencias y experto en seguridad internacional, recuerda que, en los dos últimos años, el gobierno Obama ha paralizado cualquier avance en las negociaciones sobre armamento estratégico, sobre los escudos antimisiles, sobre instrumentos tácticos de guerra y, en general, sobre el control de armas. Pese a todo, Estados Unidos está reevaluando su política exterior, consciente de que ha perdido la guerra de Iraq, a despecho de la versión propagandística que difunde; de que no ha conseguido reducir a Irán, y también de que, tras doce años de guerra, la invasión de Afganistán puede cerrarse con un fracaso estratégico; pero ese examen lo hace sin renunciar al papel histórico providencial que cree le pertenece.

Rusia refuerza paulatinamente su papel en Oriente Medio, inmersa en la contradicción entre su persistente debilidad económica por la incapacidad del gobierno para impulsar la modernización y la reconstrucción de su industria, y su renovado protagonismo internacional, patente en la crisis siria, lejos ya de los días de la claudicante diplomacia de Yeltsin. Por su parte, China no pretende asumir el papel que Estados Unidos ha desempeñado en las últimas décadas, aunque no deja de reforzarse y de marcar las líneas rojas que Washington no debe cruzar. Buena parte de su diplomacia está basada en las ofertas de colaboración económica con otros países, como en la propuesta de la nueva ruta de la seda.

La advertencia de Putin sobre la pretensión norteamericana de reconstruir un mundo unipolar ilustra a la perfección el retroceso norteamericano pero también los peligros de una situación volátil. «Vemos los intentos de reanimar […] un modelo de mundo unificado, unipolar, de erosionar el derecho internacional y la soberanía de las naciones. Este mundo unipolar necesita vasallos, no Estados soberanos», dijo Putin en el Club Valdái. Antes, Putin, en un artículo en el New York Times, había criticado la soberbia norteamericana de considerarse «un país excepcional», con los peligros que conlleva, aunque Obama rechazó la crítica en su intervención ante la ONU y reafirmó la «excepcionalidad norteamericana» que le da derecho a dirigir el mundo, dado que, según el presidente norteamericano, de otra forma se crearía «un vacío de liderazgo» que ningún otro país podría llenar, y porque, además, según Obama, Estados Unidos ha mostrado «sacrificando sangre y dinero, una voluntad de defender no sólo nuestros intereses, sino los de todos». Esa visión estratégica, tan cercana a la idea religiosa del «pueblo elegido» que mantienen los judíos rigoristas y el gobierno israelí, es la que ha protagonizado las guerras de la última década, los bombardeos sobre poblaciones civiles, las matanzas en Afganistán, Irak y Siria, y los ataques con drones en numerosos países. Escapar del caos, de las guerras y de la destrucción fue una de las preocupaciones de la cumbre de la OCS, y en esa dirección cobra sentido la idea china de revitalizar las viejas rutas comerciales que atravesaron el corazón de Asia.

Si prospera, la nueva ruta de la seda puede inaugurar un intenso intercambio entre Europa y Asia, y contribuir al desarrollo de muchos países asiáticos, máxime cuando el tiempo necesario para recorrer el trayecto entre Shanghái o el río de la Perla y Europa es de unos diez o doce días en conexión ferroviaria, la tercera parte del tiempo necesario para cubrirlo por ruta marítima. La propuesta de Xi Jinping de esa nueva ruta de la seda abre un escenario que puede cambiar la geografía torturada de Asia central y de Oriente Medio, si las pulsiones entre la guerra y la destrucción que han sembrado las agresiones norteamericanas en la zona ceden el paso a una época de paz, colaboración y desarrollo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.