Al principio, aquella primera noche en Almout, como el chico gritó su nombre, pensé que había visto a Crabbe, atrapado en la telaraña entre las estatuas, pero si aquella primera vez me hubiera acercado a la casa desde la entrada, de modo que la luz de la terraza lo hubiese iluminado, habría reconocido inmediatamente en aquella silueta a Sprange; sobre todo por su pelo rubio rojizo, como el de algunos gatos.
Ahora, al anochecer, con la casa Almout (que uno de los granjeros de la taberna llamó «Vermouth», muerto de risa) a nuestras espaldas, Sprange se acerca tanto a veces que me llega el olor de su