PARRESHÍA

Popularidad y política

Popularidad y política

Foto Copyright: lfmopinion.com

Todo ello impactó a la política hasta enloquecerla.

El mundo cambió. La política no ha cambiado, se ha descompuesto tratando de hacerlo, se ha desnaturalizado, se ha vuelto disfuncional y esquizoide, delirante.

En un mundo de estamentos, los trabajadores naturalmente se agrupaban en partidos laboristas, en uno con conflictos religiosos los cristianos hacían lo mismo. Las sociedades se reflejaban, organizaban y expresaban a través de los partidos; las identidades y pertenencias eran casi de nacimiento y, así, se era miembro de un partido de la cuna a la tumba.

Pero el mundo cambió, se hizo líquido; hoy no sólo adquiere la forma del recipiente que lo contenga, sino que va montado en olas que pasan como las modas consumistas, los estrellatos televisivos o los bestseller olvidables y olvidados una vez leídos.

Y también cambió la forma como nos informamos, se maneja la información, la velocidad de la información y la manera como nos comunicamos, o creemos hacerlo. La comunidad moderna es de individuos aislados incapaces de verse a los ojos y abrazarse, a los más que podemos llegar es a dar un like o a reenviar.

Todo ello impactó a la política hasta enloquecerla.

Los viejos líderes obreros o campesinos son inviables en un mundo digital; los ideólogos y grandes pensadores deambulan en un desierto de sordos de un mundo lleno de ruidos. El pensamiento y el discurso políticos son cosas del museo: ya nadie piensa ni discurre: todos chatean.

Los que ahora son considerados "líderes", son personajes adaptados al mundo digital, más cercanos a las estrellas de cine, del deporte o del escándalo. Son "influencers", pero la sola influencia no conduce ni tiene más objetivo que el de influir. Personaje, solos, de suerte que se distinguen de todos los demás, centrados en su imagen de la que viven y se ven obligados a alimentarla sin cesar mezclando su vida privada con la pública y, tergiversando así, lo político, que incumbe a todos, con lo social, que atiende a causas específicas, exclusivas y excluyentes, con lo individual y personalísimo: la vida privada y la familia.

Estos personajes siempre tienen un enemigo al frente que quiere destruirlos en su mundo artificial donde ellos son el bien y lo bueno, la verdad y lo bello, la justicia y lo nuevo; frente a los malos causantes de todo mal: conservadores, neoliberales, prian, lo viejo.

Estos personajes viven mediáticamente: tres días fuera de su mundo digital y desaparecen borrados por la realidad. Por eso no pueden dejar de estar presentes, así sea con cancioncitas, bailes, mítines, mañaneras, comiendo una garnacha, besando a un bebé, parándose de cabeza.

Hemos perdido la capacidad de dolernos por las masacres, los siniestrados en Acapulco, la ignorancia y las enfermedades otrora erradicadas. Pero también con el ridículo, la mentira, la desfachatez, la contradicción y miseria humana de los nuevos especímenes de la política digital y su publicidad.

Pero es el mismo mundo el que nos ha mostrado que lo popular, los millones de likes y de seguidores, lo estrambótico y disrruptivo mediáticamente hablando, no se traduce en buen gobierno y resultados. Tras el ruido y el escándalo aparece el caos, el desperdicio de tiempo y esfuerzos, un México peor al que teníamos: baste ver la violencia, los hospitales, la prueba PISA, la devastación del Tren Maya, los niños con cáncer; Acapulco, Monterrey, Texcaltitlán, el Metro.

Sí, el mundo cambio y la política, puede, que haya muerto desnaturalizada. Pero la política es lo que hace posible la vida organizada y civilizada de hombres libres.

En otras palabras, un mundo sin política es un mundo de rebaños.

Aunque con distracciones “políticas” digitales.

Podrán ganar elecciones, pero nunca podrán gobernar ni serán políticos. Son simplemente espectáculo. Ruido. Percepción.

PS. — Cuando los políticos son llevados por las olas publicistas y los especímenes efímeros de las redes, van en medio del océano flotando cual botella en medio de la tormenta con un mensaje de suyo muerto desde que se escribió. No liderean: los llevan.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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