Un cilindro bomba cayó sobre el techo de la iglesia de Bojayá el 2 de mayo de 2002 hacia las 11 de la mañana, la pipeta de gas que estaba llena de metralla impactó contra el altar. Más de 300 personas se refugiaban en este lugar, el lugar más seguro posible, porque creían que allí no iban a llegar las balas producto de los enfrentamientos que sostenían paramilitares y miembros de las extintas Farc.
Las consecuencias de ese devastador estallido fueron mortales. Fallecieron por lo menos 80 personas, 100 más resultaron heridas y miles tuvieron que desplazarse a lugares más seguros ese día y los siguientes, dejando sus hogares y todas sus pertenencias materiales por el temor a una guerra que no era de ellos.
Han pasado 20 años desde esa fatídica jornada, un tiempo en el que la comunidad resiliente y llena de fortaleza ha tenido que levantarse día a día para luchar por sus derechos y reparar lo irreparable.
Hoy, los habitantes de Bojayá continúan reconstruyendo y recuperando lo perdido aferrados a sus costumbres culturales y los valores sociales que les caracteriza. A través de estos años, la vida se ha transformado positivamente gracias al proceso de exhumación, identificación y entierro de las víctimas que finalmente pudo llevarse a cabo en noviembre de 2019, siendo esta una de las acciones reparadoras más importantes para aliviar el dolor.
Este es un homenaje a su población, a su lucha, a esas ganas de salir adelante sin olvidar lo sucedido. En esta fecha conmemorativa, los bojayaseños hacen memoria de los hechos ocurridos para que la historia no vuelva a repetirse.
Luz Marina Cañola, coordinadora del grupo de cantaoras de Pogue ‘Voces de Resistencia’, reconoce que el proceso de reparación les ha servido para darse a conocer.
“Según ella, gracias a la reparación hemos dado a conocer tanto nacional como internacionalmente nuestras tradiciones ancestrales y culturales”.
Los rituales a los que se refiere son, entre otros, los alabaos, el gualí y el chigualo. El gualí y el chigualo son una especie de versos recitados durante los velorios de los niños. También se le conoce como arrullo y es una tradición africana en la que no se llora, sino que se danza y se canta, mientras que los alabaos son cantos fúnebres y de alabanza que se realizan a capela, cuando fallece un adulto y referencian el dolor y la esperanza, según explica.
Agrega que generalmente se inspiran en sus ancestros a la hora de cantar. “En mi caso cuando estoy cantando recuerdo mucho a mi papá porque de él aprendí esta tradición" y agrega que antes de la masacre los alabaos solo se les cantaban a los muertos, pero que después de ese atroz hecho también los utilizan para hacer denuncias generalmente relacionadas con la violencia en la región.
Diagnosticada con esquizofrenia y trastorno bipolar, Mineria Palomeque Martínez auxilió a los heridos que no habían sido evacuados hacia Vigía del Fuerte en la noche de la Masacre de Bojayá. También decidió organizar los cuerpos desmembrados, producto de la explosión de la pipeta, a su manera: la cabeza de un niño con el cuerpo de un adulto y con dos pies derechos y dos brazos izquierdos, y así el resto. Cuatro personas que la conocieron de cerca relatan su vida.
Leer más >
La publicación, que hasta el momento llega a los 700 ejemplares, será distribuida entre la población víctima de Bojayá y las comunidades de la región Medio Atrato con motivo del aniversario 20 de la masacre este 1 de mayo.
Leer más >
Así lo dice en entrevista José de la Cruz Valencia, coordinador del Comité por los derechos de las víctimas de Bojayá.
Leer más >
Bojayá 20 años.
20 años después de ocurrida la masacre, la comunidad de Bojayá ha fortalecido sus saberes y prácticas culturales tradicionales basados en la unión. Los invitamos a ver qué ha pasado con sus habitantes quienes continúan trabajando en la construcción del tejido social.
Mineria Palomeque Martínez
A pesar de haber sido diagnosticada con esquizofrenia y trastorno bipolar, Mineria Palomeque Martínez, conocida entre la comunidad de Bojayá como Minelia, en sus pocos momentos de lucidez se convirtió en enfermera para auxiliar a los heridos de la masacre, la noche de aquel 2 de mayo de 2002. Toda una heroína.