De las 'Marujas' a las 'Charo': ¿qué hace que un nombre propio se vuelva meme?

Los nombres de mujer tienen más posibilidades de convertirse en un estereotipo, como aprendieron ya en los ochenta las Marujas.

Si en los próximos días usted escribe un tweet que alcanza cierta viralidad a favor del pacto PSOE-UP, en apoyo a la víctima de Pozoblanco de la Manada o de Carlota Prado de Gran Hermano, hablando del sastisfyer y/o con una foto de sus gatos, y si además de todo eso es usted una mujer, espérese que alguien le conteste “ok, Charo” o le retuitee con el comentario: “Aquí la típica Charo”. Pero yo me llamo Marisa, dirá usted. Da igual: “Charo” es el nuevo insulto-fetiche de la derecha exaltada española y para definirlo hay que acudir (qué remedio) a Forocoches. Allí, un usuario definió “Charo” como “una mujer soltera/divorciada de más de 20 ó 35 años, generalmente sin hijos, se caracteriza por vivir sola, estar siempre amargada, vivir sola, bueno con sus gatos”. Y añade: “ha tenido, tiene y tendrá problemas de depresión, el prozac es un clásico de su vida y su vida se limita a un consolador de su color favorito”. Y como ejemplo, añade un enlace a la noticia de la mujer que se casó con sus gatos.

En esa línea, alguien creó en octubre un perfil falso de Twitter, @charofeminista, con la bio: “Muy feminista, socialista y progresista #YoConPedro. Licenciada en la Universidad de la Vida”. La cuenta lleva publicados solo dos tweets y dos retweets, entre ellos uno que dice: “El satisfyer me ha hecho disfrutar más del sexo en tres días que mi exmarido en 15 años”. Con dos likes y dos retweets, no se puede decir que sea un éxito viral. Pero aun así, el término ha empezado a extenderse. Hay quien lo ha ilustrado con una foto de la actriz Anabel Alonso y quien le ha dedicado un “starter pack” que incluye, cómo no, el satisfyer, un libro de Elvira Lindo, un disco de Ana Belén y Víctor Manuel, un tinte para canas (marrón y no caoba), una camiseta morada como para ir al 8M, el Prozac, una cajetilla de Marlboro y un mechero del PSOE. En foros de la derecha asilvestrada ya se usaba el término desde 2011. En esa fecha, un post describió a las “charos” como “funcionarias de la administración local, comarcal, nacional y de la enseñanza”, fans de Carmen Machi, Lucía Etxebarría y Maruja Torres, seguidoras de El País y de La Sexta.

La periodista española del Washington Post María Sánchez Díez detectó hace una semana en sus menciones que algunos usuarios la llamaban “Charo” y tanto ella como la columnista feminista anónima Barbijaputa proponen reapropiárselo como marca de orgullo, como se hizo, no sin polémica, con términos como “maricón” o “bollera”.

De entrada, estando como está el término muy circunscrito a la actividad troll de la alt-right española, no parece que el nombre de Charo, diminutivo tradicional de Rosario (según el INE, hay 121.000 Rosarios en España, tienen una media de edad de 63 años y se concentran sobre todo en Andalucía y Albacete), vaya a cargar con el estigma que alcanzó en los ochenta y noventa el nombre de “Maruja”, diminutivo de María. Aunque el estereotipo ha caído algo en desuso, por entonces todo el mundo sabía de qué se hablaba cuando se hablaba de una Maruja: una mujer mayor, ama de casa, cotilla y dependiente de la televisión, según el Diccionario de la RAE. De ahí también el verbo “marujear”. El DRAE, por cierto, tiene a bien incluir “marujo”, pese a que la palabra se usa casi siempre en femenino y tiene un origen, como Charo, claramente misógino.

Existen nombres propios de hombre estigmatizados, tanto en España (Paco, Manolo, como indicativos de clase trabajadora e ideas anticuadas) como fuera. En la misma esfera en la que se habla peyorativamente de una “Charo” es posible que se hable bien de un “Chad”, que es para la manosfera, el círculo de hombres jóvenes agresivamente machistas cercanos a la ideología de Jordan Peterson, un hombre alfa y sexualmente activo. Como notaba recientemente Ana Iris Simón en Vice, los community managers de Vox, que están bien versados en ese lenguaje críptico de la alt right, han incorporado recientemente la idea de Santiago Abascal como un “Chad” comeprogres. El término se originó en Chicago y se refería inicialmente a los chavales pijos de los barrios acomodados que reciben un BMW por su 16 cumpleaños, pero ha ido derivando.

En cualquier caso, es mucho más habitual que los nombres marcados (para mal) sean los de mujer debido a un mecanismo de sesgo sexista, clasista o ambas cosas a la vez. El último en popularizarse en redes en Estados Unidos es Karen, que se refiere, según el Urban Dictionary, a “una mujer de mediana edad con tres hijos y media melena rubia que lleva uñas postizas y quiere hablar con tu jefe”. Otras definiciones en la misma web añaden que una Karen es una baby boomer que hace copiar-pegar de estatus de Facebook. En este caso, Karen lleva también implícito un insulto generacional. La generación Z creó el meme de Karen para reírse de la Generación X (o sea, la de sus padres), de manera que funciona como el famoso “Ok, Boomer” con el que los millenials acallan en Internet a sus mayores. Una Karen, por ejemplo, es alguien que se ríe en Twitter de Greta Thunberg.

Ontológicamente, se puede ser a la vez una Karen y una Becky, ya que “Becky”, por lo menos desde que Beyoncé usara ese nombre en la canción Sorry de Lemonade (“He only want me when I’m not there / he better call Becky with the good hair”), es una “mujer blanca que no se entera de nada, que es racista y hace afirmaciones sin saber qué está diciendo”. La definición corresponde a Karsonya Wise Whitehead, de la Loyola University. El diccionario Merriam Webster analizó el término en 2018 y apuntó a sus posibles orígenes literarios: Beckys fueron Becky Sharp, la trepa de La feria de las vanidades, de William Thackeray, y Becky Thatcher, el objeto de los afectos de Tom Sawyer, pero los etimólogos aficionados sitúan la primera “Becky” moderna en la canción Baby Got Back de Sir Max a Lot, que tiene un verso que dice "Oh my god, Becky. Look at her butt" ("Oh dios mío Becky, mira su culo"). Hay muchas más “Beckys” blancas que negras en Estados Unidos y por serendipias de lo viral el término acabo sirviendo para referirse a “un tipo de mujer blanca joven y privilegiada que existe en un estado de inconsciencia racial que pivota entre no tener ni idea y ser condescendiente”.

Según explicaba en un artículo en The New Statesman la lingüista de Oxford Deborah Cameron, los nombres de mujer aportan más información, “son un indicador fiable de edad y generación, así como de clase y raza”, más que los que de hombre porque, por lo general, se experimenta más con ellos. Con los niños de la familia existe una pulsión más conservadora y las elecciones son más estables en el tiempo. Eso explica en parte porque cada región y cada generación tenían ya sus nombres estigmatizados o nombres-atajo (con solo pronunciarlos, el que escucha obtiene todo un sistema de ideas), mucho antes de que hubiera nombres-meme como Charo o Karen.

En Otro planeta: memorias de una adolescente en el extrarradio (Alpha Decay), la músico y escritora Tracey Thorn escribe sobre el momento en que descubrió que llamarse “Tracey” (o Sharon) en Londres en los ochenta la marcaba exactamente como lo que era: una chica de clase media o media baja de los suburbios. De hecho, el periodista Keith Waterhouse escribía una columna en el Daily Mail que se reía de las Traceys y las Sharons que trabajan de cajeras en los supermercados. En 2011 el grupo catalán Els Catarres tuvo un hit con una canción titulada Jennifer sobre un catalán de la ceba, “que vota Convergència, sueña con Jordi Pujol y lleva Els Segadors como politono” y se enamora de una “choni de Castefa” (Castelldefels) llamada Jennifer. Aunque la canción se hizo muy popular, el grupo ya no siempre la canta en sus directos y el año pasado sus integrantes admitieron en una entrevista que ahora, transcurridos ocho años de procés, “ya no sería buena idea hacerla”. Era, dicen, “una manera de reírse de ellos mismos”.

Lo curioso es que los clichés varían en el tiempo pero también en el espacio. Si en Francia una “Chantal” y sobre todo una “Marie Chantal” es una pija burguesa (el humorista Jacques Chazot creó un personaje así ya en los años cincuenta), en Alemania se hablaba en los noventa de “chantalismus” para designar (para criticar) a las familias de clase trabajadora que daban nombres extranjeros a sus hijos. Como señalaba en Le Monde el sociólogo Baptiste Coulmont, autor de Sociologie des prénoms, “en Alemania, el hermano de Chantal sería Kevin”. Y los Kevin, en Alemania, tienen más posibilidades de suspender un examen, aunque presenten un trabajo idéntico al de un compañero llamado Jakob o Maximilian.