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Se lo suplico, señor Alcalde

Cuando empezaron a tumbar un puente a mordiscos era el momento de sospechar. Y lanzar un grito en el cielo. Pero no. Los noticieros de televisión mostraron el enorme saurio mecánico como una gran atracción, como si lo último en tecnología hubiera llegado a sacarnos de un atraso de marras. La máquina tenía unas enormes fauces que mordía el puente y arrancaba pequeños pedazos cada día. Parecía un monstruo diseñado por el mismo que diseñó a Lukas, el muñeco de Plaza Sésamo que devoraba galletas. Y nadie se preguntaba por otra manera más eficaz de demoler un puente. Por ejemplo, un badajo de acero, que con su pesado pendular sería capaz de tumbarlo en cuestión de ocho días. Y llegaban los curiosos a diario para ver al saurio trabajar, pequeñas multitudes extasiadas admirando la última atracción mecánica de un parque de diversiones.
¿De quién era esa máquina? Lo ignoro. Pero sospecho que su dueño estuvo encartado con ella hasta que la pudo alquilar a quienes tenían la concesión de esa parte de nuestra antigua avenida El Dorado, para sacarle algo de dinero a un aparato tan inútil. Total, el puente fue derribado en dos meses y medio. Y así comenzó la destrucción de la avenida más bella del país, la puerta de entrada a la capital.
Después tuvimos otra opción de gritar, cuando después de un año no habían logrado construir la calzada de TransMilenio en tres cuadras, en la carrera 3a., entre la calle 19 y la calle 23. Hoy en día, casi dos años después, no está terminada; y entre la carrera 3a. y la 7a., la calle 26 parece el lecho seco de una quebrada. Y así, vimos cómo fueron abriendo frentes de obra por toda la avenida, ninguno terminado después de 18 meses. Todos nos preguntamos por qué no levantaron siete cuadras, trabajaron y terminaron, para después abrir otro, y luego otro; por qué tenían que infartar la ciudad de esa manera y enrostrarnos que seguimos siendo un país subdesarrollado, incapaz de llevar adelante una obra civil con alguna celeridad. En Doha, capital de Qatar, decidieron hacer un aeropuerto hace dos años, y está listo y funcionando hace seis meses. ¿Será cuestión de dinero? Lo dudo mucho. Porque las cifras que maneja el Distrito son astronómicas. Y parece que cuando quieren lo hacen bien y rápido: la carrera 8a., entre calles 8 y 12, fue pavimentada en una noche, días antes de la posesión del presidente Santos, porque esa sería la pasarela de toda la comitiva internacional; y junto al Concejo Distrital, pavimentaron todas las calles aledañas en cuestión de dos semanas, casi una cuadra por día.
Ahora nos salen con el proyecto TransMilenio por la 7a., y dicen optimistas que estará lista en el segundo semestre del 2011. Con estos antecedentes, creo que tenemos razón en desconfiar. Y los trancones, y el desorden y el caos han logrado que perdamos la tranquilidad. Veo cómo los conductores y peatones están cargados de rabia. Y cualquier incidente se puede volver algo violento. No es extraño que la delincuencia esté disparada. Por la zozobra, y porque todo es feo. Lograron caotizar la ciudad en dos años, regresarla a la incertidumbre de los años 80, en tiempos de la Troncal de Pastrana, donde cada esquina era un atracadero. La rabia nace en el desorden, en los muladares que van dejando las obras, en el tiempo que se pierde en los trancones. En ese caldo de cultivo nace la delincuencia y nos volvemos enemigos todos.
No me explico cómo las obras no tienen tres turnos de trabajo, para que no paren de trabajar las 24 horas ni los días festivos. ¿Acaso no se dan cuenta de que se pierde más dinero con la ciudad infartada? Que el smog se instala en el ambiente, que la pitadera ensordece y neurotiza, que la basura desangela, y la esperanza se pierde. Una legión de habitantes descreídos que nos vamos volviendo rudos con el paso de los días, huraños y hoscos: violentos.
Y tan sólo nos queda suplicar porque no tenemos otra forma de reclamo: se lo suplico, señor Alcalde, se lo suplico.
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